El seƱor Kreck, de Juan Octavio Prenz

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No es frecuente que la casualidad editorial hermane a dos libros, uno de ficciĆ³n y otro de periodismo, por su tema, pero tambiĆ©n por su dolor, por el complejo entramado de la angustia que envuelve recuerdos de aƱos de tormento y pesadilla, sin que se haga presente la efemĆ©ride, esa suerte de oportunismo al que se cuadran tanto autores como editoriales para destacar en las librerĆ­as ā€“y para vender mĆ”s, por supuestoā€“, como si sĆ³lo mereciera la pena recordar o celebrar las dĆ©cadas o, de manera mĆ”s humilde, los lustros. Afortunadamente todavĆ­a hay quienes ā€“autores y editorialesā€“ escapan a la selectividad ceƱida al calendario, encorsetada a ese roedor que es el mercado.

Ɖste es el caso de la novela El seƱor Kreck de Juan Octavio Prenz, y del libro Memoria del miedo, de Andrew Graham-Yoll (Libros del Asteroide, 2006), sumario de artĆ­culos y reportajes; ambos, testimonios fidedignos de la dictadura militar que ensombreciĆ³ a Argentina entre 1976 y 1983; testimonios, tambiĆ©n, de cĆ³mo la ficciĆ³n y la ā€œno ficciĆ³nā€ pueden enriquecerse, complementarse, correr como lĆ­neas casi paralelas que se juntan al final del camino para enlazarse, en contra de la opiniĆ³n de quienes desdeƱan un gĆ©nero en favor del otro.

Prenz parece hacer un guiƱo al Samsa de Kafka, no sĆ³lo por el juego que permite asociar Kreck a Kafka y, por tanto, a Samsa ā€“y asĆ­ tambiĆ©n a Prenz, apellido del autorā€“, sino por la verdadera pesadilla de la transformaciĆ³n propiciada por el modo en que en la Argentina totalitaria de la dictadura, dedicada al secuestro de la libertad y de la seguridad, dichos valores eran falsamente defendidos por el Ć³rgano militar de ese paĆ­s. AsĆ­, de la noche a la maƱana, el seƱor Kreck, un empleado modelo, gris exteriormente y burocrĆ”tico, despierta convertido en reo, en un hombre apestado, apestado su nombre, en una persona seƱalada por el cobarde ā€œAlgo habrĆ” hechoā€, por esa terrible manera de convertir al inocente ā€“o bien, incluso al sospechosoā€“ en culpable, y castigarlo con la peor de las condenas: la inexorable humillaciĆ³n que conlleva la defensa de la inocencia.

Parece, en efecto, el mundo sin sentido, dominado por el absurdo, convertido en axioma: ā€œPara un abogado, a veces, y siempre que disponga de elementos, es mĆ”s fĆ”cil defender a un sospechoso grave que a un inocenteā€, ese mundo-paradoja en el que incluso una palabra de menos podĆ­a ser sospechosa, en el que para los perseguidos ā€œla cĆ”rcel es un lugar incĆ³modo, pero seguroā€, en la medida en que en la calle ā€“espacio libreā€“ se desarrolla la guerra sucia de los cuerpos paramilitares, de quienes son cĆ³mplices Iglesia, periodistas, policĆ­as y una lista interminable de personas para quienes lo mĆ”s seguro era hacer la vista gorda, aunque a veces hacer la vista gorda incluyera ausentarse en el sepelio del propio hijo, presuntamente miembro de la guerrilla, para salvar el pellejo como padre, o bien para evitar no ser seƱalado por el vecino. Si es verdad, como seƱala Prenz en boca de uno de sus personajes, que ā€œen un mundo de total impunidad es imposible escapar a su suerteā€, lo es tambiĆ©n, sin duda, conservar la dignidad si se quiere evitar la cĆ”rcel o la muerte.

Lo que Graham-Yoll expone en Memoria del miedo, esa especie de compendio del horror, con nombres y apellidos, con detalles sobre secuestros, asesinatos, desapariciones, como una forma necesaria para indagar en un mundo en el que todos tenĆ­an un amigo muerto, para indagar sobre el miedo (ā€œel terror paraliza; la histeria avergĆ¼enza; el miedo humilla. Las dos primeras sensaciones son incidentales y se desvanecen; el miedo es un compaƱero constanteā€), Prenz lo hace a travĆ©s de una narraciĆ³n a dos voces, con interesantes saltos en el tiempo y en el espacio, en la que se va hilvanando la historia de su protagonista, un inmigrante de la Europa central, contada a partes por un narrador omnisciente y por Rosario, la esposa del seƱor Kreck, reo sospechoso, reo maldito que guarda en secreto las razones por las que ha decidido alquilar un apartamento en La Plata, de cuyas llaves se desprende el primer motivo de la acusaciĆ³n, ā€œalgo tramaā€, secundado por aquel ā€œalgo habrĆ” hechoā€, ā€œen algo estarĆ” metidoā€.

Una manera brillante de contarnos cĆ³mo se arruina una vida, al tiempo que descubrimos a un autor, en EspaƱa desconocido, que ha escrito un libro valiente, memorable. SĆ³lo una particular objeciĆ³n: Āæpor quĆ© habrĆ” que cuidarse las espaldas con esa nota de advertencia a la que recurren tantos autores: ā€œCualquier semejanza con la realidad, con personas vivas y muertas, es pura coincidenciaā€? No lo es. Y lo sabemos todos. Mejor serĆ­a escribir, parafraseando a HĆ©ctor Aguilar CamĆ­n: ā€œTodos los personajes de esta novela son reales, incluidos los imaginariosā€. No hay nada de malo en seƱalar con el dedo a los culpables. Todo lo contrario. Hay que llamar ā€œasesinoā€ al asesino y olvidarse de eufemismos. Hay que recordar sus nombres, recordar sus apellidos, que nunca se olviden, por mucha amnistĆ­a que se promulgue, por mucho diĆ”logo que se establezca, por mucho deseo de ā€œpasar pĆ”ginaā€, de ā€œaquĆ­ no ha ocurrido nadaā€, esas conveniencias a las que la historia nos ha ido acostumbrando. Que la literatura no nos acostumbre a ellas. ~

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Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frƔgil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".


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