Memorias de Hans Jonas

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Elaboradas a partir de intensas conversaciones entre el filósofo alemán Hans Jonas (1903-1993) y la ensayista Rachel Salamander durante los últimos años de vida del primero, estas Memorias conservan el estilo directo y espontáneo de los pensamientos expresados de viva voz. Además, Losada las ha publicado con esmero: la edición castellana, en excelente traducción, sigue la edición alemana de Insel, incluyendo abundantes notas y apéndices adaptados al lector hispanoahablante.
     A lo largo de dichas conversaciones, el autor de libros clave del pensamiento contemporáneo, tales como El principio vida (1966) y El principio de responsabilidad (1979), narraba a grandes rasgos una trayectoria vital que abarca prácticamente todo el siglo XX y que, como otras tantas vidas de intelectuales judíos, se erige en símbolo de un siglo catastrófico, plagado de sufrimiento y exilio, pero también de grandes esperanzas y avances, cuando menos en el ámbito de la ética práctica y los derechos humanos: el pensamiento de Jonas es esencial en este segundo aspecto.
     Nacido en Mönchengladbach, hijo de judíos asimilados y adinerados —su padre era el dueño de una fábrica textil—, Jonas estudió Filosofía en Friburgo, Marburgo y Berlín. A punto de habilitarse y tras haberse especializado en el pensamiento gnóstico tardoantiguo, llegaron los nazis al poder y el joven filósofo, que por entonces era ya un sionista convencido y militante, emigró a Palestina. Su padre murió al poco tiempo, mientras que su madre sufriría el destino de millones de judíos: la deportación primero y la muerte en Auschwitz después.
     Los esfuerzos de Jonas en Israel para conseguir que su madre se reuniera con él fueron infructuosos. En Palestina recibió instrucción militar y, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el filósofo, que había interrumpido sus trabajos especulativos y no tenía más remedio que satisfacer las exigencias de la realidad imperante, se juró que no volvería a Alemania a no ser como miembro de un ejército invasor. El odio que albergaba contra Hitler y los nazis fue una constante vital del joven soldado en aquellos años; sentía que su deber era derrotar al mal encarnado en aquel ser abominable y, por extensión, en los alemanes, cómplices de tantos asesinatos.
     Muy consciente de la realidad de Europa, Jonas escribió una exultante proclama bélica para despertar a sus nuevos compatriotas en Palestina y así evitar que permanecieran inactivos frente al nazismo; asimismo, solicitó a las autoridades inglesas la creación de un batallón de voluntarios judíos para luchar contra Hitler. Tras numerosos inconvenientes, en 1945 Jonas pudo participar en el ataque final aliado a Alemania desde Italia, como miembro de un batallón especial compuesto por soldados judíos. Durante una fugaz visita a Mönchengladbach, luciendo el uniforme aliado, se enteró de lo que más temía: la muerte de su madre; entonces pensó que jamás podría perdonar a ese pueblo de carniceros y que nunca más podría establecerse ya en una Alemania corroída por el fantasma del nazismo; tampoco su ciudad natal guardaba ya rastro del antiguo esplendor de los Jonas: la familia estaba extinguida, y la fábrica textil había sido destruida por las bombas angloamericanas.
     Con todo, algunas anécdotas positivas, como la visita al editor de la casa Vandenhoeck & Ruprecht de Gotinga, quien todavía albergaba la esperanza de continuar con la publicación de la obra monumental de Jonas sobre el pensamiento gnóstico, planeada desde antes de la guerra; o los encuentros con la familia del teólogo Bultmann, y con el filósofo kantiano Ebbinghaus, influyeron en Jonas para que se congratulara a medias con un país al que había llegado a despreciar tanto y al que, en principio, no estaba dispuesto a perdonar el asesinato de su madre. Andando el tiempo, serían los individuos alemanes particulares, que también habían sufrido cruelmente durante la guerra a pesar de no ser judíos, quienes le harían olvidar su agudo antigermanismo; pero para ello habrían de pasar varios años más.
     Tras la guerra, el joven académico tampoco quiso permanecer en un Estado como Israel, militarista y en perpetuaalarma, de manera que en cuanto tuvo ocasión emigró a Canadá con su familia —se había casado en Jerusalén con Lore Weiner y era ya padre de una niña—, gracias a una beca que le permitió trabajar como investigador en la McGill University de Montreal. También impartió clases de Filosofía en el Dawson College. En 1955 se trasladó a Nueva York, incorporándose como catedrático a la prestigiosa New School for Social Research, donde dio clases hasta 1976. Asimismo, colaboró como profesor visitante en las universidades de Princeton, Columbia y Chicago. En esta época se relacionó con un amplio círculo intelectual: el de Hannah Arendt y su marido Heinrich Blücher.
