Con el advenimiento, en 1997, de un gobierno dividido en México, por el cual el partido del Presidente de la República dejaba de tener la mayoría legislativa en el Congreso, se produjo en el país lo que sin lugar a dudas constituye uno de los vuelcos más fundamentales de nuestra historia política reciente. En adelante, la Presidencia que antes se erigía en el poder hegemónico por excelencia, que arbitraba y decidía sin contrapesos, empezaría a experimentar las transformaciones derivadas del paso de una democracia mayoritaria a una democracia consensual. A la separación de poderes que caracteriza al régimen presidencial mexicano, a su bicameralismo en el ámbito federal, y al federalismo y municipalismo que ha permitido desconcentrar el poder hacia los estados y los municipios del país se sumaría la existencia de una mayoría parlamentaria opositora. Obligada a ejercer el diálogo y la negociación como prácticas vigentes en un régimen que se asume democrático, la Presidencia misma enfrenta –de cara a la parálisis que ha supuesto el gobierno dividido– el reto de su modernidad ante el riesgo del inmovilismo político.
La Presidencia moderna, libro de Liébano Sáenz –ex secretario particular de Ernesto Zedillo y voz autorizada para hablar de las batallas que se libran desde las oficinas presidenciales–, es una obra que aborda con cercanía y detenimiento los intersticios de la Presidencia, sus componentes y sus vínculos con los otros poderes de la Unión y con la multiplicidad de agentes sociales que conforman el espectro político mexicano. A la manera de obras escritas por quienes han vivido de cerca el tráfago presidencial –a las que, en su seguimiento del sistema presidencial estadounidense, Sáenz cita, y entre las que pueden mencionarse Managing the White House / An Intimate Study of the Presidency (1974) de Tanner Johnson, que fungiera como miembro del staff presidencial en Estados Unidos, o Counsel to the President (1991) de Clark Clifford, quien fuera asesor de los presidentes Truman, Kennedy y Johnson–, el libro ofrece una idea articulada de la forma en que la Presidencia de la República, en cuanto institución que debe ser vista como objeto de análisis y estudio, se constituye como entidad con poderes apreciables, pero también con grandes debilidades que limitan –en el caso mexicano– el tránsito hacia un régimen democrático con gobernabilidad plena.
A decir de Sáenz, “… es en la Presidencia, en última instancia, donde se aprende respecto a sus poderes y límites. En el cargo se toma conciencia de lo posible y de qué promesas de campaña quedarán incumplidas; el ejercicio es un proceso de aprendizaje del saber, sus límites y acotaciones”. La obra de Sáenz, que bien puede tomarse en algunos de sus capítulos como un manual para quienes integran el equipo de asesoría del Presidente, insiste en las reformas necesarias para hacer de la Presidencia una institución capaz de hacer frente a las dificultades de interlocución con el Congreso, en un contexto de gobierno dividido. Los obstáculos, en apariencia insalvables, que enfrentan iniciativas como la facilitación de mayorías al Presidente –a través de la reducción o desaparición de la representación proporcional en las cámaras y la vuelta a un sistema mayoritario, las restricciones a la formación de nuevos partidos o la llamada cláusula de gobernabilidad– representan verdaderos escollos que se suman, por otra parte, a las dificultades para acceder a un sistema parlamentario en el que –como ocurre en Estados Unidos– sea posible la reelección consecutiva de los legisladores, o para adoptar alguna de las variantes del presidencialismo parlamentarizado, bajo el que sería posible la integración de un gobierno de gabinete aprobado por el Congreso y autónomo respecto al Presidente.
Sáenz no aporta en su visión feliz de una democracia mexicana plena –formó parte, después de todo, del equipo presidencial que facilitó el tránsito a la alternancia en Los Pinos– elementos concluyentes en relación con la conveniencia o inconveniencia de las reformas planteadas al sistema presidencial –mayorías afines, reelección de congresistas y nombramiento de un jefe de gabinete con ratificación de las cámaras–, pero insiste, al exponer la problemática estructural de los cambios institucionales, en la necesidad de proceder en la reforma de los partidos políticos –en su calidad de piezas fundamentales del entramado democrático del país– y del Congreso –ese otro poder tan dado al escarnio entre amplios sectores de la opinión pública.
Todo Presidente debe diferenciar –subraya Sáenz– entre su papel como jefe de Estado, como jefe de gobierno y como eventual jefe de partido. Quizá podría afirmarse, en esa misma línea de entendimiento, que todo ciudadano en México debiera ser capaz de situar al Presidente en la perspectiva en que ejerce tal o cual acción de su mandato. La comprensión de esos perfiles se traduciría, muy probablemente, en un mayor entendimiento de los alcances reales de una institución tan singular en el desarrollo político de México, pero también en una exigencia a quienes distorsionan la naturaleza de sus propósitos y sus recursos. A Sáenz tendríamos que agradecerle los lectores su aproximación paciente y razonada a la institución presidencial en un tiempo en que faltan explicaciones y sobran razones para la desconfianza. También la posibilidad de avistar, a través de su libro, los meandros de la Presidencia, ese “mundo de misterio, mucho más cerca de lo religioso que del mundo secular”. ~