Entrevista a Jorge Freire: “Es mentira que nuestra época se defina por la diversidad”

Nadia Khalil
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Jorge Freire (Madrid, 1985) ha publicado una biografía intelectual de Edith Warthon y el ensayo sobre Arthur Koestler Nuestro hombre en España. Filósofo de formación, ha obtenido el premio Málaga de ensayo por Agitación. Sobre el mal de la impaciencia, que acaba de editar Páginas de Espuma, y donde describe con humor y lucidez una característica contemporánea: el impulso por estar al día, en convulsión permanente, a medias “entre la anticipación y la experiencia”.

¿Cómo nace este libro y qué ha supuesto el cambio con respecto a tus obras anteriores, que tenían un componente más narrativo y biográfico?

Por un lado, me apetecía escribir sobre el presente (y no la actualidad, que es cosa bien distinta). Por otro, es difícil evitar los caminos trillados y encontrar personajes más o menos oscuros que tengan interés, como Wharton o Koestler. Creo que en ambos ensayos había polémica de ideas, aunque no fueran stricto sensu libros de filosofía.

Agitación es un libro sobre el mal de la impaciencia”. Dices que debemos aprender a aburrirnos. En parte podría verse como un tratado contra la bulimia (de experiencias, de productos culturales). Esa avaricia de experiencias parece conducir casi por necesidad a la insatisfacción, siempre querrías estar en otra parte, porque te estás perdiendo algo.

Uno de los rasgos distintivos del individuo agitado, que mucho abarca y poco aprieta, es su carencia de dynamis, que es la palabra con que Platón definía la presencia simultánea de actividad y pasividad. Si ahora está abroncando al camarero porque ha tardado dos minutos en servirle el café, por la tarde estará en el sofá tragándose cincuenta episodios de Homeland. De ahí que los turistas sean los más enconados enemigos del exotismo. El viaje, reducido a una recolección planetaria de souvenirs y de experiencias, no solo no amplía nuestros límites mentales, sino que los estrecha. Paradojas del Homo Agitatus.

Dices que tú eres el principal destinatario. Hay un componente de parodia de amigos y de autoparodia, a veces tiene un tono casi teatral. Y al mismo tiempo es un libro que va contra la corriente principal de nuestro tiempo. Hasta ahora, con el confinamiento, sacamos listas y listas contra una especie de horror vacui.

Los pecadillos del agitado son, como mucho veniales, y los daños que provoca solo se los inflige a sí mismo. Tocaba hacer una crítica incruenta y yo soy un cascarrabias, pero piadoso. Digo, medio en broma, que la crítica de este libro es como la lanza de Aquiles, que hiere y sana al mismo tiempo. Algunos amigos se han reconocido en la caricatura; otros, todavía no. Espero que nadie se duela en exceso.

La tendencia al nacionalismo y el énfasis identitario, dices, tienen algo de espejismo. Vamos, sostienes, a una monocultura internacional. ¿Puedes explicarlo un poco?

Es mentira que nuestra época se defina por la diversidad, que es algo que ha existido siempre y que no es ahora cuando precisamente descuella. Lo que define nuestro mundo es su tendencia a la homologación. Por lejos que uno viaje, se encuentra con la misma gente, las mismas opiniones y las mismas formas de vida. Aunque se enriquezca localmente con aromas folclorizantes, hay una sola cultura. Lévi-Strauss definió como monoculture la producción de civilización en masa que, a su juicio, despuntaba hace seis siglos. Hoy toda la tierra es monocultivo. Los teólogos medievales acuñaron la expresión unum in diversis para aludir a aquello que unificaba la diversidad. Ahora sucede lo contrario: es la diversidad aparente, estimulada por aquello que Freud llamó el narcisismo de la pequeña diferencia, la que apuntala la homogeneidad masificada. Sospecho que los nacionalistas son plenamente conscientes de ello; de ahí la exageración de sus aspavientos.

Pierden el tiempo quienes creen que la lectura los hará mejores. ¿Por qué, y por qué leer entonces?

Decía Cicerón que no hay diferencia entre cuidar un campo y cultivar el espíritu. La cultura es lo que crece. Pero eso no significa que leer una novela de Murakami te vuelva más guapo, más alto y más fuerte. Quizá exista un proceso más dilatado, similar a la meteorización. La marea infiltra sedimentos en las oquedades de las rocas que, tras flujos de expansión y de contracción, la fracturan desde dentro. Es ese libro que, al hacer crisis en nuestro interior, imprime carácter. El mío fue Demian, de Hesse, que leí con catorce años. Desde entonces, la lectura me ha dado horas y horas de esplendor y exuberancia, y eso es para mí justificación suficiente. Otra cosa es atribuirle utilidad. Siempre ha habido tontos que, aún encomendándose la tarea gimnástica de estar al tanto de todas las novedades, se sorprenden de lo poco que les cunde. Pero también hay lectófobos muy asolerados que destacan por su inteligencia. Al fin y al cabo, inter-legere significa saber leer entre líneas de ese libro que es el mundo. En el rebaño feliz de los hombres, por decirlo con la expresión de Mallarmé, hay ganado de mucha casta.

Una categoría que atacas es la del tonto especializado. ¿Qué es exactamente?

