Peter Forbath, El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra, Turner / Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, 488 pp.Adam Hochschild, El fantasma del rey Leopoldo. Codicia, terror y heroísmo en el África colonial, Península, Barcelona, 2002, 528 pp.
HISTORIAHistoria de colonizadores y colonizados
Aunque África haya vuelto a desaparecer de escena tras los acontecimientos del 11 de septiembre, regresando al ostracismo que marcó sus relaciones con el mundo hasta la brutal irrupción de las crisis de Somalia y de Ruanda, lo cierto es que la última década no ha sido del todo estéril: la opinión pública del mundo desarrollado ha llegado a saber, al menos, que el continente negro fue víctima de un dramático pasado cuya sombra se prolonga hasta el presente. Así, y debido en gran medida a la cíclica repetición de guerras civiles y matanzas en las que se tradujo en África el fin de la guerra fría, la idea de que la trata y el colonialismo fueron responsables de la completa destrucción de una sociedad que aún se esfuerza en recomponerse ha calado hondo en las conciencias de Occidente; tan hondo que, en no pocas ocasiones, ha terminado por convertirse en una nueva e insospechada rémora para el progreso de África, al servir de coartada a dictadores que tratan de exculpar sus atrocidades de hoy contraponiéndolas a los antiguos horrores de los que sus pueblos fueron víctimas. Esta aberrante conversión de una incontestable evidencia histórica en falaz argumento político ha provocado en gran medida la inanidad del discurso corriente entre las organizaciones humanitarias: al poner el acento en lo que Europa hizo con el solo propósito de incrementar las reparaciones debidas en forma de presupuestos para la cooperación, han terminado por allanar el camino para que los gobiernos africanos logren sortear su responsabilidad en la insostenible situación que padece la mayor parte de los países del continente. Porque al expolio de África perpetrado por los europeos le ha seguido otro igual de inmisericorde y de sangriento, sólo que perpetrado esta vez por los propios africanos.
En respuesta al creciente interés por conocer las raíces de la desarticulación política y social que padece África, la bibliografía europea y norteamericana acerca del continente ha experimentado un crecimiento sustancial durante los últimos años, abarcando desde la reedición de los informes y memorias de viajeros como Stanley o Burton, hasta la publicación de estudios patrocinados por organismos económicos internacionales. Salvo raras excepciones, la abundancia de obras no se ha traducido, sin embargo, en una superación de dos de los principales obstáculos a los que se enfrenta la historiografía consagrada a África: la persistente ausencia de la versión de los africanos en la reconstrucción de su propio pasado y, en segundo lugar, las dificultades para insertar la historia de África en el contexto más amplio de la historia universal, saltando por encima del mito del continente virgen creado a finales del XIX para justificar el dominio europeo. No debe sorprender entonces que buena parte de los trabajos sobre el pasado africano arranque en el siglo XV, cuando los portugueses deciden explorar la ruta marítima hacia las Indias en razón del bloqueo de las vías terrestres provocado por la expansión otomana en Europa central. De un solo plumazo se hace desaparecer la vinculación de África con el mundo clásico, de la que dan testimonio, entre otros, Plinio, Mela o Estrabón. Y no sólo eso, sino que se hace desaparecer, además, el carácter africano del Egipto faraónico, de modo que el hallazgo de sus sorprendentes avances científicos o de sus desarrolladas técnicas arquitectónicas no ponga en entredicho la premisa básica del colonialismo: la de que África nunca conoció la civilización y, por consiguiente, era misión de los europeos llevar hasta ella los principales avances de la humanidad.
