Extrañeza gamberra

Nos queda lo mejor

Isabel González

Páginas de Espuma,

Madrid, , 2022,, 140 pp.

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En la solapa de Nos queda lo mejor solo se dice de su autora, Isabel González, que creció en una gasolinera. Ella dice que eso está en el eje de su literatura: una gasolinera es en parte un no-lugar, un territorio fronterizo que tal vez le sirvió para educar la mirada y descubrir el absurdo que nos rodea. Después de un libro de cuentos –Casi tan salvaje (Páginas de Espuma, 2012)– y un novela –Mil mamíferos ciegos (Dos bigotes, 2017)– vuelve a los relatos con Nos queda lo mejor, un libro optimista desde el título y reconciliatorio con las circunstancias de cada cual.

El libro reúne doce cuentos, agrupados en grupos de tres siguiendo las estaciones, aunque se empieza por el verano, quizá como un aviso de la dislocación de la realidad que vamos a encontrar. Muchos de los cuentos presentan situaciones aparentemente anodinas o cotidianas –un viaje familiar en coche, acudir a la piscina, un percance con el coche– que en un momento pasan a convertirse en algo extraordinario, absurdo. A veces esa extrañeza ante lo que sucede viene subrayada por la inventiva gamberra de González, que juguetea con las imágenes un poco como hacía Sergio Algora en las letras de El niño gusano: el resultado podía parecerse al surrealismo, pero el impulso era ser lo más fiel posible a su propia percepción. Por ejemplo, en “División aerotransportadora”, de la pareja protagonista se dice: “Él era un gato pachorro y ella un perro bastante inquieto, feliz en general, atado a veces bajo la lluvia. Así se definían.” Cuando ella abre la puerta desnuda pero con frutas colgando del pelo para que el peso alisara los mechones, el repartidor no se sorprende y la toma por una integrante de Fuck for the forest, un grupo de gente “que follaba en el campo para salvar el campo”. El cuento habla de una pareja de artistas que deciden intercambiar sus estilos y sus firmas y, sorprendentemente, les funciona.

El tono del libro va de la extrañeza a la risotada, que no hace ascos a los chistes procaces, a la gamberrada y a un cierto gusto por lo selfdeprecating: muchas de las protagonistas podrían ser versiones de Isabel González, o de cualquier mujer pasando por cualquier situación aparentemente normal convertida en una situación patética de la que surge el gag: la embarazada que se queda atrapada en el barro cuando sigue a su vecino por el huerto para ver los pavos, por ejemplo; una mujer que sospecha que su marido tiene un lío y acaba (empieza, más bien, en el cuento) con un diente menos.

Entre los temas que aparecen en el libro, uno de los que más peso tiene es el paso del tiempo. Es el tema de “Nadie cumple años”, uno de los varios cuentos magistrales de este volumen, que desarrolla la teoría de que los años no se cumplen de uno en uno, sino de golpe: así, la protagonista pasó de los trece a los veinte la noche en que se enrolla con un chico y, dice, “sabes, a ciencia cierta, que lo justo es chupársela. Fiestas de pueblo. Un forastero. Rubio. Siempre me han gustado rubios. Que perteneciera a un grupo independentista catalán me daba lo mismo porque yo no me metía en política sino en bares, verbenas, peñas y en cualquier tugurio donde hubiera alcohol y música”. Los otros saltos que recuerda son de los cinco a los trece, de los veinte a los cincuenta, de los cinco no se acuerda, aunque hay una foto: “Llevo un vestido rosa con la pechera de nido de abeja, un lazo, medallita de oro por fuera, los calcetines de perlé y un zapato de charol negro que hace brillar mi pie derecho. En el izquierdo no sé ni qué llevo. No brilla. Lo metí en un charco antes de entrar y lo pringué de barro hasta la rodilla.” Dentro de este asunto del paso del tiempo y la sensación de que la vida nos arrolla, lo que más sufre son las relaciones de pareja, no el amor, sino el sexo, gran damnificado de la convivencia y los hijos y el trabajo y el ritmo acelerado (siempre que no seas rico, claro): “–Los calcetines del peque, cámbiaselos también, porfa –le dijo ella. El tipo de frase erótica que solían intercambiar últimamente.” Quizá de ahí surge esa especie de reivindicación de los “Hombres grandes”, no solo en el cuento que se llama así, también en “Esa clase de mujeres”, que ofrecen una visión conciliadora de las relaciones entre hombres y mujeres.

Entre mis favoritos está “El círculo”, que hace referencia al círculo perfecto que forman las señoras al lado de la piscina olímpica en verano. Puedo verlas: “Hablaban de garbanzos y de esquelas, la lealtad puntuaba alto, despreciaban la muerte, elogiaban la resignación y algún detergente, e interrumpían la charla. […] Daban miedo: brujas de más de sesenta. Daban paz: ellas conjuraban los males.” El conflicto, sin embargo, llegará con la nieta de Paquita, que en vida se tomaba su tiempo en completar un largo: “Más de una hora. Nadie había batido esa marca.” “Juegos reunidos” se cierra con un párrafo que bien puede aplicarse al libro: “se encontraron por un instante en el cuarto de la ilusión y de lo imposible. Esa habitación con cortinas multicolor de cadenillas metálicas. Estás dentro sin darte cuenta, suenan solo al salir y siempre se engancha alguna en el pelo”. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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