El tesoro de Sierra Madre, de B. Traven

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Es fácil de comprobar: cuando terminamos las 343 páginas de El tesoro de Sierra Madre no sabemos casi nada de las biografías de sus tres personajes principales, pero sabemos en cambio bastante de sus (a veces oscuros) corazones. Hemos leído mucho sobre lo que puede desencadenar el oro en un ser humano, con lo que sería fácil deducir que la novela trata sobre el oro, la minería y la codicia. Lo interesante es que bastante de lo que dice no es lo obvio, que todos conocemos desde la Biblia, sino que aporta lo que no sabíamos ni estaba previsto. Y lo hace además con una estructura de pocos elementos que no deja respirar.

Resulta tentador, claro, asociar la falta de información sobre los personajes de El tesoro con la relativa a B. Traven, escritor en quien los periódicos han redescubierto un filón, pues por lo visto se anuncia el desvelamiento –¡al fin!– de su verdadera nacionalidad, en una ingenuidad conmovedora –si bien nada sorprendente en la hoy ya obscena industria identitaria–, como si la nacionalidad de un escritor quedase fijada para siempre por el sello de un consulado o la firma de un alcalde.

Pues Traven pertenecía por lo visto a ese cada vez más atractivo y utópico grupo de escritores –Salinger, Coetzee, Blanchot, Beckett…– que, unos más que otros, no consideran en modo alguno atractivo el someterse a la curiosidad pública y han llegado, como en el caso de Pynchon, a intentar borrar su rastro hasta de viejos registros de asociaciones de ex alumnos. Y las especulaciones sobre sus identidades dan lugar a libros enteros, incluso libros perversos como, en el caso de Salinger, sobre “las dificultades” puestas por el escritor para ser esculcado con una lupa. (Sobre la ética de todo ello léase por ejemplo Los papeles de Aspern, de Henry James).

El resultado que aquí nos concierne es que, en la discusión de si Traven era un marino finlandés o un anarquista alemán en fuga (entre otras posibilidades), por lo general se olvidan sus libros, que por los años treinta tuvieron un éxito internacional. Lo que resulta algo injusto para quien consideraba, según la Enciclopedia del Anarquismo, que lo incluye como uno de los suyos, que la única biografía de un creador es su obra. Y que al parecer afirmó no tener la menor ambición de posteridad literaria.

El tesoro de Sierra Madre cuenta la historia de cómo tres desarrapados consiguen la información secreta sobre una mina de oro en lo más profundo de la Sierra Madre mexicana y… lo que ahí sigue es una historia de acción, susceptible por ejemplo de ser filmada por John Huston en una película conocida. Pero lo interesante, a mi juicio, no son tanto las peripecias en torno al oro y su posesión sino el portentoso seguimiento de las motivaciones de esos personajes, que van cambiando con coherencia según la aventura en turno. De su forma de razonar, o no hacerlo, y actuar en consecuencia, de acuerdo con pulsiones que se nos olvidan en nuestro mundo asfaltado, y que sin embargo son verdaderas y tan grandes como la Sierra Madre. Y descritas con algo que en su día se apreciaba mucho, ¿recuerdan?, hasta el punto de que se decía que era más importante al escritor que un papel y un lápiz: la experiencia. Y de ahí tantos escritores por las carreteras en busca de empleos pintorescos y aventuras que les permitiesen conseguirla.

Hubo un tiempo en que se valoraba a los escritores en función de si tenían experiencia y sabían escribir algo con ella. Tolstoi no hubiese podido escribir Guerra y paz sin su paso por la guerra de Crimea, Dostoievski no es comprensible sin sus cinco años en Siberia, todo el conocimiento de Conrad del ser humano lo construyó como una geografía en sus navegaciones, Saint-Exupéry ni tan siquiera existiría como escritor de no haber pilotado… Hoy por lo visto pesa menos. Hoy a los escritores se les valora por si son adaptables al cine y por eso muchos hacen la mili escribiendo guiones para la televisión por cable. De ahí que leer a Traven hoy constituya una recomendable sorpresa, entre otras cosas por lo que consigue: sujetar una historia con personajes de los que desconocemos casi todo, origen, condición y hasta edad. Casi sabemos tan solo su nombre y el modo en que se comportan.

El México que refleja Traven resulta, no por despojado, menos convencional en la visión de alguien del norte. Sí me ha resultado interesante un apunte que hace el autor al paso, por boca de uno de sus personajes, sobre la falta de fiabilidad de las gentes del sur. Según dice, ese no es más que el resultado de una quiebra histórica de la palabra. A esos pueblos nunca se les cumplió lo que se les prometía.

Pequeño enigma de esta edición es cómo un escritor con semejante instinto para construir una novela no lo tenga en cambio para el lenguaje, que a veces chirría por significado, ritmo, ausencia de oído para el diálogo que arma casi todo el libro… bien es verdad que puede tratarse de la traducción. Pero no he tenido la oportunidad de contrastarla con el original. ~

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Pedro Sorela es periodista.


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