La mecha de la revoluciรณn vanguardista no la encendiรณ Thomas Mann con vocaciรณn de pirรณmano, arrasando la sintaxis canรณnica y desfigurando el paisaje tradicional de la prosa realista con contrapuntos, arrebatos lรญricos o desconcertantes volatines del punto de vista, como hizo Faulkner. Su talento especulativo y distante lo condujo a cometer contra el estilo consolidado sabotajes puntuales, bien distorsiones en la estructura y en el discurso narrativo, bien alteraciones novedosas en los protocolos de la ficciรณn literaria, de modo que, como sucede en la obra de Kafka, mayormente en La metamorfosis (1914) y en El proceso (1925), quienes transiten con prisa por La montaรฑa mรกgica (1924), por ejemplo, apenas si advertirรกn que poco queda del realismo tradicional, y que Mann estรก llevando a cabo en las pรกginas de su obra maestra una revoluciรณn narrativa silenciosa. En apariencia todo sigue igual. El narrador estรก ahรญ y narra en tercera, la omnisciencia cumple con su deber, el hรฉroe Hans Castorp arropado por incontables personajes corales, pรกginas sin caprichos tipogrรกficos ni devaneos formales; se dirรญa en fin que la revoluciรณn narrativa brilla por su ausencia. Llega entonces el lector atento y comprueba que la razรณn de ser del โPropรณsitoโ preliminar es poner al frente del discurso a un narrador consciente de serlo que comenta su propio relato convirtiรฉndolo en metarrelato (โNos encontramos ante un hecho inminente acerca del cual el narrador harรก bien en expresar su propia sorpresa, a fin de que el lector no se sorprenda. […] Esto podrรญa causar extraรฑeza y, sin embargo, estรก justificado y responde a las leyes de la narraciรณn…โ; o bien โCreemos poder jactarnos de haber mostrado a nuestros letores la simpatรญa de Hans Castorp…โ, La montaรฑa mรกgica, trad. de Mario Verdaguer, Edhasa, Barcelona, 1999, pp.253 y 898). Dรฉmosle la bienvenida al narrador moderno (que el lector podrรญa situar junto a narradores de John Fowles, de John Barth o de Nooteboom). Los apรณstrofes al lector son constantes, la narraciรณn misma, el proceso narrativo, se asoma al relato narrado al que, en ocasiones, ยกexcitante talento precursor!, sustituye sin mรกs. Se encuentra el lector con que la narraciรณn se ralentiza en digresiones inacabables, o fluye de la mano de interrogaciones retรณricas que dan pie a pensar que Castorp no es sino el pretexto para escribir un autocomplaciente dictamen sobre el mundo contemporรกneo, que acababa de nacer: โยฟQuรฉ era, pues, la vida? Era calor […]. Era el ser de lo que en realidad no puede ser […]. Era una veleidad secreta […]. Era la vegetaciรณn y la proliferaciรณn de algo hinchado, compuesto de agua, albรบmina, sal y grasas…โ (Op.cit., p. 379). Ya no le es tan fรกcil al lector seguir la historia, que se aleja en algunos capรญtulos por obra y gracia de la hipertrofia del discurso. Mann le ha hecho un gesto al narrador omnisciente realista para que salga de entre bastidores y salude al pรบblico, al lector, que enseguida lo reconoce como un narrador novedoso, heterodoxo por su descarada autoconsciencia, porque ve que justifica a menudo sus decisiones narrativas, y asimismo porque le confiesa lo que omite, esto es, le despliega ante sus ojos la tramoya del novelista y su mecanismo de elegir y descartar informaciรณn de una trama finita, avisando asรญ al lector tradicional de que el realismo es una falacia, y que el discurso estรก por definiciรณn subordinado a la historia (โComo nos esforzamos siempre en no presentarle ni peor ni mejor de lo que es […]. Tenemos razones para omitirlo y callar ante nuestros lectores, limitรกndonos a aรฑadir que…โ (Op.cit., p. 591). A Mann no le es preciso servirse de estridentes pirotecnias formales para servirnos en bandeja de plata la narrativa contemporรกnea. Riza el rizo, sin ir mรกs lejos, cuando abre el capรญtulo sรฉptimo jugando con las propias convenciones narrativas, que se complace en tematizar (โยฟpuedo preguntarle por los avances del Krull? Llegรณ hasta mรญ el rumor de que la interrupciรณn del trabajo estarรญa tematizada en la novela misma, una idea fascinanteโ, le escribiรณ Adorno, rendido ante su audacia formal, en Theodor W. Adorno y Thomas Mann, Correspondencia 1943-1955, Fondo de Cultura Econรณmica, Mรฉxico, 2006, p. 91). Sus innovaciones alcanzan el extremo de hacer que en ese punto de la novela no haya mรกs historia que el propio discurso: โยฟPuede narrarse el tiempo, el tiempo en sรญ mismo, como tal y en sรญ? No, eso serรญa una loca empresa. Una narraciรณn en la cual se dirรญa: โEl tiempo pasaba…โ. El tiempo es un elemento de la narraciรณn…โ (Op.cit., p. 749). Asombroso narrador contemporรกneo, metarrelato en estado puro. Mรกs aรบn: โla ilusiรณn de los sentidos y del espรญritu habรญa alcanzado proporciones mรกs ampliasโ (Op.cit., p. 754). Una afirmaciรณn que vale por la mitad de las disquisiciones teรณricas de la vanguardia en su afรกn renovador, nada menos que el advenimiento de la subjetividad y la conciencia en el universo narrativo, al unรญsono con Proust y Virginia Woolf .
