Constantino Cavafis/Constantí Cavafis

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C. P. Cavafis

Málaga Cavafis Barcelona. Antología de las primeras traducciones catalanas y castellanas de la poesía de C. P. Cavafis y selección de versiones posteriores

Edición de Vicente Fernández González

Málaga, Fundación Málaga, 2013, 221 pp.

Málaga Cavafis Barcelona es un libro celebratorio: celebra la poesía de Cavafis, pero también la fraternidad de las lenguas peninsulares. Vicente Fernández González, responsable de la edición y destacado helenista –autor, entre otros trabajos, de La ciudad de las ideas: sobre la poesía de C. P. Cavafis y sus traducciones castellanas–, ha reunido en él 51 poemas del poeta de Alejandría, traducidos todos ellos al castellano y al catalán, en homenaje a las primeras versiones de Cavafis que hicieron Carles Riba, en catalán, en 1962 (Poemes de Kavafis, Barcelona, editorial Teide), y Elena Vidal y José Ángel Valente, en castellano, en 1964 (Veinticinco poemas, Málaga, Caffarena & León). A los muchos poemas de ambos libros que se incluyen en la antología, el editor ha sumado los de otros traductores de Cavafis, desde José María Álvarez, Luis Alberto de Cuenca, Joan Ferraté o Ramón Irigoyen, en castellano, hasta, de nuevo, Joan Ferraté o Carles Miralles, en catalán. Es una lista respetable, aunque, como en toda selección, cabría preguntarse por alguna ausencia, como la de Juan Manuel Macías. El volumen es, pues, multitudinario, porque no solo abarca a diecinueve traductores, sino también sendos prólogos de Luis Alberto de Cuenca y Francesc Parcerisas, una introducción del propio Vicente Fernández González y de Joaquim Gestí, un epílogo de Juvenal Soto y seis ilustraciones, de las traducciones mencionadas o sobre Constantino Cavafis. Y todo rigurosamente bilingüe, salvo las ilustraciones: no hay un solo texto en Málaga Cavafis Barcelona, ni los títulos de sus diferentes apartados, ni siquiera el colofón, que no figure tanto en castellano como en catalán. Que una fundación andaluza publique algo así se percibe hoy, por desgracia, como una rareza, y, para muchos, hasta como una inconveniencia. Y la primera frase del prólogo de Luis Alberto de Cuenca –“A Cavafis lo leímos primero los españoles en una de nuestras lenguas, el catalán, en 1962…”– no resulta menos estrambótica. Sin embargo, si la cultura española estuviera impregnada del mismo espíritu que anima a este libro, y de la grandeza y, a la vez, la naturalidad de la afirmación de Luis Alberto de Cuenca, quizá no viviríamos algunos de los conflictos que padecemos hoy, o lo haríamos de otro modo. Hay que recordar que todas las lenguas tienen la misma dignidad, que todas son igualmente capaces de crear literatura, y que, cuando comparten un mismo espacio político y cultural, como sucede en España, todas nos pertenecen. Hay que defender su uso colectivo, su aceptación colectiva: que sean una riqueza y un patrimonio común no ha de ser solo un precepto constitucional, o un latiguillo huero en los labios de los políticos, sino un hecho vivo, constante: una realidad que concierne a todos los ciudadanos. Pocos días después de que, en su discurso de proclamación, el nuevo rey, ese que ha de traer una monarquía renovada para un mundo nuevo, se limitase a dar las gracias en las tres lenguas cooficiales históricas del país, además del castellano, como uno de esos turistas que consideran que dárselas en español al camarero que les ha servido el café ya constituye un reconocimiento suficiente de su cultura y de su país, una iniciativa como Málaga Cavafis Barcelona se revela más necesaria que nunca, y es un excelente recordatorio de que las cosas podrían ser muy distintas de lo que son.

