Casi todas las antologías de poesía hispanoamericana contemporánea publicadas en los últimos veinte años incluyen a escritores nacidos de 1910 a 1950. Sólo dos se extienden más allá de esos límites. En 1997, Julio Ortega incluyó en Antología de la poesía hispanoamericana del siglo XXI / El turno y la transición (1997) a poetas nacidos entre 1959 y 1975; y Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras, en Prístina y última piedra / Antología de poesía hispanoamericana presente (1999), recogieron obra de los nacidos entre 1940 y 1965. La antología que nos ocupa parece querer continuar a ésta y abocarse —como relevo— a escritores nacidos entre 1965 y 1979 (aunque la addenda —¿innecesaria?— extiende este límite a 1984). La secuencia de quince años se da tal vez con referencia al lapso con que se concibe una “generación” (según Ortega y Gasset). Aunque arbitrario y cuestionable, uno podría sugerir con este parámetro las siguientes generaciones de poetas según las fechas de nacimiento: 1890-1905, 1905-1920, 1920-1935, 1935-1950, 1950-1965 y 1965-1980. También usada comúnmente es la división por décadas. Otro modo de clasificar es a través de las fechas de publicación de los primeros libros. En este último sentido, esta antología recoge textos de los últimos veinte años (1985-2004), aunque se concentra sobre todo en la última década (se trata de los poetas de los noventa). Ya han salido antologías que cubren el mismo periodo de Argentina, México, Chile, Cuba, Colombia y Costa Rica (además ha aparecido casi simultáneamente ZurDos / Antología poética, editada por Yanko González y Pedro Araya, que reúne a treinta escritores hispanoamericanos, nacidos entre 1961 y 1975).
En el prólogo, los editores de El decir y el vértigo aclaran que intentan ofrecer un “panorama de poemas, de registros, de escrituras particulares, más que de autores prestigiados en sus países. Quisimos resaltar, por encima de premios y reconocimientos, al poema mismo.” (p. 13) Este criterio de juicio de valor estético evita “rendir cuotas nacionales, temáticas, ideológicas o encaminadas al estudio de género”. (p. 13) Sin embargo, en su afán por abarcar todo el continente, los editores recurrieron a una división geográfica (con asesores regionales) que inevitablemente los orilló a establecer una lista (señalada en la contraportada y no en el orden de aparición de los poetas en el libro) por países, estableciendo un parámetro (México y Argentina encabezan la lista con once poetas cada uno) que, aunque sea justo, hace pensar en criterios demográficos y no realmente literarios. Por ello, resulta extraño que sólo seis de los cincuenta y siete escritores sean mujeres. Por lo demás, llama la atención el gesto noble de los editores de autoexcluirse (lo normal es lo contrario), aunque bien merecían la inclusión.
El libro ofrece verdaderamente un panorama que nos permite conocer a los poetas de hoy. La amenaza de la economía del mercado no parece haber hecho mella en la producción de la poesía hispanoamericana; los editores dicen haber leído cerca de quinientos escritores (cifra fácilmente multiplicable si se hiciera una investigación aún más exhaustiva país por país). Se podría argüir que los poetas jóvenes siguen o reajustan a su modo los movimientos, corrientes o temas anteriores: vanguardia (cubismo, surrealismo, concretismo brasileño), antipoesía, coloquialismo, compromiso político, neohistoricismo, intertextualidad, misticismo, metapoesía, vueltas a las formas clásicas, feminismo, neobarroco, homoerotismo, etcétera.
A pesar de la amplia gama de escrituras, hay algunos rasgos comunes que vale la pena mencionar. En primera instancia, una transición que va del neobarroco (poética predominante en los setenta y ochenta) al objetivismo (según se autodenominan algunos poetas en Argentina). Éste remite al movimiento homónimo de los poetas estadounidenses Louis Zukofsky y Charles Reznikoff, con influencia de Ezra Pound y William Carlos Williams. Se trata de una poesía más directa, que no teme ser prosaica renunciando al hermetismo y a las largas perífrasis sintácticas. El lenguaje coloquial, el argot, incluso las incorporaciones de la cultura popular (en ambientes predominantemente urbanos), le confieren a esta poesía un color necesariamente local. Algunos elementos del exteriorismo de Cardenal son evidentes (después de todo están influidos por los mismos poetas estadounidenses), pero el objetivismo carece del fuerte elemento de adoctrinamiento en su denuncia política; utiliza en cambio el humor y, en ocasiones, el cinismo, como mecanismos críticos de su sociedad (compárese, por ejemplo, la “Oración por Marilyn Monroe” de Cardenal, con la “Oración del repositor en el supermercado” de Washington Cucurto), además del nihilismo, el escepticismo y la impotencia (ver a este respecto el prólogo de Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela a El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002). La actitud desenfadada rinde homenaje a la antipoesía de Parra, utiliza el humor heredado de la vanguardia (de Oliverio Girondo, por ejemplo), o la ironía cargada de amargura de un José Emilio Pacheco.
Por otra parte, la mezcla de lo alto y lo bajo (yuxtaponer en ocasiones una cita erudita frente a una alusión popular) permite pensar que algunos de estos poetas, más que antagonistas, son continuadores del neobarroco. En Germán Carrasco, por ejemplo, se da una mezcla de registros de voces que hacen recordar a Rodolfo Hinostroza o a Gerardo Deniz (aunque no sea tan poundiano como el primero ni tan erudito como el segundo). Otra voz interesante es la de Jaime Huenún, quien acude a los ritos y voces de los mapuches para gestar su propia dicción. Los requiebros de la sintaxis (reminiscencias vallejianas) van unidos a una exploración del mundo atávico indígena: “Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín / e hualle, tineo e lingue nudo amáronse / amantísimos, peumos / bronceáronse cortezas, coigües mucho / besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor despertar / de las aves ya arrulladas / por las plumas de sus propios / mesmos amores trinantes” (“Ceremonia del amor”, p. 110).
También, hay que señalar que el prosaísmo de muchos de estos escritores no significa que hayan abandonado la búsqueda del ritmo. Una simple hojeada al volumen indicaría que predomina el verso largo, compendioso y acumulativo, aunque mucho menos denso que el de los neobarrocos. A veces, se continúa la línea sinuosa altamente lírica, heredera de la mejor tradición eufónica mexicana, como en el muy sensual “(helena)” de Ernesto Lumbreras o en la exquisitez de los vocablos (al estilo del modernista José Asunción Silva) de “La perfumista”, de Jorge Fernández Granados.
Un apunte final. Aunque esta antología es verdaderamente abarcadora, me gustaría señalar una ausencia (justificable): la poesía hecha expresamente para aprovechar los medios electrónicos y “publicada” a través de páginas en Internet. En este tipo de poesía se aprovechan los recursos de color, sonido, espacio y de conectividad (una palabra puede remitir a otra palabra, frase o poema, y éstas a otras y así sucesivamente); de algún modo, el ideal de la vanguardia histórica. Es imposible de reproducir en forma de libro tradicional. Si acaso despierta curiosidad, remito al lector a la página creada por la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo: http://epc.buffalo.edu/e-poetry/. Allí encontrará poetas de todo el mundo, incluidos algunos de Hispanoamérica (el espacio virtual elimina fronteras).
Lamentablemente, el espacio de esta nota nos impide examinar con más detalle el volumen. De todos modos, uno de los méritos de El decir y el vértigo es el de incitarnos a leer con mayor detenimiento la poesía de los jóvenes de hoy. –
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