Pensando en la izquierda, de Héctor Aguilar Camín

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Puede decirse que la izquierda nació de uno de los encuentros de la voluntad y la razón. Su impulso inicial parte de la certeza de que la acción puede transformar la historia si hace alianza con la razón. Hija de la modernidad, la izquierda confíó, desde su cuna, en los artificios del ingenio humano, rechazando los alegatos de la costumbre y los cuentos de lo sobrenatural. Lo antiguo dejaba de ser visto como el tesoro a preservar para señalarse como arbitrariedad a demoler. A ojos de la izquierda el futuro no puede ser la eterna repetición de lo que ha sido sino una tierra por conquistar para todos. Ese es el tercer elemento crucial para la formación de la izquierda: la vocación igualitaria. Si algo orienta esa confianza en la razón transformadora es la certeza de que la opresión no es fatalidad, que la desigualdad no es nuestra naturaleza y que hay en el mañana una promesa de fraternidad. La acción política desde la izquierda encuentra sentido en la reducción de las disparidades de poder y de dinero.

Los árboles de la izquierda han crecido de distintas maneras. La razón ha apuntado el dedo a distintas desventuras y ha sugerido igualmente una multitud de recetas. Pero difícilmente llamaríamos de izquierda una persuasión que entiende el sentido de la política como la salvaguarda de un legado, que reza al carisma y que se planta como muro de resistencia frente al futuro amenazante. Y, sin embargo, sucede que la izquierda pueda convertirse en cascarón del conservadurismo. Es el caso de la izquierda mexicana en la que, como ha visto lúcidamente Roger Bartra, “las ideas han ido retrocediendo ante las pasiones”. Es indudable que el artefacto ideológico de la izquierda quedó hecho polvo tras el 89. Era de esperar que esa quiebra provocara una revisión seria del diagnóstico y de los instrumentos. Sin embargo, en muchos sitios, el camino fue el abandono de la razón y el abrazo del sentimentalismo. Ese es, en buena medida, el caso de la izquierda mexicana en los últimos años.

Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) ha escrito un librito sobre las distintas familias de la izquierda mexicana en el que desenreda la espesura de tradiciones, vocabularios, instintos e ideales que se reconocen dentro de la sobrepoblada ala izquierda. Un hecho precede la reflexión de Aguilar Camín: la izquierda en México ha dejado de ser expresión política de los márgenes. Ya no es la exótica filiación de unos cuantos profesores en la universidad y rebeldes en la montaña, sino una organización gobernante. La izquierda es gobierno. Desde hace ya más de una década gobierna la ciudad de México, varios estados de la república y tiene una presencia decisiva en el Congreso mexicano. Sin embargo, la izquierda apenas y se reconoce como columna gobernante de la nueva democracia. La reversión de 2006 relanzó al partido de la izquierda mexicana a su prehistoria y ha regresado a discutir cosas que había ya superado.

El historiador resalta diversos clanes que coexisten y riñen dentro del gran partido de la izquierda mexicana. Son la izquierda revolucionaria, la izquierda comunista, la izquierda estatista, la izquierda utópica, la izquierda intelectual y la izquierda indigenista. Una contradicción sobresale en este álbum de familias: si hay grandes intelectuales en la izquierda, hay pobrísimas ideas en la izquierda. Pobrísimas y, sobre todo, viejas. Persiste el vago elogio de la violencia como fecundador de la historia; el repudio de una ley que se ve como artilugio del enemigo; la esperanza de que el Estado sea el provisor de la justicia y el resguardo frente a las amenazas del exterior; la sensiblería de la hermosa comunidad premoderna que hay que proteger frente a la tiranía del universalismo. Todo ello hace del partido de la izquierda mexicana una organización incapaz de oponer ideas al embrujo de una personalidad. Pasmada en su óxido intelectual, la izquierda queda fácilmente al garete de ese aro clerical del carisma.

El capítulo más filoso de esta aguda miniatura es el fragmento sobre la izquierda intelectual. La intelectualidad de izquierda tiene foro y recursos pero ha perdido libertad. Un invisible látigo disciplinario impide el debate abierto, frontal, rudo de las ideas. La izquierda intelectual ha cedido frente a la izquierda sentimental. El periodismo de izquierda, en ese sentido, se ha vuelto periodismo de capilla: cerrado en sus causas, en sus creencias y en sus afectos.

La severidad de los juicios de Aguilar Camín no es rencillosa. Por el contrario, en el ensayista se encuentra el rigor cordial del conversador. El libro tiene el acierto de incorporar la breve polémica que su publicación periodística suscitó, alojando ahí la semilla de un debate. Aguilar Camín no celebra las fallas de un enemigo, lamenta los traspiés de un personaje necesario. El historiador que piensa en la izquierda que tenemos, también piensa en la que hace falta. La quiere moderna, liberal y eficaz. ~

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(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).


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