Desde que abrimos la primera página de Con la muerte en el bolsillo / Seis desaforadas historias del narcotráfico en México, de María Idalia Gómez y Darío Fritz, comienza a vibrar en nuestra mente una cuestión: ¿Cuánto lleva nuestro país inmerso en las aguas del narcotráfico y qué tanto sabemos de este fenómeno?
Si se trata de nombres de capos, o de cuál territorio pertenece a tal cártel, o de los crímenes más espectaculares, casi todos nos creemos expertos. Conocemos, o creemos conocer, las manifestaciones más populares de la cultura del narcotráfico. Oímos los corridos de Los Tigres del Norte, identificamos la manera de vestir de los narcos, vemos en los diarios fotografías de las casas que les decomisa el gobierno, leemos reportajes de los operativos de la pgr o del Ejército, y lucimos en cantinas o cafés nuestra erudición sobre el tema, sin imaginar que tan sólo hemos atisbado los aspectos más superficiales de sus mecanismos.
Con un trabajo de varios años de investigación, María Idalia Gómez y Darío Fritz ilustran nuestra ignorancia. Conforme avanzamos en las páginas de su libro, comprendemos que nuestro conocimiento era fragmentario, que nadie antes se había tomado la molestia de ordenar el inmenso material disperso en periódicos, revistas, boletines y expedientes judiciales y, sobre todo, que, llevados por la creencia generalizada de que toda policía es corrupta, acostumbramos soslayar la labor de quienes combaten el poder de los cárteles.
Las Seis desaforadas historias del narcotráfico en México ofrecen un relato que aborda momentos cruciales para cada una de las organizaciones delictivas que operan en el país. “Con la muerte en el bolsillo” centra su atención en la muerte de El Señor de los Cielos; “En la frontera” detalla el devenir de los hermanos Arellano Félix, desde que asentaron su poder en Tijuana hasta que el gobierno comenzó a desmembrar el grupo; “Cuando la prisión era una fiesta” se aboca a narrar la red de corrupción carcelaria establecida por Osiel Cárdenas Guillén, tanto en Matamoros como en Almoloya; “Grabaciones lejanas” cuenta, desde la perspectiva de los agentes encargados del caso, la desintegración del cártel de los hermanos Amezcua en Colima, y “Cuatro días”, también desde la perspectiva policiaca, describe las operaciones que hicieron posible la captura de Armando Valencia, capo del cártel de Michoacán, la primera organización del narcotráfico totalmente “moderna”, tanto en lo que se refiere a su “bajo perfil” como a su manera de conducirse, aprovechando los avances tecnológicos.
Llama la atención que los autores dediquen un capítulo completo, “Hora cero”, al recuento de las dificultades que han atravesado quienes se encargan de librar esta guerra. En él se detallan las relaciones de la pgr con la dea, no siempre equilibradas en lo que respecta a la información, para acabar reconociendo la ayuda que los vecinos del norte han dado a nuestras policías en entrenamiento, capital económico e instrumental técnico. Los autores penetran, asimismo, en el espinoso tema de las relaciones entre los miembros de la pgr y el Ejército, quienes muchas veces se estorban unos a otros por motivo de la desconfianza mutua.
Aunque Gómez y Fritz se enfocan en temas específicos, cada una de las historias es atravesada una y otra vez por datos y precisiones que a lo largo del libro terminan por ofrecer al lector una mirada global de lo que ha ocurrido durante los últimos tres lustros en el mundo del tráfico de drogas. Así, el fenómeno es contemplado desde una perspectiva múltiple: la de los criminales más conocidos, la de las instituciones dedicadas a combatirlos, y desde la mirada individual de ciertos agentes (de los espías que monitoreaban los pasos de los Amezcua, o a través de las acciones de Ernesto Ibarra Santés, verdadero sabueso que puso en jaque al cártel de Tijuana hasta que fue asesinado cerca de las oficinas de la pgr en la ciudad de México). También nos encontramos, por supuesto, con el punto de vista de los norteamericanos, tanto el de sus jerarcas como el de los agentes comisionados en nuestro país.
Los autores descubrieron que la acumulación del material y su posterior exposición razonada, organizada, es quizás una de las principales herramientas con que cuenta la narrativa para mantener interesado al lector en las páginas de un libro. No se confiaron en el atractivo que, de por sí, representa narrar la historia del crimen. Los seis relatos incluidos en Con la muerte en el bolsillo se leen con intensidad, como si nuestra mirada recorriera los capítulos de una novela negra, con sus ingredientes de suspenso, intriga y emoción.
Y no podría ser de otra manera. La narrativa negra tiene como último fin mostrar lo corrupto, lo violento, lo vergonzoso que hay en una sociedad, y al mismo tiempo describir los esfuerzos de las instituciones por combatirlos, esfuerzos que, la mayoría de las veces, resultan vanos, insuficientes ante el poder del enemigo. Desde esta perspectiva, el libro de Idalia Gómez y Darío Fritz puede leerse como una novela negra, con el añadido de que nada de lo que en él aparece fue inventado. –
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