George Steiner
La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan
trad. María Condor, Madrid, Siruela, 2012, 232 pp.
Poesía. Hace rato que esta palabra se ha vuelto conflictiva. Sus definiciones y aproximaciones sobran, algunas para negarla y otras para encomiarla. Entre todas, se sobreentiende el diagnóstico apocalíptico: no son buenos tiempos para la poesía. Para qué entonces tanta erudición y lucidez concedida al tema, según reza el nuevo título de Steiner, La poesía del pensamiento.
Pero no hay que confundirnos, Steiner no habla de las dolencias e idiosincrasias gremiales (los poetas y su oficio) ni de ese género degradado al trato cursi con las esencias. Su tema son las grandes construcciones del pensamiento y la creación indiscernibles de un lenguaje al máximo de sus potencialidades. En este orden, una de sus premisas básicas es que no existe pensamiento ajeno al lenguaje natural, simbólico o matemático. Y precisamente, ahí donde aquel experimenta y pone a prueba sus propios límites, podemos hablar de poesía: “Aunque inaccesibles al lego, las matemáticas manifiestan criterios de belleza en un sentido exacto, demostrable.” Para Steiner no solo la ontología es sintaxis sino que –digamos– todo teorema es susceptible de articular una poética. Ahora bien, si cualquier tentativa seria de poesía ha sido siempre, en estricto sentido, una reinvención del lenguaje, ¿qué clase de pensamiento entra en juego con esta experiencia? Lo sabemos: algunos de los razonamientos de Steiner suelen ser categóricos y, por lo mismo, polémicos: “Tal vez en nuestra breve historia evolutiva, aún no hayamos aprendido a pensar. Puede que la etiqueta homo sapiens, excepto para unos cuantos, sea una jactancia infundada.” Apenas si hace falta anotarlo pero el célebre dictado cartesiano (cogito ergo sum) no aplica para todos en la medida en que los grados de abstracción del Discurso del método, por ejemplo, nos quedan lejos. Por qué, se pregunta Steiner, una estrofa de Hölderlin o Celan tendrían que ser menos arduas que un parágrafo de Heráclito, Wittgenstein o Adorno y, a su vez, estos más “accesibles” que una fuga de Bach o un movimiento de Alban Berg.
En las páginas de Poesía del pensamiento gravita el supuesto de que todo significado verbal implica una ontología y una trascendencia. Palabras mayúsculas que, en efecto, chocan con nuestras expectativas más bien peatonales, inmediatas. Ahora bien, no es fácil concluir que Steiner ignora la gravedad de ese contraste entre la futilidad contemporánea y una venerable “nostalgia de absoluto”. Es más, entre quienes registran los desplazamientos tectónicos de la conciencia tras el giro tecnológico –son sus palabras–, pocos como él para ofrecernos la majestuosa elegía de una civilización en retirada y, por otro lado, señalar las redes nerviosas de un nuevo orden. No solo advierte los alcances de la “americanización del discurso (aunque ese epíteto es quizá una abreviatura calumniosa)” sino que, acotando los terrenos del arte, registra la espiral de fenómenos característica de un poshumanismo afterword: “modos que insinúan la posibilidad de una filosofía ‘poslingüística o postextual’, de una poesía como un happening colectivo. El significado se puede bailar”. Es cierto que desde Lenguaje y silencio Steiner ha estado reflexionando sobre las razones profundas por las que las humanidades han experimentado esta retirada de la palabra. Sin embargo, creo que nunca como en los últimos capítulos de Poesía del pensamiento se había mostrado tan receptivo a lo que describe como la codificación de ciberesferas más allá de toda asimilación racional: “El sentido es con frecuencia una Nube de Magallanes de posibilidades en movimiento.”
En cierto modo, la leal reminiscencia de la civilización de la palabra junto con el reconocimiento de una poesía y una filosofía donde el habla no ocupa un lugar central, pueden ser leídos como el contrapunto de una reflexión dispuesta entre realidades incompatibles. Ya Keats encomiaba cierta negative capability, es decir, la fertilidad conceptual derivada de estimular ideas contrarias. En efecto, Steiner es un lúcido protagonista de aquella civilización pero, a su vez, sus consideraciones acerca de la fractura entre realidad y lenguaje son con frecuencia desoladoras para un humanismo edificante cuyas bondades “tan sombríamente nos fallaron en esa larga noche del siglo XX”. De igual modo, nunca aparta la mirada ante las miserias de la cultura y la inteligencia. Al cierre de La poesía del pensamiento, Steiner concluye remitiendo algunos comentarios precisos sobre la relación entre Heidegger y Celan y las repercusiones de esa amistad en la historia de la poesía. En ese contexto, no deja pasar la ocasión para hacer notar el estrecho paralelismo entre el altivo lenguaje de Heidegger y la jerga völkisch de la retórica nazi. Y así… “la famosa observación dirigida a Karl Löwith sobre la belleza de las manos de Hitler ya no parece una aberración momentánea”. En realidad, el sujeto de esta anécdota fue Karl Jaspers, a quien Steiner confunde con Löwith. En The Heidegger Controversy, Richard Wolin transcribe algunas linduras tomadas de la edición alemana de la Philosophische Autobiographie, de Jaspers:
En una de sus reuniones vino a colación la cuestión judía; en esa ocasión, Heidegger expresó su convicción acerca de “una peligrosa alianza internacional judía”. […] Asimismo, cuando Jaspers le preguntó cómo era posible que alguien tan ignorante (ungebildet) como Hitler gobernara Alemania, Heidegger respondió: “¡No es cuestión de educación, solo vea sus maravillosas manos!”
Finalmente, cómo no vincular estas especulaciones acerca del vuelco afterword con el reconocimiento de un arte al margen de la estética. El happening como acción colectiva invocado por Steiner proviene directamente de la experimentación dadá, es decir, de un Tristan Tzara que rechazó el arte para la contemplación, precisamente, de los responsables de la guerra. Dadá está en el origen de eso que Arthur Danto describe como la autoconciencia del arte y en la cual el criterio de belleza ha dejado de ser una condición necesaria. Desde luego, la belleza es el factor de toda estética pero el arte no tiene por qué ser bello. El reto de nuestros días, según Danto, es más bien filosófico: determinar las diferencias siempre inestables entre realidad y arte. El ejemplo recurrente es Warhol, pero el pop art no se explica sin los ataques a las instituciones culturales por parte del dadaísmo y su epítome, Duchamp. Este abre una nueva dimensión y la “obra” de arte se jugará, a partir de entonces, entre una Fountain firmada por R. Mutt en 1917 y el urinario industrial, ambos idénticos.
La poesía de pensamiento es un denso recorrido por las construcciones integrales del pensamiento y la poesía, esos “monumentos que no envejecen” sobre los que, afirma Steiner, es permisible suponer que pertenecen al pasado. “En muchos sentidos este librito, el interés y la atención que espera de sus lectores […] son ya arcaicos. Guardan relación con las artes monásticas de la atención aún vivas, por ejemplo, en la Alta Edad Media o en la biblioteca victoriana”. La fractura con el pasado (los movimientos tectónicos de la conciencia citados arriba) nos precipita ahora en la deliberada aceptación de lo transitorio y nadie en sus cabales escribe aún con dedicatorias a la posteridad. Contra lo esperado, el erudito y tecnófobo Steiner concluye con un asentimiento lacónico pero explícito sobre esta nueva sensibilidad: “puede ser una aventura formidable…” ~
(ciudad de México, 1963) es poeta, ensayista y editor. Actualmente es editor-in-chief de la revista bilingüe Literal: Latin American Voices.