En la literatura, el lenguaje convierte en esplendor la abyección más absoluta e interpela a la razón y la pasión para movernos a vivir la experiencia de otros. Esa experiencia no es, desde luego, puro impulso vital volcado en palabras, es también la modulación de la cultura, esas líneas sobre las cuales escribimos nuestros propios renglones. Cuando quienes se dedican a la literatura se decantan por un género, han escogido un carril que define un objetivo. El de la microficción es vencer a los lectores por nocaut, con una urgencia muy bien definida por Julio Cortázar, respecto al relato corto en general, en “Algunos aspectos del cuento”. No por casualidad, escritores de la estatura de Jorge Luis Borges, José Antonio Ramos Sucre y Augusto Monterroso han exhibido su maestría en estas lides brevísimas.
Quienes leemos tales ficciones buscamos ser cegados por un instante que no será olvidado fácilmente, meta lograda con brillo por Adriana Rodríguez, venezolana residente en Argentina, y por Homero Carvalho, escritor boliviano, editores de la antología Mosaico (Managua, Parafernalia-Leamos cuentos y crónicas latinoamericanos, 2020). El título describe a la perfección este conjunto de 66 piezas unidas por la expresión de los cuerpos fuera de los cánones normales relativos a los sentidos, el movimiento y la relación con la realidad. Estas singularidades biológicas se convierten en sociales y culturales por cuanto la condición humana permite el desarrollo de lazos y afectos que exceden la supervivencia inmediata y concibe que todos aquellos que salimos de la esfera de la normalidad sobrevivamos, incluso con éxito. De estos lazos y afectos de la vida cotidiana, de las fantasías y deseos, de tragedia y de drama, del percibir la repugnancia y el amor de los otros, se alimenta Mosaico.
La literatura es el terreno más fértil para asomarse al vivir de los “anormales”. En esta antología transitan registros propios del terror y del relato policial, del realismo más crudo y del cuento fantástico; también se apela a la narrativa erótica y amorosa, a la crónica, la literatura para infantes y adolescentes, y al registro autobiográfico. No falta el humor negro, tal como lo exhibe la propia Adriana Rodríguez en “Capaz de todo”, que trata de un sordo brillante y atlético tan capaz de cualquier acción que se convirtió en feminicida. En la tradición de los enterrados vivos de Edgar Allan Poe, Sisinia Anze Terán nos muestra, en “Obsesivo-compulsivo”, a un personaje que decide cavar su propia tumba y enterrarse porque teme que su cadáver quedará a la intemperie cuando le toque morir. En “Carne para el delirio”, de Vimarith Arcega-Aguilar, el placer asume rutas desconcertantes:
Perdió una pierna en un accidente de moto. Después de seis meses de terapia, la sensación del miembro fantasma no se iba. Por las noches fantaseaba con una mujer que trepaba los bordes de la cama y lamía su pierna ausente, lo que resultaba en constantes erecciones matutinas. A la semana, haciéndolo pasar por un descuido en el trabajo, cercenó la otra pierna. Como han de imaginar, el placer nocturno se duplicó. Unos días más tarde encontraron su cadáver sobre un enorme charco de sangre, resultado de una compleja mutilación de miembros superiores.
El subtítulo de Mosaico es Microficciones sobre discapacidad. No lo escribí antes adrede porque posee una carga política inmediata, que señala la exclusión y causa inmediato interés o inmediato rechazo. Mosaico es una compilación literaria sobre un tema delicado y relevante, no una exposición de casos conformada en tanto interpelación a nuestro sentido de la justicia, aunque puede ser uno de sus efectos más allá del alcance estético. Detrás del texto hay, desde luego, una intención de mostrar vivencias supuestamente ajenas a quienes son clasificados como normales, lo cual, qué duda cabe, es un llamado a la empatía, a ponerse en el lugar del otro y comprender la irrebatible presencia de lo diverso en el mundo. El libro toma distancia del patetismo, la heroicidad o la denuncia, aunque pocas microficciones rozan el sentimentalismo y el tono aleccionador, posiblemente inevitable cuando se responde a una invitación editorial de esta naturaleza.
Los criterios de selección de textos cubrieron tanto exponentes reconocidos de la microficción como narradores emergentes, discapacitados o no. México y Argentina tienen una sólida representación y han sido incluidos Colombia, Chile, Bolivia, Cuba, España, Puerto Rico, Venezuela, Guatemala, Honduras, Perú y Ecuador. Las edades oscilan entre los nacidos en la década del cuarenta y la del noventa; además, se intentó cubrir el más amplio rango de discapacidades existentes. Encontramos nombres como Angélica Santa Olaya, Luis Eduardo Alcántara, Ana María Shua, Mónica Brasca, Graciela Poveda, Edgar Allan García y Rafael Grillo, entre otros tantos.
Adriana Rodríguez, egresada de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, es muy activa en cuanto a facilitar la lectura literaria a las personas con discapacidades visuales como ella. Ha logrado, junto con Homero Carvalho, congregar a una nómina de exponentes del género de la microficción para llevarlos a un amplio público, que puede leer Mosaico. Microficciones sobre discapacidad a través de las tecnologías de acceso para personas discapacitadas disponibles en nuestros dispositivos electrónicos, de la escritura Braille y, por supuesto, del libro en formato digital. La editorial Parafernalia, conducida por Alberto Sánchez Argüello, ha dispuesto que el diseño y los formatos de presentación respondan a las exigencias de esta tarea de divulgación de un género narrativo que, como dice el mencionado Carvalho en sus reflexiones en el prólogo, es el más cultivado entre el inmenso público usuario de las redes sociales. Se trata de un formato propicio para definir un espacio de lectura en estos tiempos virtuales, en los que la literatura es conciencia plena del mundo para tantos millones de personas confinadas por la pandemia.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.