Cumple traer a colaciรณn las sutiles pero contundentes conquistas tรฉcnicas y poรฉticas de Mann en La montaรฑa mรกgica โno hay espacio para rastrear las que ya se atisban, por ejemplo, en Tonio Krรถger (1903)โ si se desea comprender que la prosa innovadora de Carlota en Weimar (1939) es el fruto maduro de una trayectoria fecunda e innovadora, y una vuelta de tuerca al juego irรณnico con la tradiciรณn que Mann quiso llevar a cabo desde la publicaciรณn de Los Buddenbrook (1901) que es, anotรฉmoslo en passant, el primer movimiento de la partida de ajedrez que disputรณ a lo largo de toda su obra, en calidad de discรญpulo aventajado, frente al maestro idealizado, Goethe, cuya obra es la savia que alimenta desde la raรญz el frondoso รกrbol del autor de Lรผbeck, desde el ensayo Goethe y Tolstoi (1922) y su cรฉlebre Fantasรญa sobre Goethe (1953) a sus jugosas recreaciones (Castorp reflejado en el espejo de Wilhelm Meister, Krรถger en Werther…). El jaque mate de esa partida llega con Carlota en Weimar, el homenaje definitivo al autor de Fausto, un relato cรณmplice en el que Mann imagina el encuentro entre Charlotte Kestner, la dama en la que se inspirรณ el personaje de la Lotte del Werther (โla gente se agolpa, quiere ver a la heroรญna de las Desventuras de Werther, p. 413, ahรญ va un goloso ejemplo de literatura en segundo grado), y el mismรญsimo Goethe vuelto a la vida literaria por mano ajena, un divertimento literario de altos vuelos concebido en Kรผsnacht, escrito en el exilio, entre Rhode Island, la costa holandesa y Princeton, lugar en el que la pluma de Mann dejรณ caer el punto y final, y ublicado en Estocolmo, prueba fehaciente de su condiciรณn de trasterrado. Carlota en Weimar efectivamente culmina las audacias formales ensayadas por Mann en relatos anteriores. En el colmo de la ironรญa, difiere la apariciรณn del propio Goethe hasta el capรญtulo siete, convirtiendo los seis anteriores en una suerte de preรกmbulo digresivo y dilatorio โpero apasionanteโ que constituye toda una lecciรณn del manejo del tiempo en la novela, que se contorsiona en el texto como si se le hubiese insuflado vida. En ese mismo capรญtulo sรฉptimo en el que Goethe se estrena en la novela como criatura de ficciรณn, Mann construye un prodigioso monรณlogo interior en el que se hacinan delirios de duermevela, instantes de la vida diaria sucediรฉndose al galope, ideas poรฉticas que se agolpan en la mente, una frase pidiendo un helado, retales de la historia de Fausto, imรกgenes verbales de un lienzo de Van Eyck, sentimientos a flor de piel, descripciones microscรณpicas de un cristal de sal ilustrando la eternidad o vanaglorias del quehacer creativo (โeste dictar fluyente y dramรกtico de la voz sonora y querida, este conjurar la palabra y la formaโ, p. 80). Asรญ brota entero a la luz del texto el universo interior, contradictorio y claustrofรณbico, de Goethe, del artista, del alienado, del creador moderno enfrentado al orden burguรฉs, piedra de toque de la obra de Mann. De una intensidad y una belleza excepcionales, el monรณlogo interior que ha concebido sรณlo es comparable al de Molly Bloom con el que concluye el Ulises de Joyce o a aquellos con los que Faulkner arma el relato mรบltiple de Mientras agonizo. Texto exquisito, entre la exaltaciรณn estรฉtica, la sรกtira mรกs feroz โperdรกmosle el respeto al amor, al orden establecido o a las costumbres sociales, a todo menos al arte, escribe Mann entre lรญneasโ y la revoluciรณn narrativa del XX. Moderna hasta la mรฉdula y dotada de una prosa mรกgica que la maravillosa traducciรณn de Francisco Ayala no hace sino ensalzar, Carlota en Weimar es una novela endiabladamente perfecta. ~
(Barcelona, 1964) es crรญtico literario y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.