Eminentes plagiarios

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José Manuel Prieto, Enciclopedia de una vida en Rusia, CNCA, México, 1998, 199 pp.
Gloria Méndez, El informe Kristeva, Seix Barral, Barcelona, 1998, 191 pp.
Gonzalo Vélez, …perforaciones…, Joaquín Mortiz, México, 1998, 296 pp.
Mario González Suárez, De la infancia, Tusquets Editores, México, 1998, 173 pp.
Juan José Rodríguez, El gran invento de siglo XX, Joaquín Mortiz, México, 1998, 265 pp.


Una enciclopedia rusa

LOS SOVIÉTICOS, DIBUJADOS POCO antes de dejar de serlo, parecerían haber sido una nación fantástica, digna de Swift, de Butler o de Grandville. Ese viaje por el mundo al revés es la tarea emprendida por José Manuel Prieto en su Enciclopedia de una vida en Rusia. La novela es obra de un pasajero en tránsito por la URSS, que la observa con el moralismo clásico del inventor de utopías o distopías. A Prieto (La Habana, 1962) ya no le interesa la calificación de un horror histórico, sino la descomposición alfabética, a la manera del Diccionario jázaro, de Paviç, de una civilización perdida. El romance entre Thelonius Monk y Linda Evangelista, protagonistas de esta Enciclopedia… nos ofrece un léxico para entender esas extrañas costumbres soviéticas: Acquea Regia, Babionski, Bogatir, Dachas, Nierus, Pseudo-Dimitrius, Yalta. Una traducción aproximada nos llevará por los caminos del vodka y de la literatura estatal, de los bárbaros no soviéticos, de las gestas colosales del socialismo, las mujeres tan bellas o el arte gogoliano de la impostura. Entre Moscovia y San Petesburgo asistimos a un amorío santificado por un dandismo que logra con eficacia sondear la tragedia mediante la frivolidad.
      
“El entusiasmo que suscitó el IMPERIO poco antes de su caída, fue la sonrisa nerviosa, la postrera esperanza del perseguido que, acorralado al borde del abismo y a punto de ser devorado por el monstruo, lo ve detenerse en seco, sorprendido por el vuelo de una mariposa. Visión que aplaca el furor de su mirada, la piel azul de su morro informe plegada en una mueca humana […] A la mañana siguiente, cuando encendimos el televisor, nos enteramos de la CAíDA DEL IMPERIO. No experimenté emoción alguna. Sólo que Mijaíl Sergueievich, el último emperador, nos envió un mensaje lleno de significado. Es, sin duda, un dato de interés general. Lo menciono aquí para que pase a la historia: el último emperador se reunió con un grupo de rock (uno pésimo, The Scorpions) horas antes de que leyera su dimisión en televisión. Un gesto muy inteligente de su parte, sin duda. En esencia, éste había sido un tiempo tan viejo como cualquier otro.”
      
A esta novela sólo le reprocharía esa necesidad un tanto insular de arrollar al lector con la vastísima cultura del novelista. Cuando se tiene ingenio, la erudición es frecuentemente un fardo. José Manuel Prieto nació en el Año de la Crisis de los Misiles. Es un escritor que confiesa “haber vivido largos inviernos en el corazón de Rusia como Bowles en Tánger, la nieve inhóspita y la desesperación secular de las ruinas”. Su Enciclopedia de una vida en Rusia acaso sea la primera novela soviética escrita para el siglo XXI en nuestra lengua.

El informe Kristeva

GLORIA MÉNDEZ (EL FERROL, ESPAÑA, 1969) vive en México, como José Manuel Prieto. Esa coincidencia vuelve a probar que es una necedad decimonónica seguir hablando, a estas alturas, de literaturas nacionales. En El informe Kristeva, la novelista española se inspira en un método análogo al de Prieto: reconstruir, a través de la fragmentación, una civilización imaginaria. Las tribus montañesas de Gloria Méndez están situadas cerca del Paquistán y fueron descubiertas por la improbable Anna Kristeva (1908-1943). Se trata de los moi, los acosha y los marabí.
     Quizá la homonimia entre la horripilante psicoanalista y semióloga búlgara y la heroína de Méndez sea una burla juguetona, pues El informe Kristeva es una novela presentada a través de la deconstrucción académica, misma que ofrecerá una relación de 20 artículos, firmados por autores de toda laya, que examina el legado de Ana Kristeva como antrópologa acusada de simulación y escritora sujeta al escrutinio científico, como dibujante fallida y amante torturada, y en fin, habitante de una tumba olvidada en Praga. Me interesa esta novela por lo que tiene de averiguación de las maneras en que se construye la fama póstuma, esa invención incesante de personajes históricos llamados irrevocablemente a suplir el aparente vacío del presente. El rompecabezas sirve para rastrear la génesis de un fracaso y su conversión en éxito postrero, espectáculo diario de la cultura occidental. Gloria Méndez siente ternura, pero no conmiseración por su heroína.
     Pero la intención novelesca es más brillante que su resultado. El prólogo donde se narran los relatos primordiales de los moi, los acosha y los marabí, es ingenuo, aburrido y peca de una corrección política progre que contradice la oscura epopeya de Ana Kristeva, que Gloria Méndez dejó en calidad de obra abierta. Yo habría preferido que ella nos ofreciera la última pieza. Hay que atreverse a condenar a nuestras creaturas.

