Trazas de una búsqueda
Tomás Segovia, Otro invierno , Ediciones Sin Nombre, México, 1999, 203 pp.
Ciertas experiencias parecerían pedir expresarse en prosa, como si ésta pudiera resguardarlas de una combustión demasiado rápida y ardorosa, como si determinados recuerdos escogieran buscarse a sí mismos a través de otros y por caminos sinuosos y demorados, que son los que rastrean los relatos del reciente libro de Tomás Segovia: Otro invierno. Que un poeta incursione en la prosa de Stendhal no es un hecho excepcional, pero hay que descubrir sus razones. Otro invierno se propone un ejercicio memorioso que conlleva una necesidad de tono y , sobre todo, de tempo. Con paciencia y limpidez, Tomás Segovia rescata un puñado de episodios sin duda autobiográficos o, al menos, vividos en su esencia, que van hilándose por debajo de la aparente disparidad de las anécdotas. Los episodios corresponden a distintas edades del poeta, desde la primera infancia hasta una improbable y asombrada madurez, pero todos se narran desde una distancia que se antoja consustancial para envolverlos en una atmósfera de claroscuro, un eficaz contrapunto entre el misterio y una búsqueda empecinada de sentido. "A pesar de mis hábitos racionalistas escribe Tomás Segovia en el relato que cierra el volumen, la verdad es que mi tendencia inconsciente es a mirar las circunstancias peculiares de mi vida como peldaños o eslabones de mi vocación, y no mi vocación como resultado involuntario de unas coincidencias aleatorias." No sería del todo descabellado ver estos episodios vívidos y vueltos a imaginar "como un conjunto coherente ordenado en torno de un sentido general."
Antes que el invierno que gobierna el título, otra estación preside el volumen y, creo adivinar, la vida ulterior del poeta: "Otoño" refiere la primera experiencia de soledad vivida por un niño precozmente adiestrado por la Guerra Civil Española en las artes de la separación y las mudanzas. Aunque Tomás Segovia lo haya escrito hacia los veinte años, el relato transmite una conmoción muy cercana a la violencia de esta turbación infantil, que la mirada adulta logra recrear en su integridad pero con un freno frío y lúcido, que impide todo sentimentalismo. "Aquello era sin duda, pienso hoy, abrirse a la luz cuando el mundo entraba en las tinieblas." La primera experiencia de soledad es, efectivamente, una pequeña epifanía sin escándalo ni humedad dramática, una inquietante y mitigada oleada de alegría y desamparo, el conocimiento, sentido antes que razonado, de algo irremediable e inédito, una probadita anticipada del hastío heideggeriano para un niño abandonado a la ruidosa turba de un internado francés. En un momento del relato, el niño siente que, de ahí en adelante, comenzarían los días de "anhelo de algo indefinible." Y podría ser que este "anhelo de algo indefinible" sea precisamente el motor de la vocación poética y los relatos de Otro invierno, unas cuantas trazas de esta búsqueda.
El "anhelo de algo indefinible" marca la pauta de los demás relatos, pero se antoja que los magros hallazgos en el camino de las peripecias y de los encuentros amorosos invariablemente se saldan en la pérdida. Inevitablemente también, casi todos registran una errancia en la búsqueda, como si en cada rostro estuviera encerrada la promesa de un lugar por conquistar, quizá una estancia asoleada y cálida para el "reposo del guerrero". En algunos relatos, como "La mina", se da admirablemente este cruce entre un personaje y una esperanza de armonía con el mundo. Al visitar a dos antiguas amigas Tina y Nita el narrador vuelve a recordar "la fascinación de aquel universal concierto de los encantos" sutilmente cifrado en la atmósfera de una casa, en la fisonomía y los ademanes de una mujer, en una apetencia de mundo sellada por la pureza original y, sobre todo, la libertad. Las historias de amor son, asimismo, el recuento de la reiterada búsqueda de las "moradas imposibles". En su mismo estilo de narrar, Tomás Segovia reproduce los tanteos y la terquedad de su búsqueda: nunca sabemos a dónde nos conduce, dónde se esconde el secreto, en dónde termina un rostro o una anécdota, y se está a punto de traspasar el umbral del misterio. Aunque nunca claudique en la búsqueda del "anhelo de algo indefinible", sabe cuándo detenerse para no destrozar el milagro, como el que se relata y se cumple en "Otro invierno": el doble milagro, por real y literario, de una hogaza de pan depositada por una mano anónima, en medio de la nieve, para saciar el hambre de dos fugitivos de la persecución franquista, y cuya mitad permanece intacta en el mismo lugar "¿Cómo sabemos si no vienen otros detrás?" como una señal del "primer cimiento de la Justicia eterna".
La poesía de Tomás Segovia tal vez diga más entusiasta y luminosamente que este "anhelo de algo indefinible" es la búsqueda de lo Absoluto, pero Otro invierno lo reitera en una modulación secreta y precavida, como si sus encarnaciones y sus peripecias requirieran mayor sigilo aún para nunca develar los misterios que son, a un tiempo, los premios y los desvelos del escritor. –