Kafka y sus exégetas

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De acuerdo con Borges, Kafka creó a sus precursores. De acuerdo con una consabida tradición hermenéutica, sus exegetas lo vienen creando a él. El caso es que la bibliografía kafkiana resulta inacabable, y que al ambicioso volumen biográfico de Reiner Stach, que explora los fructíferos años que median entre 1910 y 1915, los de la gestación de La metamorfosis o El proceso —y que ya mereció una esmerada reseña en el número de noviembre—, se le han sumado en los últimos meses varias novedades bibliográficas en torno al genial narrador checo, estrechando el cerco en torno a su obra, que no parece acabar de interpretarse nunca del todo, como ya vaticinó Calvino en Por qué leer los clásicos, teniendo por clásico a todo libro “que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Por de pronto, el libro editado por Fuentetaja, que es, en realidad, una reedición de aquel volumen ya inencontrable que Anagrama publicó en 1969, Escritos de Franz Kafka sobre sus escritos, nos ofrece a Kafka ejerciendo de exegeta de sí mismo, de escritor comprometido con su propia obra, de la que se siente responsable único y a la que llega a considerar una paradoja, una suerte de inevitable, de reconfortante tormento (“Ayer por la noche dejé de escribir, y de inmediato he gozado de un sueño incomparablemente mejor”). Heller y Beug escogen, de entre el rico epistolario del autor, fragmentos sumamente esclarecedores acerca de la angustiosa conciencia de Kafka ante sus propias limitaciones como narrador, ante sus bloqueos y sus dudas, revelando su dolorosa lucidez en relación con un oficio de escritor que proporciona a un tiempo una tensión insufrible ante la página en blanco y la palabra no bien expresada, y una cierta catarsis: “el escritor es un buscador de felicidad y esto es todo menos cómodo”. El lector advertirá sin dificultad el grado extremo de autoconciencia mostrado por Kafka, y su concepción de la escritura como extraña y alienada autocondena. No es un libro nuevo, pero sí una vieja edición nuevamente accesible al lector de Kafka, y a buen seguro es también una feliz recuperación de uno de los libros primordiales si de lo que se trata es de entender la lucha del escritor contemporáneo por la concepción y transmisión de su obra, esto es, el interés por las ediciones, el diálogo con los editores, las correcciones, las reflexiones aporísticas, la metatextualidad, todo ello espigado de los Diarios (1910-1923), y de la correspondencia con Max Brod, Felice Bauer, Milena o colegas y familiares a quienes tuvo a bien hacerles partícipes de su más íntima identificación con su propia obra, hasta el extremo de poner por escrito que “es posible que mis escritos no valgan nada, pero entonces también es seguro que yo mismo no valgo nada en absoluto”. Estos Escritos sobre el arte de escribir acaban por convertir el oficio de escribir en una nueva tierra baldía cuya travesía constituiría, como en el episodio bíblico, una suerte de redención imposible, o lo que es lo mismo, sin pugna con las palabras jamás existirá el texto deseado. De otra parte, la relevancia que las novelas del autor checo tienen en detrimento de sus relatos se alivia, siquiera de forma transitoria, merced al interés de la edición de Valdemar que acaba de ver la luz, y que le proporciona al lector los textos originales de los relatos de Franz Kafka, libres de las fusiones y manipulaciones arbitrarias a que los sometió su amigo y editor Max Brod tras su muerte, y que han ido circulando desde entonces en numerosas ediciones fragmentarias. El volumen recopilatorio revela no sólo el alcance literario de los relatos incluidos en En la colonia penitenciaria (1919), de la antología Un médico rural (1919) o de los cuatro cuentos de Un artista del hambre (1924), sino las incontables analogías de su obra breve con sus novelas más célebres, conformando una y otras un universo literario predispuesto a interpretaciones, recreaciones, sobreinterpretaciones y evocaciones como las que ensaya con innegable éxito Roberto Calasso en K. (Adelphi, Milán, 2002).
     Acaba asimismo de aparecer una documentada monografía de la profesora Sultana Wahnón, Kafka y la tragedia judía, que sigue y desarrolla las intuiciones de George Steiner en su ya clásico artículo “K”, de 1963, incluido en su recopilación de ensayos Lenguaje y silencio. Ensayo sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, reeditado ahora por Gedisa. Steiner tal vez fue el primero en recalcar la correspondencia entre las laberínticas callejuelas del centro histórico de Praga —y su pasado cabalístico y astrológico— y la naturaleza parabólica y enigmática de las narraciones de Kafka, “heredero en la maestría de la distorsión figurativa propia de Dickens”. Steiner tilda al autor checo de profeta, adueñado de espantosas premoniciones del totalitarismo fascista que luego llegaría a Europa, que avanza la imagen atroz de quienes son arrastrados a morir “como un perro”, en palabras de Joseph K. al final de El Proceso. En torno a la personalidad del autor que previó Auschwitz, heredero del judaísmo gnóstico y jasídico y autor de la brutal sentencia “Quien hiere a un judío mata al Hombre”, versa el estudio de Wahnón, que se ocupa de rastrear la actitud de Kafka ante el creciente antisemitismo, y que determina una lectura judaísta de la obra del narrador checo que, como no puede ser de otro modo, resulta enriquecedora y constrictiva a la vez. Tal vez el carácter visionario, vulnerable e introvertido de Kafka explique, vaya uno a saber, algunas páginas clave de su obra sin acudir a la panacea de una lectura judaísta, lo que no invalida una vindicación del peso de la cultura judía —la figura del padre, la familia, el ritual, la lengua formativa y aglutinadora, el fatum colectivo, etcétera— como el que se lleva a cabo en el estudio que nos ocupa. En todo caso, ¿para cuándo otro estudio ambicioso en torno al humor kafkiano, a su ironía moderna, capaz de multiplicar y desdibujar la figura de su autor, fragmentado en innúmeros álter egos, máscaras y proyecciones?
     En la línea del hermoso coffee-table book de Klaus Wagenbach, Franz Kafka. Imágenes de su vida (Círculo de Lectores, 1988), se sitúa el volumen de Gérard-Georges Lemaire, retrato del Kafka más mundano en su marginal pero cosmopolita ciudad de Praga, a cuyos cafés, cabarets y tertulias acudía un burócrata taciturno e irrepetible, Kafka, que no siempre se acomodó al hábito que la historia literaria le ha confeccionando, a saber, angustiado, misántropo y hasta patológico. La personalidad literaria del aKusado agrimensor pelotero K. seguirá siendo un rompecabezas, pero lo importante es que sus exegetas trabajan por que cada día lo leamos más y lo leamos mejor. ~

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(Barcelona, 1964) es crítico literario y profesor de la Universidad Pompeu Fabra.


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