Sobre la poesía de Cavafis, poco se puede añadir a lo que tantos han dicho ya. Parcerisas subraya la “desolación estoica, nada quejumbrosa”, de Cavafis, y su condición de “autor realista que sitúa la voz del poeta en un terreno de objetividad pretendida, en un escenario de patente visualidad, desde el cual se puede plantear, con una especie de ‘evidencia de la verdad’, la distancia moral con el mundo”, y recuerda cuánto ha influido en la poesía de la experiencia, que ha sido tanto catalana como castellana. Vicente Fernández González amplía esa visión al precisar que, en su obra de madurez, Cavafis escribe una poesía “de la objetividad y de lo fragmentario; un realismo de tono irónico, a veces dilemático, a veces paródico; un realismo de expresión clara y precisa, y enfoque complejo, dialógico y polifónico; tejido, en varios planos, en torno a personae que protagonizan la ficción y objetivan el discurso; un discurso próximo a lo novelesco y lo ‘prosaico’; una estética que subvierte la tradición decimonónica de lo ‘poético’ en el espacio tanto griego como europeo”. Juvenal Soto, en fin, acierta al subrayar el rechazo cavafiano “de los valores tradicionales del cristianismo, de la ética homosexual, del nacionalismo y del patriotismo”, aunque se excede al concluir: “La poesía hecha vida, o la vida hecha poesía. Nadie, salvo Constantino Cavafis, ha conseguido tal prodigio.” Muchos, creo yo, han obrado ese prodigio: todos los que han escrito con rigor, autenticidad y pasión; todos los que han hincado en la poesía las raíces de su ser, sin atender a caireles, subterfugios o conveniencias; todos los que se han desnudado en el verso, o se han enterrado en él, haciendo de la palabra lo que siempre debería ser: un instrumento de la verdad.

Lo de menos, en todo este asunto, es que Cavafis no me guste. O, mejor dicho, que me aburra. Ese tono astringente, quebradizo, desmedrado, se me antoja tan retórico –y, a menudo, tan falaz– como cualquier otro, aunque con el mérito indudable de haber sido el primero. Algunos poemas, no obstante, son atinados, como “Cuanto puedas”, donde, para llegar a una versión óptima, uno combinaría las versiones en castellano y en catalán: la primera estrofa me parece mejor traducida por Riba, y la segunda, por Vidal y Valente. En general, prefiero las traducciones de aquel a las de estos: resultan más naturales, menos elaboradas, en apariencia. Vidal y Valente abusan del hipérbaton, lo que enrarece el verso siempre transparente de Cavafis, y, además, sus versiones se ven perjudicadas por abundantes erratas en la puntuación, que esta edición no ha querido corregir, supongo, por fidelidad a la edición original, que es la homenajeada. También la delicada ironía de Cavafis, como en “En una gran colonia griega, 200 A. C.”, donde se burla, con enorme actualidad, de los reformadores políticos (“¡Qué bendición sería / que nadie los necesitara!”), y algunos de sus poemas eróticos resultan sugerentes: en “Preguntaba por la calidad”, por ejemplo, enhebra con justeza y agilidad una historia de atracción instantánea entre el protagonista del poema y el dependiente de un pequeño bazar. “Miris: Alejandría, 340 después de J. C.”, en fin, urde una historia con alusiones oblicuas, sutilísimas, y esa narratividad indirecta acaba absorbiendo al lector, y hasta percutiendo en él. Otros poemas, en cambio, carecen por completo de interés. ¿Cuál puede tener, por ejemplo, “De cristal de colores”, en el que el poeta ensalza el hecho de que no fueran piedras preciosas, sino cuentas de colores, las que adornaran las coronas, “en las Blaquernas, de Juan Cantacuzeno / y de Irene, hija de Andrónico Asán”? Pero, de nuevo, el gusto discrepante está, en este caso, de más. Málaga Cavafis Barcelona es una edición ejemplar de uno de los poetas clásicos de la modernidad –así lo han querido los lectores– y un modelo a seguir, también, para la convivencia de las lenguas españolas, si es que no acaban venciendo, en estas sórdidas lides que nos atenazan, los que quieren, de un lado y de otro, que dejen de convivir. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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