Hace unas semanas escuchĆ© una mesa de anĆ”lisis a propĆ³sito de la presunta inanidad de la oposiciĆ³n polĆtica en MĆ©xico. Una de las participantes, Denise Dresser, se horrorizaba ante la posibilidad de tener que elegir entre las opciones encabezadas por tres partidos: PRI, PAN y PRD, tan desacreditados todos que ni a cuĆ”l irle. En algĆŗn momento, la politĆ³loga desechĆ³ con desagrado la opciĆ³n polĆtica del mal menor pues, afirmĆ³, este tipo de ideas habĆan llevado al poder a Hitler, nada menos.
La historia del mal menor se remonta a la tradiciĆ³n polĆtica clĆ”sica y, desde entonces, mantiene intacto su potencial moralmente problemĆ”tico: entre dos opciones cuyas consecuencias son negativas e inevitables en mĆ”s de un sentido, se debe elegir siempre el mal menor. La Ć©tica clĆ”sica desconfiaba de los valores morales absolutos y sugerĆa la prudente mesura, como la dorada medianĆa de AristĆ³teles, por ejemplo.
Contrariamente, en un clima de polarizaciĆ³n aguda como el que vivimos, cualquier aurea mediocritas nace muerta, sin seguidores. En la crisis de representatividad de las democracias contemporĆ”neas las clases polĆticas estĆ”n marcadas por el desprestigio y, en consecuencia, los partidos tradicionales aceptan la necesidad del espectĆ”culo y la demagogia para hacer cara al descrĆ©dito atrayendo posibles votantes. AsĆ, lo nuestro es la condena del enemigo y la mutua desconfianza, el blanco y negro del absoluto moral no negociable. Mediar con el mal acaba mal, necesariamente, sobre todo si se considera que una polĆtica correctamente entendida es la bĆŗsqueda del bien comĆŗn. ĀæQuĆ© otra cosa si no es el bien del pueblo con lo que sueƱa el buen polĆtico?
Sin embargo, hacer polĆtica no es solo hacer el bien, afirma un polĆ©mico Raymond Aron, puesto que nadie cuenta con un monopolio que le autorice a decidir en quĆ© consiste ese bien. Aron escribĆa pensando en momentos de definiciones como el que atravesamos. En su caso, el auge de los totalitarismos y las posteriores tensiones de la Guerra FrĆa; en el nuestro, la multiplicaciĆ³n de los populismos y la constante amenaza a las instituciones de representaciĆ³n democrĆ”tica mermadas desde el poder mismo.
Sin embargo, hacer polĆtica no es solo hacer el bien, afirma un polĆ©mico Raymond Aron, puesto que nadie cuenta con un monopolio que le autorice a decidir en quĆ© consiste ese bien.
En efecto, tras 18 aƱos de incipiente pluralidad y puesta en duda la legitimidad de la transiciĆ³n, hoy contamos con un nuevo aspirante a la hegemonĆa polĆtica, un partido que reclama para sĆ el monopolio y (cĆ³mo no) el usufructo del bien. En un contexto de normalidad democrĆ”tica ese gesto serĆa eso, normal. De hecho, la carrera de su lĆder se construyĆ³ en buena medida sobre esa presunciĆ³n: un dirigente carismĆ”tico que, sin mayor capital que su āal parecerā inobjetable honestidad, hacĆa frente a la corrupciĆ³n generalizada. Mientras se tratĆ³ solo de una alternativa, jugĆ³ el rol de la competencia polĆtica entre otros mĆ”s. Pero una vez en el poder las cosas cambiaron. Con LĆ³pez Obrador, nuestra incipiente normalidad democrĆ”tica y laica fue reemplazada por la moralizaciĆ³n del discurso pĆŗblico, una suerte de teologĆa polĆtica ya muy comĆŗn entre los populismos de derecha e izquierda.
