En este país la idea de leer/escribir un libro debe parecerle a los políticos a tal grado misteriosa, que el hecho de redactar un texto de más de una docena de páginas sin ceder a la tentación de ponerles monitos o fotografías debe ser considerada una empresa descomunal. Nada explica mejor que La fuerza del cambio, libro del exgobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, reúna 323 fotografías e ilustraciones en menos de 230 páginas
Escrito en un lenguaje de expediente ministerial, los orígenes de Moreno Valle son narrados en esta odisea literaria con el sabor y la amenidad con la que los evangelios de Mateo y Lucas describen la línea genealógica de Jesús de Nazaret. Los bisabuelos, abuelos y padres del exgobernador son personajes unidimensionales, pobremente dibujados, planos como las actas de nacimiento y de matrimonio, las boletas escolares y el resto de documentos oficiales de donde sale su información.
Línea a línea, el lector choca con una prosa elemental y una narrativa que sólo sabe decirnos donde nació, estudio, se casó y murió alguien, en la que no hay humanos con trayectorias de vida, cotidianidad, anécdotas domésticas, colores o ambientes. No hay una sola emoción identificable, una lamentación o un momento significativo en el que valga la pena poner un separador aunque a los patriarcas de la familia se les atribuyan frases de basamento de estatua del tipo “el poder es prestado y debe usarse para servir a la gente”. Este libro es un páramo emocional, desprovisto de eso que Bruce Springsteen llama “los lazos que atan” y que son los vínculos que no pueden romperse porque uno simplemente pertenece a cierto lugar, a cierto grupo, a ciertos paisajes.
Rafael Moreno Valle pasa lista a cada miembro de su familia, pero no pertenece a ella; no hay lugares que sean suyos, objetos queridos, errores de juventud o momentos indelebles. Llama la atención la ausencia de referencias a lecturas atesoradas, de memoria que lleva a la nostalgia, de sensibilidad genuina. No hay línea de escritor alguno que merezca ser retomada, ni estribillo de canción que se guarde en la mente, mucho menos reflexión alguna sobre este país al que, parafraseando a Efraín Huerta es hervidero de envidias como criadero de virtudes.
Se entiende que por razones del trabajo paterno, la familia Moreno Valle se mudó una época a Europa, donde tampoco hay anécdotas o vivencias que contar. Para el político poblano, la enseñanza más valiosa de haber vivido en distintos países, poco tiene que ver con la vida en comunidad, los procesos históricos, la forma en que se vive la democracia o se organizan las ciudades; su reflexión tiene la sabiduría y profundidad de una galleta de la fortuna: “Conocí diversas culturas y comprendí que hay diferentes formas de pensar, lo cual no implica que una sea buena y otra mala, simplemente, son distintas”.
Moreno Valle pretende que la palabra cambio sea el eje de su libro, pero episodios como la renuncia a su militancia priista son narrados superficialmente, de manera vaga y enunciados generales que poco hablan de las pugnas internas. Su llegada a la gubernatura de Puebla, la cual llama “La historia del cambio”, se vuelve un farragoso séptimo Informe de Gobierno con cifras sobre infraestructura hospitalaria construida, montos destinados a construir rehabilitar y escuelas, becas, despensas o patrullas entregadas, todos, rubros en los que el lugar común es poesía en comparación con los prosaicos indicadores expresados en porcentajes o millones de pesos gastados (“estoy convencido que la salud es un derecho de todos los mexicanos”, “la educación es la herramienta más poderosa para transformar la vida de las personas”).
La conclusión del libro es inesperada y sorprendente. Los dos capítulos que intentan ser la síntesis del ideario morenovallista, “La ruta del cambio” y “La fuerza del cambio”, tienen una extensión de menos de una cuartilla. En ellos, el priista convertido en panista observa que desde hace décadas la sociedad mexicana espera un cambio profundo y que por ello, a finales de este año presentará un nuevo libro con un diagnóstico y las propuestas que permitan construir la ruta del cambio que México necesita.
Y es que, precisamente, a La fuerza del cambio le sobran fotografías de Rafael Moreno Valle abrazando a empresarios, recibiendo reconocimientos, posando con niños y mirando con compasión a los viejitos, pero le faltan propuestas y la pluma de un narrador que, a pesar del protagonista, provoque algo más que bostezos.
Al autor y a la editorial Miguel Ángel Porrúa les falta también explicar a dónde han ido a parar los 60 mil ejemplares del tiraje que aseguran haber hecho —por demás descomunal en el ambiente editorial mexicano— y de qué manera las ganancias se han traducido en recursos para mantener una campaña de meses, con cientos de espectaculares y anuncios en mobiliario urbano, además de spots en medios electrónicos. Por lo pronto, la histórica e icónica Editorial Porrúa ya se deslindó de esta obra para evitar controversias que puedan vincularlos “con actos de legalidad ambigua”. No vaya siendo…
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).