Los Estados Desunidos de Latinoamérica, de Andrés Oppenheimer

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Por más que el abanico de temas contenidos en el más reciente libro, publicado el año pasado, del periodista argentino Andrés Oppenheimer sea tan amplio que por un momento pudiera pensarse en una América Latina resueltamente enmarañada y multiforme, una lectura atenta de las columnas contenidas en el volumen, escritas todas ellas entre 2006 y 2009 para The Miami Herald, revela cierta afinidad preconcebida entre sus planteamientos principales. A Oppenheimer le preocupan, en lo fundamental, cuatro grandes aspectos de esa realidad escurridiza de la Latinoamérica a la que obstinadamente ha venido volviendo su mirada de periodista investigador forjado a la más pura usanza estadounidense. Por principio de cuentas, la escasa integración económica del subcontinente y la desarticulación derivada de industrias y sectores entre países como viejo mal ínsito a la región ocupa buena parte de su análisis, mismo que, en resumen, apunta a vindicar la apertura y el intercambio comercial como estrategia de crecimiento inmejorable. Para su decepción, no encuentra este destacado analista de la CNN una franca política de integración económica ni en el norte ni en el sur de todo el continente americano y, en cambio, su mirada da cuenta de las reyertas entre gobernantes y gobiernos, responsables indiscutibles del fracaso de proyectos ambiciosos como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o como las diversas negociaciones bilaterales para la creación de nuevos territorios con libre flujo de bienes y servicios.

En esa América Latina plagada de protervas oligarquías, de intereses que impiden la consolidación de regímenes jurídicos y de esquemas conjuntos para la competitividad internacional, Oppenheimer avizora la aparición de un fenómeno indiscutible, motivo para la segunda línea visible de análisis en Los Estados Desunidos de Latinoamérica. Hay, en esa relación compleja, y en muchos sentidos irresoluble, que une a los países latinoamericanos con Estados Unidos un tema que, en sí mismo, constituye uno de los eslabones más sensibles en el camino hacia una eventual integración regional. Tal es el tema de la migración de millones de indocumentados latinos hacia el poderoso país del norte. La postura de Oppenheimer respecto a la política estadounidense en materia de inmigración es, a lo largo de estas páginas, con mucho, de lo más incisivo del libro. “Como lo demuestra el ejemplo europeo –escribe– el único camino para reducir la inmigración es una mayor integración económica, incluyendo la oferta de ayuda económica condicionada a políticas económicas responsables.” No habrá, pues, desde la perspectiva de quien también se ha convertido en conductor de un exitoso programa televisivo de debate, solución al problema de la inmigración ilegal en Estados Unidos sin una política de apertura y colaboración con los países expulsores de millones de migrantes a la caza de oportunidades en una tierra que no es la suya.

Una tercera línea de análisis en buena parte de las columnas incluidas en el libro tiene que ver con las nociones de izquierda y derecha en un momento en que en la región emergen gobiernos con una aparente filiación izquierdista. No hay tal predominio, se encarga de consignar Oppenheimer: lo que campea en América Latina –según una encuesta de Latinobarómetro dada a conocer en 2006– es una preferencia generalizada por la centro-derecha, lo que llevaría a desechar la idea de una expansión endémica de la izquierda anquilosada y retrógrada que representan los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa en Venezuela, Bolivia y Ecuador, respectivamente. La izquierda que, por otro lado, se gana los respetos de Oppenheimer y de un amplio sector de intelectuales y comentaristas como él, corresponde a la izquierda progresista que ha implementado cambios notables en países como Chile y Brasil –de la mano de Michelle Bachelet y de Luiz Inácio Lula da Silva– y que hoy por hoy se perfila como el modelo socialdemócrata latinoamericano alternativo.

La cuarta, y última, línea de trabajo en un libro que por sus intenciones prosigue con la tarea crítica desplegada anteriormente en Cuentos chinos (Plaza & Janés, 2005), atiende al papel de Estados Unidos en su relación con América Latina. Ríspida o negociada, compleja o clarificada, la presencia inevitable del gigante en asuntos como los relativos a la creciente ola antiinmigrante, la negociación estratégica de alianzas en pro del comercio o en contra del crimen organizado lo convierte en un factor de peso para el futuro al sur de su territorio, presencia que –a decir de Oppenheimer– el arribo histórico de Barack Obama a la presidencia debiera potenciar para beneficio propio y de la zona en su conjunto.

Las admoniciones que Oppenheimer esgrime desde sus muy leídas columnas semanales contra el inmovilismo político, el autoritario ejercicio del poder y la inercia en los procesos de cambio social resultan, a decir verdad, previsibles de cara a un diagnóstico sostenido en los últimos años por una importante corriente liberal afincada en Latinoamérica. Como puede leerse en este libro, el contenido de la declaración final de la Cumbre de las Américas llevada a cabo en Trinidad y Tobago en abril de 2009 se suma a una larga lista de “buenas intenciones” para las cuales hacen falta dos rasgos en los que América Latina toda mantiene un déficit histórico de proporciones indeseables: compromiso y voluntad política. Más allá de si hay en realidad algo que pueda denominarse Latinoamérica –por contraposición a quienes afirman que solo existe un conjunto de países con intereses diversos unidos por la geografía–, la región enfrenta el reto de la modernidad y la globalización en medio de serios rezagos en materia de integración y desarrollo. Dentro de ese contexto, discutibles o no, los planteamientos liberales de Andrés Oppenheimer en su lectura acuciosa del acontecer latinoamericano reflejan una conciencia que no puede pasar inadvertida. El diagnóstico liberal de las condiciones para el cambio está hecho desde hace mucho. Corresponde a América Latina asumir el riesgo de montarse a la ola de los nuevos tiempos o sucumbir ante la ingente cantidad de cambios concretos que el presente y el futuro inmediato le reclaman. ~

 

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