     Aunque nunca más volvió a instalarse en Europa, Jonas regresó a Alemania en varias ocasiones; pasó un año sabático en Múnich y pronunció numerosas conferencias; fue galardonado con premios tan prestigiosos como el de La Paz, otorgado por los libreros alemanes, y, finalmente, hasta recibió la nominación de “hijo predilecto” de la ciudad de Mönchen-gladbach.
     Para los lectores interesados en el periodo filosófico de entreguerras, o en el ambiente intelectual del exilio judío en Norteamérica, Jonas aporta una visión propia, aunque algo parca, de las grandes personalidades académicas de la época, Klibansky o Scholem, por ejemplo, así como de multitud de figuras secundarias que menciona fugazmente y que podrían haber sido mejor plasmadas, pero la dinámica de la conversación no da pie a observaciones más extensas.
     Lo más interesante en cuanto a las impresiones y retratos de otras personas de Jonas son quizás sus recuerdos de Hannah Arendt, a la que trató mucho en los años que ambos pasaron como estudiantes de Filosofía en Marburgo; son también relevantes las escasas observaciones —y silencios— sobre Heidegger: el autor de Ser y tiempo fue siempre una dolorosa espina clavada en el corazón de quien fuera uno de sus alumnos más atentos.
     Por lo demás, es impagable la escena en que Jonas recuerda cómo se enteró de la relación amorosa que existía entre la jovencísima Hannah Arendt y el maduro profesor Heidegger. Estando ella enferma, el impulsivo Jonas, que estaba enamorado de su guapa e inteligente compañera de estudios, se atrevió a besarla creyendo que su amiga le correspondía sentimentalmente. La muchacha lo desanimó de inmediato revelándole que quería al profesor de ambos, del que ya era amante. Jonas fue así el único que conoció explícitamente la relación secreta entre la alumna judía y el gran mandarín y “mago” de la filosofía metafísica del ser. Ella le pidió que guardara el secreto; él así lo hizo y desde entonces, sin rencor por su amor frustrado, se convirtió en su más fiel amigo.
     Hannah le contó a Jonas que, hallándose en el despacho de Heidegger, éste había “caído de rodillas ante ella” y le había declarado su amor. Hasta la publicación de estas Memorias la anécdota era desconocida, por lo que confiere nueva luz a la intensa relación Arendt-Heidegger, que tanto dio que hablar hace unos años incluso en ámbitos ajenos a la filosofía.
     Es sabido que Heidegger no se rebeló nunca contra el nazismo y que hasta coqueteó con algunas de sus ideas. En 1933, mientras su alumna tuvo que abandonar Alemania por su condición de judía, el célebre profesor llegó a ser rector de la Universidad de Friburgo. Al cabo de los años, la antigua amante perdonó a Heidegger “por amor”; reanudó con él los lazos de amistad y le ayudó lo indecible para que sus obras fueran traducidas al inglés y conocidas en Norteamérica. Jonas, en cambio, jamás pudo perdonarle a Heidegger su desvarío nacionalsocialista: “Que el pensador más profundo de la época acoplase su paso a la estruendosa marcha de los batallones pardos me pareció la catastrófica debacle de la filosofía”. Aquél creía además que “el trato con la filosofía y las cosas más elevadas e importantes ennoblece a los hombres y hace que sus almas sean mejores”.
     Precisamente lo que mejor muestran estas páginas es la probidad humana de la personalidad del entrevistado y un talante filosófico harto distinto al de su maestro Heidegger. Jonas trató durante toda su vida de hallar una verdadera filosofía de la existencia y para la existencia, no sólo teórica sino también práctica. El estudio de la vida y del organismo vivo como su excelso representante lo condujo a desestimar la mera especulación teológico-metafísica, así como a contar con todos los avances de la medicina y la biología —de “la técnica” en general—, a fin de reflexionar y dar solución a los nuevos problemas que dichos avances traen consigo. La ecología y la responsabilidad del ser humano frente a la naturaleza, la bioética y problemas morales como los suscitados por la eutanasia o la clonación han recibido algo más que impulsos teóricos de Jonas. Quizá estas Memorias ayuden a tener en cuenta en el mundo de habla española los libros de un autor clave del siglo XX que, sin duda, estará presente aún durante mucho tiempo en las futuras discusiones filosóficas del siglo XXI. –

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(Cáceres, 1961) es traductor y ensayista. Ha escrito Martin Heidegger. El filósofo del ser (Edaf, 2005) y Schopenhauer. Vida del filósofo pesimista (Algaba, 2005). Este año se publicó su traducción


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