Diego Zรบรฑiga
Racimo
Mรฉxico, Literatura Random House, 2015, 248 pp.
Una niรฑa de pelo largo pide aventรณn a un costado de una carretera, una estudiante de calcetas blancas y jumper oscuro que tiene prisa por llegar al colegio: se trata de una imagen cotidiana a lo largo de la carretera que conecta la ciudad de Iquique con la comuna de Alto Hospicio, al norte de Chile, una regiรณn desรฉrtica y empobrecida en donde las niรฑas, mochila al hombro, dependen de la gentileza de extraรฑos para llegar al liceo. Una imagen que se convierte en parte de la cotidianidad del fotรณgrafo Torres Leiva, reciรฉn llegado desde Santiago, hasta que una maรฑana brumosa encuentra a una de estas niรฑas tirada a un costado de la carretera, golpeada y violada, pero viva, de vuelta entre los suyos, a diferencia de la docena de muchachitas que, a lo largo de varios aรฑos, han desaparecido en esa zona camino a la escuela y que nadie ha encontrado, ni sus impotentes familiares, ni la prensa explotadora que parasita estas tragedias, y mucho menos un negligente cuerpo de carabineros mรกs competente a la hora de esfumar ciudadanos que de aparecerlos.
Inspirada en la realidad de Alto Hospicio, comuna de la regiรณn chilena de Tarapacรก habitualmente golpeada por la pobreza, la migraciรณn y los maremotos, Racimo del periodista Diego Zรบรฑiga (Iquique, Chile, 1987) es un intento por novelar los crรญmenes reales cometidos por Julio Pรฉrez Silva, tambiรฉn conocido como “el psicรณpata de Alto Hospicio”, violador y asesino de mรกs de una decena de adolescentes de esta regiรณn en los aรฑos noventa. Aunque no es una obra que pueda inscribirse dentro del gรฉnero true crime, algunas de sus virtudes son resultado del extenso conocimiento que su autor tiene de la prรกctica periodรญstica, y no es por capricho que la reconstrucciรณn de estos crรญmenes haya sido ficcionalizada a travรฉs de la perspectiva de dos personajes que ejercen este oficio: Torres Leiva, un fotรณgrafo de bodas reciรฉn divorciado que acepta un puesto en un periรณdico de Iquique y entra en contacto con las desapariciones de niรฑas por mera casualidad, y Garcรญa, un reportero sin escrรบpulos a quien importa mรกs escribir y vender un libro en torno a los crรญmenes que en investigar quiรฉn estรก realmente detrรกs de los mismos. En torno a estas dos figuras ficticias gravitarรกn tambiรฉn una serie de presencias mรกs bien arquetรญpicas de todo drama criminal en Amรฉrica Latina, personajes que tambiรฉn se debaten entre lo imaginario y lo factual: las abuelas y madres luchonas que claman justicia para las vรญctimas, diputados que basculan entre la solidaridad y el oportunismo, y la habitual caterva de policรญas siniestros, psรญquicas perplejas y barbajanes asiduos a fiestas en donde se prostituyen jovencitas.
La habilidad periodรญstica de Zรบรฑiga es igualmente notoria en la investigaciรณn que realizรณ sobre los crรญmenes, el entorno de Alto Hospicio y la รฉpoca, asรญ como en la diligencia con que el autor expone –o disfraza la ausencia de– estos datos en la narraciรณn. Periodรญstica es tambiรฉn esta suerte de incertidumbre que recorre la obra y que impide a los personajes y al propio lector determinar quiรฉn o quiรฉnes son los verdaderos culpables de las desapariciones: ¿se trata acaso de la actuaciรณn exclusiva de un asesino serial, de una red de explotaciรณn sexual o simplemente de adolescentes que deliberadamente huyeron de la pobreza y el maltrato al interior de sus familias? Esta incertidumbre resulta verosรญmil en el contexto de impunidad feminicida que reina en buena parte de Amรฉrica Latina, donde –extrapolando a una dimensiรณn continental lo que el escritor y tambiรฉn periodista Vicente Leรฑero afirmaba sobre el crimen en Mรฉxico– lo comรบn y cotidiano es que las investigaciones policiales se cierren sin haberse siquiera investigado ni resuelto, y mucho menos cuando las vรญctimas son mujeres.
Pero, a pesar de estas virtudes, Racimo presenta algunas deficiencias en la construcciรณn de la intriga, propiciadas por las limitaciones de una voz narrativa ambiciosa pero mal afinada, y no tanto por la duda o la incertidumbre con respecto a un final concreto que espejea la realidad. En sus mejores momentos, el narrador de Zรบรฑiga, anclado la mayor parte de la novela en tiempo presente, es capaz de acrobacias interesantes: “Atravesar, ayer como hoy, el desierto sin dormir, rรกpido, ver la noche y ver el dรญa y descansar, quizรก, por un par de horas a un costado de la carretera, como los camioneros, que no distinguen la vida de los sueรฑos, sino que solo conducen rรกpido, sin pensar que en esa pequeรฑa lรญnea que separa todo estรก la muerte esperando.” Pero, en momentos claves de la novela, esta misma voz, tal vez presa del vรฉrtigo, acelera la acciรณn a tal grado que la tensiรณn dramรกtica se esfuma –el nacimiento y la muerte del idilio entre Torres Leiva y la detective Ana, por ejemplo, serรก despachado en cuatro lรญneas– o bien, por el contrario, la narraciรณn se lentifica para abundar en torno a una serie de imรกgenes que, en su mayorรญa, carecen de relevancia para la historia. Estos momentos morosos, prรกcticamente congelados, tienen el inconveniente de producir en el lector la impresiรณn de estar asistiendo a la simple descripciรณn de imรกgenes y estampas.
Es cierto que algunas de estas imรกgenes que Zรบรฑiga describe son impactantes e incluso algunas estรกn dotadas de un aura de misterio: mi punto es que la simple descripciรณn no es suficiente para hacerle justicia a un tema como el de la desapariciรณn y explotaciรณn de niรฑas, y la lucha contra viento y marea de un grupo de personas por rescatarlas. Porque, si bien es posible que toda novela sea, en su inicio, una colecciรณn de estampas que el autor recoge en su transcurso por el mundo y en las que se regodea en soledad –una niรฑa de pelo largo que pide aventรณn a un lado de la carretera; una niรฑa de calcetas blancas manchadas de sangre–, para comunicar literariamente estas imรกgenes es necesario hilvanarlas en un discurso que intente explicar lo que en ellas sucede, lo que significan para el autor y para los personajes; alejarse de la pretendida objetividad periodรญstica que enseรฑa que la imagen es solo un instante embalsamado que hay que conservar a la distancia.
“Solo lo que narra puede hacernos comprender”, escribiรณ Susan Sontag contra la idea de que la simple confrontaciรณn con las imรกgenes puede producir algo mรกs que sentimentalismo. Solo lo que narra puede hacernos comprender la verdad que se oculta detrรกs de las apariencias: cรณmo y por quรฉ la imagen de una niรฑa de pelo largo que camina al borde de la carretera deja de ser un dato periodรญstico o una fantasรญa y se convierte en una especie de herida en la conciencia de quien la atesora. ~
(Veracruz, 1982) es periodista, editora y escritora. Este aรฑo publicรณ dos libros: Aquรญ no es Miami (Almadรญa/Producciones El Salario del Miedo/UANL) y Falsa liebre (Almadรญa)