En su voluminoso y documentado estudio sobre El río Congo, el antiguo corresponsal de la revista Time, Peter Forbath, comienza su recorrido refiriéndose a la leyenda del Preste Juan gobernante de un hipotético reino cristiano situado más allá de las fronteras del Islam, que inspiró los viajes de los marinos al servicio de las coronas de Portugal y de Castilla. Aunque Forbath se refiere a la existencia de noticias clásicas acerca del continente, la reproducción de los patrones habituales a la hora de reconstruir el pasado africano le impide integrarlas adecuadamente en su relato. De este modo, el interés de romanos y fenicios por África y sus reinos o los intercambios desarrollados a lo largo de siglos apenas si ocupan las páginas iniciales de El río Congo, convertidos en simple preámbulo del verdadero comienzo de la historia, situado en tiempos de Diogo Cao y sus exploraciones en nombre del rey de Portugal. A partir de las expediciones de este "descubridor" de la costa occidental de África, Forbath traza un completo panorama de los avatares humanos que, a lo largo de quinientos años y llegando hasta el triunfo de Laurent Kabila sobre Mobutu, han tenido como escenario la cuenca del río Congo. La ingente información que utiliza, y que hace de su trabajo un valioso compendio de los conocimientos actuales sobre la cuestión, le permite incluso advertir las frecuentes contradicciones en que incurre el relato ortodoxo del pasado africano, aunque no se detenga a extraer las consecuencias. De este modo, y sin que ello tenga mayor incidencia en la articulación de su trabajo, Forbath advierte el contrasentido de que, por ejemplo, el descubrimiento de las fuentes del Nilo fuese considerado en Inglaterra como el mayor avance geográfico después del hallazgo de América, cuando Mungo Park había proclamado, tan sólo quince años antes, que la localización de la desembocadura del Níger era el mayor descubrimiento que quedaba por hacer en el mundo.
A diferencia de Forbath y su trabajo sobre El río Congo, Adam Hochschild no trata de escribir una nueva historia de África. Con El fantasma del rey Leopoldo su propósito es, por el contrario, mostrar la realidad que se escondía tras el supuesto proyecto humanitario y civilizador concebido por el soberano belga, obsesionado por ofrecer a su país o más bien a sí mismo un imperio colonial comparable al de las grandes potencias de la época. A partir de esta diferencia de aproximación, Hochschild no sólo alcanza a sortear aquellos dos obstáculos a los que se suelen enfrentar las historias del continente, incluida la de Forbath, sino que, en contrapartida, las hace más patentes y las denuncia. En primer lugar, Hochschild deja constancia en diversos pasajes de su trabajo de que, en efecto, los tres principales protagonistas de su relato Stanley, Leopoldo II y Morel, el activista a favor de los derechos humanos que se enfrenta a ellos forman parte del mismo universo europeo, en el que el punto de vista de los africanos nunca logró abrirse paso. En segundo lugar, se pregunta acerca de las razones por las que unos crímenes tan masivos y despiadados como los que el rey Leopoldo cometió en el Congo siguen sin ocupar en nuestros días el lugar que les corresponde, siguen sin integrarse en el contexto más amplio de la historia universal, en la que sin duda aparecerían junto a los de Hitler o los de Stalin. Probablemente, este decidido propósito de enfocar El fantasma del rey Leopoldo como una crítica al proyecto colonial y no como una nueva contribución a la historia de África, escrupulosamente mantenido por Hochschild a lo largo de todo su ensayo, constituye uno de sus más valiosos hallazgos, capaz de minimizar incluso la innecesaria e injustificada tendencia a novelar episodios y conversaciones de relevancia para la aventura colonial belga en el África central.
Aunque África haya vuelto a desaparecer de escena tras los atentados del 11 de septiembre, la bibliografía europea y norteamericana elaborada bajo el impulso de los acontecimientos ocurridos durante la última década sigue creciendo de manera sustancial, y los trabajos de Forbath y Hochschild constituyen buena prueba de ello. De la lectura de ambos parece desprenderse, sin embargo, que la tarea que hoy se impone a la historiografía consagrada a África no es tanto la de reescribir lo que sucedió manteniendo siempre los mismos patrones, sino reintegrar la voz de los africanos en la reconstrucción de su propio pasado. Sólo de este modo se podría poner fin al equívoco en virtud del cual África sigue siendo un continente al margen: el de que la historia de los colonizadores sea a la vez el relato de sus acciones y el relato que ellos escriben sobre los colonizados. ~