Raymond Aron describe este escenario mediante una figura a la que caracteriza como āel confidente de la Providenciaā, fenĆ³meno cuya importancia crece o disminuye segĆŗn nuestras cĆclicas crisis polĆticas. āEl confidente de la Providencia es quien se coloca del lado de los dominados, es aquel que denuncia el mal en nombre de una moral universal de la que es āo se creeā portador y desde la que anuncia el sentido de la historia y de la ābuena sociedadā por construirā.
Aron fue uno de los mĆ”s agudos a la hora de advertir esta inusitada dimensiĆ³n religiosa de la polĆtica contemporĆ”nea, particularmente de los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX y su descendencia, de la posguerra al final de la Guerra FrĆa. Le inquietaba la ideologizaciĆ³n de la acciĆ³n polĆtica en la que advertĆa la creciente y pertinaz tensiĆ³n entre, por un lado, una Ć©tica secular fundada en leyes e instituciones y, por otro, la moral trascendente, absoluta y cuasi religiosa de los ideĆ³logos ungidos como profetas del bien. Evidentemente, el fenĆ³meno se extiende hasta nuestros dĆas con la descendencia tardĆa de aquellos totalitarismos, el populismo posmoderno de izquierda y derecha.
Las preocupaciones de Aron no son una jeremiada cualquiera. Por supuesto, no exhorta el destierro de la moral pero le parece que el recurso de cualquier supra realidad puede albergar tambiĆ©n una renuncia a la acciĆ³n polĆtica.
Hacer coincidir moral y polĆtica o pensar la polĆtica como moral conduce fĆ”cilmente a la buena conciencia, a la indignaciĆ³n virtuosa, una visiĆ³n del mundo en blanco y negro y a la negativa a aceptar la polĆtica con su violencia, sus reveses, sus relaciones de fuerza, en fin, su amoralismo. Esto lleva menos al cinismo o al maquiavelismo que a la preocupaciĆ³n por pensar la actividad polĆtica en relaciĆ³n con sus propias categorĆas (Le spectateur engagĆ©). Ā
Aron nunca se planteĆ³ ofrecer un tratado sobre las categorĆas propias de lo polĆtico. Lo que sĆ hizo fue insistir en que la ideologizaciĆ³n de la acciĆ³n polĆtica era, con demasiada frecuencia, la excusa para la antipolĆtica, esto es, una coartada infalible y muy redituable para evadir las soluciones concretas a problemas tambiĆ©n concretos. Una polĆtica que elude reiterada y metĆ³dicamente la realidad y sus hechos para ofrecer a cambio solo discurso, puede ser moral pero no es polĆtica. DespuĆ©s de cualquier estado de gracia la realidad se impone y no hay indignaciĆ³n virtuosa capaz de anular por sĆ misma los hechos. En este sentido, decĆa Aron que los errores mĆ”s graves han sido el resultado de nuestra incapacidad para admitir que los hechos son obcecados y la moral no es suficiente para someterlos.
Ya no es noticia seƱalar que, con el ācambio verdaderoā, en MĆ©xico se redujo todo a mero discurso en detrimento de la soluciĆ³n de problemas apremiantes como la salud y la educaciĆ³n, el combate a la pobreza o la inseguridad y los muchos etcĆ©teras que son deudas escandalosas del actual rĆ©gimen. Subrayar esto no esconde la ominosa intenciĆ³n de excluir lo moralmente justo sino, mĆ”s bien, la obligaciĆ³n de reconocer la especificidad de la acciĆ³n polĆtica. Es decir, la necesidad de no aplicarle categorĆas morales de la misma manera que a otras de nuestras actividades y la necesidad de confrontar aquella indignaciĆ³n virtuosa con las urgencias de la realidad en aras de un bien no tan menor: el futuro democrĆ”tico del paĆs. ~
(ciudad de MĆ©xico, 1963) es poeta, ensayista y editor. Actualmente es editor-in-chief de la revista bilingĆ¼e Literal: Latin American Voices.