Ni plagio ni tradición

…PERFORACIONES… DE GONZALO Vélez (Ciudad de México, 1964) es una imitación, sin ninguna gracia, de la poderosísima prosa del novelista austríaco Thomas Bernhard, basada en un continuo poético de repetición compulsiva. Vélez describe, si entiendo bien, la obsesión de un idiota mexicano, “pintor para variar”, en Viena por recuperar el Penacho de Moctezuma, con una cantinela repetida, adrede, durante la fatigosa novela:
      
“ahora lo único que requiero es sobrevivir en el sistema, sobrevivir el sistema: dar la cara o persona que convenga, la Libertad es una cuestión interior, la Revolución es siempre personal…”
      
Tan difícil es narrar la vida de los idiotas que sólo hasta la aparición de la literatura rusa la misión se cumplió con genio. Supongo que la intención de Vélez era satirizar, mediante la paráfrasis de Bernhard, el llamado síndrome de Chac-Mool, esa obsesión de la cultura mexicana por encontrar en las antigüedades prehispánicas una justificación neorromántica y apocalíptica del destino nacional. Muy a pesar de mi simpatía por desenmascarar esa persuasiva idiotez, creo que Gonzalo Vélez fracasó.
     La imitación como poética me parece un razonable remedio clasicista contra los excesos de la mentira romántica. Pero sería más indulgente con Gonzalo Vélez de no haber leído, por azar, El asco (1997), del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya (1957), una creíble y perturbadora imitación de la glosolalia bernhartiana situada en El Salvador al finalizar la guerra civil. ¿Por qué Castellanos Moya lo logró y Gonzalo Vélez no? No sólo su estudio de la retórica de Bernhard fue más exhaustivo: el salvadoreño se sirvió de la imitación para decir cosas que de otra manera hubiera callado, mientras que Vélez se limitó a un ejercicio de formalismo desprovisto por completo de intensidad novelesca. Y Castellanos Moya no tuvo empacho en decir, en la primera página de su breve libro, que no se había propuesto otra cosa que arremedar al gran narrador austriaco. Todo lo que no es tradición, es plagio, dicen los viejos de la comarca …perforaciones… no es ni una ni otra cosa.

Otra infancia

SIN OTRO SOPORTE QUE UNA PROSA CASI intachable, Mario González Suárez (Ciudad de México, 1964) logra con De la infancia una novela corta de desformación —para seguir parafraseando a Bernhard— que se contará en una tradición que incluye —para hablar sólo de mexicanos— a José Martínez Sotomayor, a Jorge López Páez o a Carmen Boullosa. La trama es simple: las mudanzas físicas y espirituales de una familia atribulada por el terror del padre. Como ellos, González Suárez cree en la infancia como en la tierra primordial del escritor. Sin respiro en una atmósfera turbia y comprometido, contra la sensiblería, con la noción de la infancia como tiempo de la crueldad, el narrador logra ensombrecernos durante la hora y media que dura la lectura de De la infancia. No es ésta, como dicen sus editores, una novela fantástica. Como en algunas secuencias de Bergman, aquí no es necesario violar la naturalidad del mundo para empañarlo del horror numinoso. Esa sensación no es obra de la imaginación de González Suárez, que dista de ser sobresaliente, sino del cuidado que pone en la prosa como única forma de recuperar, valga el tópico, el tiempo perdido. Esa fijación en los detalles domésticos, lúdicos y eróticos produce que un modismo infantil, como mieditis, adquiera una legitimidad literaria que yo no habría sospechado. Y cuando Francisco, convertido en un aprendiz de criminal, alcanza a escapar en bicicleta del Mal, comprendemos que la desformación ha concluido victoriosamente.

El pequeño gran estilo

EN SU HERMOSA APOLOGÍA DE SALGARI, el crítico italiano Claudio Magris afirma que gracias al ejercicio de un “pequeño gran estilo”, ese novelista pudo trasmitirnos a los lectores adolescentes el sentido de la totalidad, aunque ésta resultase ingenua y elemental. Esta es la esencia de El gran invento del siglo XX, de Juan José Rodríguez (Mazatlán, 1970), la novela mexicana más inesperada que leí durante 1998. Estamos ante una narración deliciosamente tradicional, una miniatura china hallada en los arcones de la abuela.
     Juan José Rodríguez cuenta una historia propia del arsenal ya mal pertrechado del realismo mágico: la llegada rocambolesca del primer cinematógrafo a Mazatlán, a fines del siglo XIX. Pero una minuciosa y alegre delectación galdosiana permite a Rodríguez la realización de ese milagro de la trama perfecta, indiferente al ruido del mundo, funcionando a plenitud sin otro objetivo que el cumplimiento de su destino. Y por si fuera poco, la economía de medios impide que Rodríguez incurra en el riesgo propio del género, desechando toda consideración naturalista que torne farragosa su historia. Sin ningún didacticismo, hasta se permite la licencia poética, como cuando una libreta de crédito, deshojada por el viento, se convierte en una paloma a punto de elevarse.
     El gran invento del siglo XX encarna la crónica, recordada durante todas las mil y una noches de la literatura, del orto y del ocaso de un aventurero. No quisiera delatar a don Santiago Bordel, a quien su autor da por muerto a la mitad de la novela. Y cuando creemos que Juan José Rodríguez arruinó su novela resulta que sólo nos ha engañado. Elemental e ingenua, esta novela de aventuras es un pequeño homenaje a la totalidad artística. –

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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