Al tonto especializado se le oye. Uno lo reconoce por sus frases –“yo es que sé de lo mío”– y por su incapacidad de hablar en más de un registro. En Middlemarch, el cultísimo Casaubon es, a pesar de sus abundantes lecturas, o quizá precisamente por ello, incapaz de comunicarse con la joven Dorothea sin recurrir a la jerigonza legal o a los latinajos que dirigiría a sus amigos lores. A esto su autora, George Eliot, lo denomina el “charloteo de los hombres pesados”.

El tonto especializado no carece de cultura, sino que está deformado por ella. Es injusto criticar al futbolista por no saber hacer la o con un canuto, so pretexto de que “solo sabe de lo suyo”, y exculpar a este intellectual yet idiot, por decirlo con Taleb. Mill escribió que quien solo conoce su propio lado del asunto conoce poco de él. En la sociedad de la transparencia, el conocimiento se reduce a mera gestión de datos. Sin embargo, la inteligencia, que solo discurre mediante nexos y correspondencias, no puede confinarse en cámaras individuales. Si el cálculo es transparente, cerrado y previsible, el pensamiento es oscuro, abierto e imprevisible. Es, por definición, paradójico, difuso y dialéctico.

También criticas la inmediatez.

Respecto a la inmediatez, creo que es criticable por muchos motivos. Por un lado es yerma, pues de lo inmediato no puede brotar la cultura. Borges dijo que la crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por otro lado, es invasiva. Una cosa es que el almuecín salga a convocar a oración cinco veces al día y otra, que lo haga cada cinco minutos. Las noticias en tiempo real se parecen a esa tortura que llaman la gota de agua, o gota china, que consiste en que te va cayendo una gota en la frente cada tres o cuatro segundos. ¡Y pensar que hay quien se somete a ello voluntariamente…!

Fumaroli ha escrito que en el pasado se concebía el arte como una actividad surgida del ocio fértil y desinteresado, pero en la actualidad ha pasado a ser una nueva categoría de la actividad industrial. Había partes de Agitación donde pensaba en esa idea de Fumaroli.

Ese arte libre tenía los días contados. Una vez independizado de su función cultual, no encontró sino enemigos. Lo malo es que se librase del culto para, andando el tiempo, uncirse al yugo institucional de críticos, galeristas y artistas. Porque cuando Nietzsche decía que necesitamos el arte para no hundirnos frente a la verdad no se refiere a acudir a un museo, precisamente, sino a una actitud, a una forma de hacer las cosas: el arte como artesanía. Sospecho que el arte institucional queda neutralizado cuando se le ven las ideas.

A mucha gente le incomoda que no se sujete a una causa o a un mensaje, pero qué le vamos a hacer si lo paradójico, lo oscuro, está ínsito en el arte. Así que, por decirlo con Schopenhauer, cuando se le ve la intención, indispone. Puede que Savonarola se hubiese puesto de uñas con quienes hoy se definen como “creadores”, porque la creación ex nihilo es una regalía exclusiva de Dios, pero creo que sus herederos están muy tranquilos. El peligro de la “subversión tolerada” es que, al convertirse en un artefacto de esnobismo, el arte deja de interpelar a quien lo contempla.

Recurres mucho a las citas, y al final lo explicas aludiendo a Isaiah Berlin, de quien dices que para ti quizá sea el filósofo más importante del siglo pasado. ¿Por qué te lo parece?

Es lo más parecido a lo que en otro tiempo habría sido un ilustrado o un enciclopedista a lo Diderot, un pensador independiente que aplica la lupa a lo que le rodea, algo meritorio en un tiempo en que predominaba el intelectual engagé. Creo que su obra, tan aparentemente discreta, da la razón a Heidegger en que la buena filosofía es inactual. No son menores las enseñanzas que se extraen de su magisterio. Una, que por nobles que sean las ideas que enarbolas, debes someterte a un escrutinio constante. Otra, que el escepticismo es moralmente superior a la comodidad de las respuestas fáciles, por lo que debes resistir la tentación de caer en cualquier monismo que resuelva los problemas a partir de un único principio, como si de una varita mágica se tratase. Lo mejor de Berlin está contenido en El estudio adecuado de la humanidad, que encima contiene El erizo y el zorro y un ensayo maravilloso sobre Herzen, pero mi libro favorito es su biografía de Marx.

Hablas del miedo a parecer moderado. ¿Qué es exactamente?

En momentos de agitación queremos ser más revolucionarios que el vecino. A esa conclusión llegó Jacques Le Bon en un libro, discutible en muchos aspectos, titulado Psicología de las multitudes. En él muestra que, por temor a parecer templados, algunos miembros de la Convención eran capaces de excusar, cuando no de cometer, terribles desafueros. Un poema de Jorge Guillén dice que “esa fe tan sonora del energúmeno,/ por muy genial que sea,/ irrita los oídos con injusto atropello”. En momentos de calma, todos lo suscribimos. Pero es fácil caer en el energumenismo cuando Dios vomita a los tibios de su boca.

Estar centrado es lo contrario de estar disperso. Por eso cualquiera sirve para revolucionario de mesa camilla. Mejorar lo que te rodea es un esfuerzo que requiere tesón y fortaleza de carácter. De los doce trabajos de Hércules, el más ímprobo no fue cazar al jábali, ni decapitar a la Hidra, ni desquijarar el león, ni ninguna de esas empresas tan heroicas, sino limpiar los establos de Augías. Por eso la agitación es inmovilista. Parafraseando a Lampedusa, que todo se agite para que nada cambie.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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