Oliver Sacks
Alucinaciones
TraducciĆ³n de DamiĆ”n Alou
Barcelona, Anagrama, 2013.
343 pp.
Las aportaciones de Oliver Sacks (Londres, 1933) al campo de la neurologĆa son indudable y, dirĆa, cĆ”lidas. Pero creo que no es menos cierto que obras como MigraƱa, La isla de los ciegos al color, El hombre que confundiĆ³ a su mujer con un sombrero, Musicilia y Los ojos de la mente (en realidad deberĆa citar todos sus libros) son un material maravilloso y terrible para los escritores. No solo eso: Sacks nos ha dado a lo largo de sus muchos libros un nĆŗmero enorme de historias que forman parte de lo real extraordinario. Tiene el amor por lo narrativo y los casos que encontramos en Freud, por poner un ejemplo clĆ”sico de un magnĆfico escritor al tiempo que un filĆ³sofo de la mente al que siempre se vuelve. En Sacks se da una consideraciĆ³n aguda de la persona, del individuo que experimenta la enfermedad o la alteraciĆ³n psĆquica. AdemĆ”s, en sus Ćŗltimas obras, Sacks se introduce en muchas ocasiones como sujeto de padecimientos varios, como son la alucinaciĆ³n hipnagĆ³gica, la prosopagnosia, la migraƱa y alguna que otra alteraciĆ³n de la percepciĆ³n visual. Recientemente, con motivo de sus ochenta aƱos, publicĆ³ en el New York Times “The Joy of Old Age”, un artĆculo sobre la vejez y la vivacidad, un texto lĆŗcido y hermoso que todos deberĆamos leer desde la adolescencia.
Sobre los diversos tipos de alucinaciones hay investigaciones notables desde el siglo XIX, especialmente en el XX, aunque aĆŗn hay literatura y gente que habla de ello con los ojos en blanco, afirmando que ciertas personas en trance de muerte o muerte clĆnica han pasado el umbral de la vida, visto a Dios o conversado realmente con los muertos. Todo esto tiene una explicaciĆ³n cientĆfica bastante razonable: Olaf Blande demostrĆ³ que las experiencias extracorpĆ³reas pueden provocarse estimulando algunas Ć”reas determinadas de las circunvoluciĆ³n angular derecha del cerebro; el “tĆŗnel oscuro” tiene relaciĆ³n, segĆŗn Kevin Nelson, con la falta de riego sanguĆneo en las retinas, y el mismo cientĆfico explica la famosa “luz brillante” (segĆŗn nos explica Sacks) con “un flujo de excitaciĆ³n neuronal que se desplaza de una parte del tallo cerebral (el pons) a las estaciones repetidoras visuales subcorticales y de ahĆ a la corteza occipital”. Y asĆ podrĆamos seguir con las voces (ah, MoisĆ©s), las apariciones de vĆrgenes (ay, Nuestra SeƱora de Lourdes) y otros muchos fenĆ³menos totalmente producidos en nuestro cuerpo y que o bien han servido para crear eremitas y seguidores de la fe o para perseguir a herejes y quemarlos en la plaza pĆŗblica (Loudum no me dejarĆ” por alucinado). Todo esto es de mi cosecha, pero es fĆ”cilmente deducible, y creo que Sacks ni siquiera se molesta en usarlo para desmitologizar las creencias de puro evidente. Pero me parece necesario, porque ver cuesta; ver, a veces, duele, y es comprensible, muy humano, ceder a lo que nos impresiona y otorgarle un sentido. Es increĆble la necesidad que tiene el ser humano de atribuir sentido a todo. Con la excepciĆ³n de gente como Samuel Beckett o Albert Camus, podrĆamos argĆ¼ir, capaces de aguantar la mirada.
