La educaciĆ³n del estoico, de Fernando Pessoa

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En alguna redacciĆ³n de corte teĆ³rico, Fernando Pessoa arremeterĆ­a contra nada menos que J. W. Goethe arguyendo que habĆ­a escrito demasiados libros y, por tanto, se habĆ­a repetido. ā€œLa Ćŗnica disculpa para una obra tan vasta ā€“propusoā€“ serĆ­a la variedad.ā€ Y entusiasma su irreverencia, pues respira sanidad, insumisiĆ³n cultural. Sin embargo, con toda la aparatosa prole creada por Ć©l mismo entre seudĆ³nimos, heterĆ³nimos y apariciones casuales de otras personalidades literarias dentro de sĆ­ ā€“su llamado drama en genteā€“, no existe en el conjunto de la obra pessoana tanta variedad en el registro tonal con todo y la variedad estilĆ­stica incomparable y verĆ­dicamente pasmosa: la multitud de Ć”lter egos confunde, promete esa variedad anhelada, pero Ć©sta es siempre relativa, ya que todas las facetas autorales pertenecen a una familia espiritual: hay en todas clarividencia, desolaciĆ³n, desencanto, filosofĆ­a, y amor por lo humilde y significativo de la existencia.

Goethe mata al joven Werther para salvar su propia vida. De este modo, en diversos grados de intensidad, los autores han recurrido al proceso literario de autocatarsis para exorcizar esto o aquello, un desafortunado pasaje de tragedias familiares o un amor turbulento. En su epĆ­logo a La educaciĆ³n del estoico, Richard Zenith (con nombre sospechosamente seudonĆ­mico y pessoano), sugiere que Fernando Pessoa crea al BarĆ³n de Teive para coquetear con ensueƱos de aristocracia, para asentar sus convicciones de estoico, y que luego escoge matarlo, hacer que el personaje se suicide, para respirar Ć©l mismo y cobrar una relativa serenidad mediante el conjuro.

Conviene dejar claro que el ā€œmanuscrito de tapas negrasā€ encontrado en el legendario baĆŗl de los textos pĆ³stumos de Pessoa ā€“esa verdadera arca de los prodigiosā€“, y firmado por Ɓlvaro Coelho de Athayde, decimocuarto BarĆ³n de Teive, es un esbozo de libro, un texto inacabado y sin revisar. Con todo y el genio de Pessoa, eso resulta evidente. Fuera de las pĆ”ginas finales, que concentran un cierre verdaderamente dramĆ”tico, el resto de La educaciĆ³n del estoico, como volumen, adolece de lo que podrĆ­a juzgarse el mayor defecto del portentoso Libro del desasosiego, la bitĆ”cora que Pessoa desarrolla y le atribuye a Bernardo Soares: la brillantez, hondura y densidad del texto raramente fluctĆŗan conforme Ć©ste avanza, de tal modo que un conjunto de cualidades se convierten en un defecto capital: la monotonĆ­a. No hay altibajos, crestas y valles, bemoles, respiros, pausas, no hay lo que acaba constituyendo una estructura. El diseƱo se diluye. Termina siendo como el diccionario o el directorio telefĆ³nico: todo guarda igual importancia, no resiste omisiones, pero, por lo mismo, no contiene clĆ­max, no se resuelve.

Estas declaraciones, que podrĆ­an considerarse sacrilegio puro, quedan matizadas si se acepta la nociĆ³n de que todos los manuscritos sin revisar de Pessoa, aunque bien puedan contener tesoros de peso abrumador, habrĆ­an de verse como ejercicios preparatorios, preludios para lo que son obras maestras pulidas del autor y sus heterĆ³nimos, o bien sus ecos, sus residuos. AsĆ­, en La educaciĆ³n del estoico encontramos destellos del bucolismo pagano de Alberto Caeiro, del aliento y la inspiraciĆ³n desaforada de Ɓlvaro de Campos, de la visiĆ³n lĆŗcida y cĆ³smica del Pessoa homĆ³nimo de ā€œTabaquerĆ­aā€.

Sobre todo es ā€œTabaquerĆ­aā€ la obra maestra del poeta que resulta mĆ”s presente en las pĆ”ginas de La educaciĆ³n del estoico. Con todo y el tĆ­tulo, con todo y una entrada en el apĆ©ndice, llamada ā€œEn el jardĆ­n de Epictetoā€, la lectura de todo esto rara vez recuerda al autor del formidable Manual de vida, quizĆ”s no tanto porque los conceptos difieran, sino porque la tĆ³nica es tan distinta. Epicteto no estĆ” allĆ­. Y, aunque esto entraƱe una platitud, se dirĆ­a que a quien mĆ”s recuerda Pessoa aquĆ­, aĆŗn mĆ”s que al desasosegado Bernardo Soares, es a AntĆ³nio Mora, autor de El regreso de los dioses. Es decir: Pessoa nos recuerda a Pessoa, a uno de sus personajes del drama en gente. Dice Mora: ā€œTodos los pseudopaganos de nuestro tiempo no han conseguido un alma pagana antes de idear su paganismo. Es cristiano el sentimiento con el que desean el paganismo.ā€

Este concepto no queda explicitado en el monĆ³logo suicida del seƱor Athayde, BarĆ³n de Teive. Pero sĆ­ podrĆ­a decirse que nutre su Ć”nimo mĆ”s beligerante. Por otro lado, Teive, un caballero portuguĆ©s de principios del siglo xx, se estĆ” internando de lleno en terreno pagano. Bertrand Russell anota: ā€œEl estoicismo es la menos helenĆ­stica de las escuelas filosĆ³ficas de esa era.ā€ Inclinado mayormente a lo neoclĆ”sico, al igual que el otro Pessoa llamado Ricardo Reis, Teive descalifica a los griegos como excesivamente niƱos, simples. Empero, el punto de apoyo para una de las imĆ”genes sobrecogedoras de Teive viene de ZenĆ³n. El BarĆ³n concluye: ā€œEl escrĆŗpulo es la muerte de la acciĆ³n.ā€ El axioma es tajante pero se va concibiendo desde pĆ”ginas antes, con base en la clĆ”sica consideraciĆ³n respecto a la ā€œintransponibilidad de cualquier espacioā€, que por ser infinitamente divisible es por tanto infinito. Dice Teive que el argumento del griego actuĆ³ sobre Ć©l ā€œcomo una droga extraƱa con la que me hubieran intoxicado el organismo espiritualā€.

Precede al manuscrito una carta igualmente apĆ³crifa del BarĆ³n, momentos antes de suicidarse: ā€œEstas pĆ”ginas no son mi confesiĆ³n, son mi definiciĆ³n.ā€ En el implacable discurso contra el sentido de las ilusiones, de la esperanza o de la vida misma, se plantea, hacia el final: ā€œEn la arena en que el CĆ©sar nos arrojĆ³ para que gladiĆ”ramos, el que muere es vencido, y el que mata vence.ā€

AsĆ­, en el pĆ”rrafo final, el seƱor Athayde se sitĆŗa en un circo (imagen irĆ³nica de valor aƱadido para lectores locales), en un circo rodeado de estrellas y ante el CĆ©sar. El maestro de ceremonias vocearĆ­a en la pista central el conflicto entre la necesidad emocional de la creencia y la imposibilidad intelectual de creer. Y razona respecto al sentido doble de su acto suicida: ā€œSi el vencido es el que muere y el vencedor, quien mata, con esto, confesĆ”ndome vencido, me declaro ganador.ā€ ~

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