Frank Westerman (Holanda, 1964) quería saber qué había pasado con una bahía de la antigua Unión Soviética que, misteriosamente, había dejado de aparecer en los mapas. ¿Había existido realmente alguna vez? Tenía un documento que hablaba de su existencia: una novela realista y socialista y soviética de Konstantin Paustovski, La bahía de Kara Bogaz.
Ingenieros del alma cuenta el complicado viaje a esa bahía, situada en la ahora independiente república islámica de Turkmenistán. Y un viaje al pozo negro del estalinismo: cómo Máximo Gorki es utilizado por el régimen como si fuera un títere; cómo el terror machacó a escritores como Isaak Babel, como Boris Pilniak o como Andrei Platonov; cómo los planes comunistas esclavizaron a los presos que tenían que construir pantanos completamente inútiles; cómo los escritores fueron obligados a narrar la épica de las grandes obras hidráulicas; cómo esa ficción épica acabó acogotando a los técnicos, incapaces de sacar adelante proyectos a la altura de la literatura; cómo el realismo socialista fue un auténtico género de ciencia ficción.
Frank Westerman no ahorra dolor, ni sufrimiento, ni Gulag, ni asesinatos de Estado, ni los graves asaltos a la naturaleza, ni miseria, ni tiranía, ni pánico… Maneja los datos que el régimen anotaba minuciosamente, lee los expedientes que han salido a la luz, habla con los científicos que trabajaron en los proyectos, elabora un riguroso trabajo de investigación sobre fuentes escritas, sobre fuentes orales y sobre el propio terreno. Y no es una tarea sencilla.
Ingenieros del alma es la biografía del escritor Konstantin Paustovski (1892-1968), de quien en España se editó su autobiografía, bastante nebulosa, Historia de una vida (Bruguera), y el análisis de su obra literaria, que tuvo algunos momentos de éxito. Konstantin Paustovski consiguió sobrevivir al estalinismo por su discreción y por su habilidad para hacerse invisible; tuvo dificultades y trató siempre de agradar a sus superiores, cumpliendo las tareas socialistas y soviéticas que le encomendaban, aunque no renunciaba a escribir la literatura que él deseaba escribir, de un carácter mucho más romántico. Frank Westerman viaja a la pesadilla cotidiana del estalinismo a través de la vida del autor de La bahía de Kara Bogaz: la complicada tarea de cumplir con sus encargos realistas, sus complicadas aventuras amorosas, su dependencia afectiva de las mujeres, su miedo de hombre a estar en el ojo del huracán, su terror a ser detenido y a ser asesinado por el Estado paranoico, sus amigos, sus ambiciones y una escritura en condiciones no muy favorables.
De la mano de Konstantin Paustovski, Frank Westerman nos mete en la vida de Máximo Gorki: sus iniciales dudas sobre Stalin; su vuelta a la Unión Soviética; su encumbramiento; el triunfo de su proyecto estético realista, que acabó rápidamente con la vanguardia que defendía, por ejemplo, Vladimir Maiakovski; sus campañas para escribir libros colectivos; su caída en desgracia, su secuestro y el último periodo de su vida, engañado por sus secuestradores, que le fabricaban periódicos a su medida.
Y nos mete en la vida literaria en tiempos de Stalin, que había bautizado a los escritores con el apelativo de “ingenieros de almas”: la parte más cotidiana, con sus publicaciones, sus grandes tiradas y sus dachas, y la parte más terrible, con la censuras y con los crímenes, que ya conocíamos ampliamente por De los archivos literarios del KGB (Anaya & Mario Muchnik), el magnífico y desolador ensayo de Vitali Chentalinski.
Pero tan interesante, y no menos estremecedor que el relato de la vida literaria soviética, es la investigación paralela en la que Frank Westerman cuenta los grandes proyectos hidráulicos soviéticos, fracasados en su mayor parte, más tarde o más temprano. Marx había detectado claramente en 1853 que las grandes obras hidráulicas estaban ligadas a regímenes totalitarios, y a la esclavitud; un asunto que posteriormente desarrolló de forma más científica Karl August Wittfogel en su ensayo Despotismo oriental (que tuvo una edición española en 1966, Guadarrama). Así, los proyectos para desviar ríos y hacerlos desembocar en otros lugares, los planes para construir presas gigantescas, para explotar bahías y extraer recursos minerales, y los diseños futuristas para regar desiertos eran prueba evidente, por si el propio Stalin no lo fuera suficientemente, de la conversión del socialismo soviético en una tiranía salvaje. Como decía una canción de época: “Los ríos soviéticos van/ hacia donde los bolcheviques sueñan”.
Ingenieros del alma es además, aunque de forma lateral, el retrato de la Unión Soviética actual, después de la caída del comunismo en la Unión Soviética. Frank Westerman lo presenta como un lugar que sigue siendo, en más de un sentido, totalitario, y es cierto que el Turkmenistán que enseña parece un lugar muy siniestro, sometido todavía a un tirano, islámico y no comunista, y a las grandes obras hidráulicas.
El viaje termina, y ofrece una lectura metafórica sobre el fin del terror comunista. Frank Westerman consigue ver la bahía de Kara Bogaz, que ha vuelto a existir. Desapareció durante unos años por una política hidráulica infernal, pero volvió a la luz, con sus aguas y con su belleza.
Ingenieros del alma es un gran ensayo, que cuenta un terrible horror. –
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.