Oliver Sacks destaca que la alucinaciĆ³n “es una categorĆa Ćŗnica y especial de la conciencia y la vida mental”. Dejando a un lado el tipo de alucinaciones que se pueden dar en la esquizofrenia, se centra en las que son propias de las psicosis orgĆ”nicas, las psicosis transitorias, a veces asociadas a delirios, la epilepsia, las propiciadas por el uso de drogas y alguna que otra enfermedad orgĆ”nica. Sacks lo dice con exactitud: “Considero este libro una suerte de historia natural de las alucinaciones”. Y no olvida las que han padecido (y a veces disfrutado) muchos escritores, como Maupassant, que, aquejado de neurosĆfilis veĆa su doble (el famoso doppelgƤnger); Dostoievski, que sufriĆ³ epilepsia y atribuyĆ³ a ciertas alucinaciones rasgos trascendentes; a Edgar Allan Poe, que estaba encantado con sus alucinaciones hipnagĆ³gicas; Nabokov, que habla de ellas en sus memorias; Lewis Carroll, cuyas migraƱas posiblemente desencadenaron visiones de personajes que cambiaban de tamaƱo en Alicia en el paĆs de las maravillas, algo que ha testimoniado la escritora norteamericana Siri Hustvedt, que padece migraƱas y alguna vez ha pasado por la consulta de Sacks, ademĆ”s de ser ella misma investigadora, como evidencian La mujer temblorosa y Vivir, pensar, mirar (ambos en Anagrama), y un largo etcĆ©tera que nos hace pensar en la importancia de estas alteraciones en la configuraciĆ³n del imaginario literario y pictĆ³rico. En este sentido, toda la obra de Sacks es una ventana que abre puertas a la interpretaciĆ³n de numerosas obras de ficciĆ³n, no para reducirlas a un fenĆ³meno de quĆmica y fisiologĆa cerebral, sino para comprender mejor nuestras extraordinaria imaginaciĆ³n y la complejidad de nuestro cuerpo. Y cuando digo cuerpo hablo de esa indisociable unidad de cuerpo-cerebro-mente. Las alucinaciones no son la imaginaciĆ³n, ni en el orden creativo ni tampoco en psicologĆa, pero es evidente que la imaginaciĆ³n se apoya en todo lo que hay, incluso en lo que no hay.
Hay alucinaciones de colores, de olores, visiones en general, y sonidos. La monotonĆa puede producir una alucinaciĆ³n: los ancianos escasos en movimientos, o los presos, a veces las padecen. Como en otras investigaciones de Sacks, se incide en la plasticidad cerebral, en cĆ³mo ante una pĆ©rdida, de la visiĆ³n, del olfato (anosmia), o de otro orden, el cuerpo responde tratando de compensar, a veces de manera estrafalaria (“el hombre que confundiĆ³ a su mujer con un sombrero”). Como recoge Sacjs, y publicĆ³ Science, en en 1973 David Rosenhan, psicĆ³logo de Stanford, y siete “pseudopacientes” fueron a diversos hospitales afirmando que oĆan voces, que no distinguĆan bien, pero que oĆan las palabras “vacĆo”, “hueco” y “choque”. El resto de su comportamiento y salud eran correctos. Fueron ingresados en clĆnicas mentales durante varias semanas, incluso tres meses en algĆŗn caso: se les diagnosticaron “psicosis maniaco-depresiva” y esquizofrenia, y como vieron que tomaban notas durante horas (estaban, obviamente, trabajando) calificaron su caso como “conducta de escribir”. SĆ³lo algĆŗn paciente –tal vez, sĆ, enfermo– dijo: “Usted no estĆ” loco, es periodista o profesor”. Es decir, que hasta hace muy poco, oĆr voces era sinĆ³nimo de locura, producto de un grave desorden mental. Y aunque puede ocasionar (por miedo, obsesiĆ³n, etc) problemas psĆquicos, Sacks, y otros con Ć©l, piensa que este tipo de alucinaciones no supone ninguna psicopatĆa. Nuestros mundos tan rotundos estĆ”n sujetos a alteraciones cognitivas mĆŗltiples, pero si algo las “trastoca, nuestras certezas aparentemente irrefutables acerca del cuerpo y el yo pueden desvanecerse en un instante”. ~
(Marbella, 1956) es poeta, crĆtico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro mĆ”s reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (FĆ³rcola, 2020)