Pasaron

Madrid, metrópolis (neo)fascista. Vidas secretas, rutas de escape, negocios oscuros y violencia política (1939-1982)

Pedro del Hierro

Crítica,

Barcelona,, 2023, , 234 pp.

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En 1939, coincidiendo con la caída de Madrid en manos del denominado bando nacional, la actriz y bailarina Celia Gámez grabó el chotis “¡Ya hemos pasao!”. Nacida en Buenos Aires, de padres malagueños, esta vedette fue una de las principales estrellas de la revista musical española de la primera mitad del siglo XX. Destaca, entre sus éxitos, Las Leandras (1931); interpretó, asimismo, tangos y no estuvo ausente de las pantallas cinematográficas. Comoquiera que sea, en la canción del 39 respondía con un contundente y castizo “¡Ya hemos pasao!” al famoso lema republicano “¡No pasarán!”, inmortalizado por Pasionaria y adoptado como emblema del antifascismo internacional. Reza, el chotis en cuestión: “¡No pasarán!, decían los marxistas. / ¡No pasarán!, gritaban por las calles. / ¡No pasarán!, se oía a todas horas / por plazas y plazuelas con voces miserables. / ¡No pasarán!” En la letra de la pieza se oponía el Madrid “de la cochambre”, “de milicianos, de hoces y de martillos y soviet”, de Largo Caballero, Negrín, Prieto y “don Lenín”, con el Madrid de la Falange, “siempre garboso y lleno de cuplés”, de yugo y flechas y brazos en alto, “sonriente, alegre y juvenil”. Tras la guerra fratricida, sin embargo, ya se podían entonar otros versos bien distintos, en tanto que particular contestación triunfante: “¡Ya hemos pasao!, decimos los facciosos. / ¡Ya hemos pasao!, gritamos los rebeldes. / ¡Ya hemos pasao!, y estamos en el Prado, / mirando frente a frente a la señá Cibeles. / ¡Ya hemos pasao!” No solamente pasaron sino que Madrid, erigida en símbolo del antifascismo a partir del “¡No pasarán!”, acabó convirtiéndose con el tiempo en una ciudad de referencia para la extrema derecha internacional.

Las razones y las modalidades de la significativa transformación de la capital de España, desde 1939 y hasta la Transición democrática, en ciudad clave para los neofascismos reciben una singular atención en Madrid, metrópolis (neo)fascista. Vidas secretas, rutas de escape, negocios oscuros y violencia política (1939-1982), de Pedro del Hierro. En una decena de capítulos, con orden cronológico, el autor muestra y analiza este singular proceso. La introducción de la idea de red transnacional neofascista se nos antoja particularmente pertinente. Y el uso de materiales personales, como los de Pierre Daye, un acierto. La década inaugural del Madrid franquista es abordada en los tres primeros capítulos a partir de un par de cuestiones. Ante todo, la resignificación del espacio urbano, a fin de modificar las percepciones, interna y externa, de la ciudad: callejero, planificación arquitectónica y urbanística, visitas de personajes clave del fascismo (Heinrich Himmler o Galeazzo Ciano), actos multitudinarios. La tendencia, muy notable entre 1939 y 1942, iba a ralentizarse en los años siguientes, adecuándose a las nuevas necesidades de reposicionamiento internacional del régimen. El final de la Segunda Guerra Mundial erigió a Madrid en parada visible en las rutas de escape (ratlines) para sacar de Europa a nazis, fascistas y colaboracionistas perseguidos por los aliados vencedores. La vía Alemania-España-América Latina o bien norte de África fue harto transitada. El franquismo se mostró, en general, bastante benévolo, como muestran los casos del vichysta y notorio antisemita Louis Darquier de Pellepoix o el del rexista belga Léon Degrelle. En alguna ocasión, a las autoridades se les escapó de las manos el asunto, verbigracia, el del exministro francés Pierre Laval.

Las rutas de escape facilitaron la consolidación de las redes transnacionales en el Madrid de las décadas siguientes. La Guerra Fría favoreció a la galaxia posfascista, retirando la presión anglo-americana sobre los fugitivos. En Madrid se instalaron más gentes (el general Gastone Gambara o el ss Otto Skorzeny), abrieron sedes algunos movimientos extranjeros (el msi italiano o el Movimiento Social Europeo) y se recibieron sonadas visitas, como la del inglés Oswald Mosley. La ciudad se consolidó como núcleo neofascista, centro de operaciones y núcleo decisivo para repensar y actualizar la ideología fascista. La capital de España atrajo a la galaxia de la extrema derecha a través de conmemoraciones, monumentos –el dedicado a los caídos de la Legión Cóndor, por ejemplo– o mitos, como el de la División Azul. El autor expone la importancia de la comunidad rumana, ligada a la vieja Guardia de Hierro, con la presencia de Horia Sima o Radu Ghenea. La decisiva conexión latinoamericana se aborda desde dos ópticas: el papel de Buenos Aires –Juan Domingo Perón y la llamada “tercera posición”, el Servicio Argentino de Recepción de Europeos (sare), la prensa de extrema derecha–, y la instalación en la capital española, además de Perón, de un buen número de exdictadores y familiares, como el cubano Fulgencio Batista, el dominicano Ramfis Trujillo o el venezolano Marcos Pérez Jiménez. En la década de 1960, en plena época descolonizadora, la OAS (Organización del Ejército Secreto) de Roger Salan y la Joven Europa, del belga Jean Thiriart, actuaron desde España. En la misma época surgían, en Barcelona y Madrid, un par de organizaciones españolas, las principales de la red transnacional neofascista en los años finales del Franquismo: CEDADE (Círculo Español de Amigos de Europa) y FN (Fuerza Nueva). Eran sensiblemente distintas: más europea y cultural la primera –hizo de la negación del Holocausto uno de sus objetivos centrales–, más nacional y política la segunda. Cierra el libro un apartado dedicado al Madrid de la Transición, con especial atención a la Fuerza Nueva de Blas Piñar y al neofascista italiano Stefano Delle Chiaie. Más adelante llegó el movimiento skinhead. La década de 1980, no obstante, estuvo ya marcada por el caos y la falta de estrategias de la ultraderecha.

La obra de Pedro del Hierro es, sin duda, ambiciosa. Un par de cuestiones, sin embargo, merecen ser planteadas a manera de crítica constructiva. En primer lugar, una ligera inconcreción conceptual. Afirma explícitamente el autor que no va a ofrecer una definición del término “neofascismo”, aunque sí señala algunas de sus características principales, desde el ultranacionalismo al anticomunismo visceral. Menos claro resulta todavía el sentido de “fascismo”, aplicado, en mi opinión, de manera algo excesiva. Considerar, pongamos por caso, a un personaje como el mariscal francés Philippe Pétain como fascista es, como mínimo, problemático. Situar al fascismo y al neofascismo en la extrema derecha del arco político resulta correcto, pero no toda la extrema derecha, de ayer y de hoy, puede ser tildada de fascista o neofascista. En segundo lugar, la infrautilización de las posibilidades ofrecidas por la perspectiva espacial en historia. Se agradecen los planos y mapas que figuran en las primeras páginas de la obra, que permiten ubicar viviendas, sedes y lugares de reunión, como el restaurante Horcher o el Café Lion, así como la voluntad expresada en la introducción de estudiar estos espacios. Se atiende más a la propia red que a la calidad de las relaciones en ella establecidas. En cualquier caso, estamos, con Madrid, metrópolis (neo)fascista, ante un libro muy interesante. ~

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Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrático de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, de París. Su libro más reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España' (Taurus, 2021).


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