Respuesta a César Antonio Molina

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El domingo 3 de noviembre, César Antonio Molina, exministro de Cultura en el gobierno que llevó a España a la bancarrota, publicó en el ABC Cultural un colérico escupitajo contra mi ensayo Genealogía de la soberbia intelectual. Escrito con jugos biliares, el libelo del exministro Molina falsea el contenido de mi libro, pues me atribuye barbaridades que solo existen en su afiebrada cabeza, para hacerle creer a los lectores españoles que mi ensayo es una diatriba neonazi contra la cultura. Según Molina, yo sostengo que “desde Egipto hasta nuestros días, gran parte de los filósofos, escritores, pensadores, intelectuales y artistas han sido unos terroristas”. No hay ninguna cita de mi libro que avale semejante sandez, por la simple razón de que Molina no pudo encontrarla en el texto. Tampoco escribí que Gutenberg haya inventado “un aparato opresor”. De hecho, afirmo justamente lo contrario: “La invención de la imprenta asestó un duro golpe a los grandes señores del Renacimiento que habían coleccionado copias manuscritas de los clásicos grecolatinos. Las traducciones popularizaron más aún la lectura de los clásicos, las obras en lenguas vivas alcanzaron grandes tirajes y los plebeyos entraron a saco en los lujosos palacios de las letras que antes les habían sido vedados.” (p. 34) El reseñista miente con más descaro cuando afirma que en mi ensayo hago “una defensa del espíritu gregario contra el individuo”. Yo sostengo una opinión diametralmente opuesta: “Solo un individuo apartado del rebaño puede tener independencia de criterio y valor para disentir de la mayoría, cualidades que el hombre moderno necesita más que nunca para oponerse a las tendencias masificadoras del poder global.” (p.182) Ni taché a Flaubert de reaccionario, como inventa Molina, ni recurro jamás en mi ensayo a etiquetas ramplonas. De hecho, a propósito de Bouvard y Pecuchet escribí: “En Flaubert, la necesidad de escapar de sí mismo era tan fuerte, que a pesar de haber intentado escribir una sátira contra la divulgación cultural, convirtió a dos imbéciles en interlocutores con espíritu crítico. Moraleja: las grandes hazañas intelectuales no consisten en alejarse del prójimo, sino en bajar el cielo a la tierra para poder conversar con él.” (p.40)

Esta es solo una breve muestra de las múltiples artimañas que Molina utiliza con la intención de demoler mi ensayo, por su manifiesta incapacidad para polemizar en buena lid. Lo que natura non da, las carteras ministeriales non lo prestan. Si quería refutarme, por lo menos debió tener la honestidad de exponer mis argumentos. Es una palmaria incongruencia tildarme de “filibustero contra la cultura” y al mismo tiempo reproducir frases en las que expreso admiración por Baudelaire, Quevedo, Rousseau, Wilde y Ortega y Gasset. Como lo demuestran esas citas de mi libro, ni siquiera soy un enemigo de las bellas letras que Molina pretende representar. Desde su delirio de grandeza, enfermedad muy común entre los burócratas de la cultura, el exministro cree que yo padezco un “complejo de inferioridad intelectual”, pero si mi ensayo no tiene poder persuasivo, si es tan deleznable como él dice ¿por qué se molestó en escribir esa carretada de injurias? Tal vez porque Molina, adalid del peor tipo de soberbia culterana, la que encubre una imaginación famélica, sintió que este ensayo sobre las principales metamorfosis de la pedantería literaria a través de los siglos lo retrataba de cuerpo entero. Me colma de gozo haberle provocado diarrea a un representante de la erudición fraudulenta que mi libro ridiculiza. Por lo visto, el traje le vino a la medida. Mi ensayo es un alegato contra el uso del argumento de autoridad para inhibir el espíritu crítico, y este dómine engreído no hace otra cosa que invocarlo en todo momento.

 

Posdata:

Mi editor en España solicitó la publicación de esta respuesta en el ABC Cultural, pero el director del suplemento me negó el derecho de réplica. Puesto que el ataque de Molina, como he demostrado, no es una crítica literaria sino una difamación marrullera, donde me imputa falsamente muchas atrocidades que ningún lector encontrará en mi ensayo, la mordaza que me impuso el suplemento es un atentado contra las reglas más elementales de la ética periodística. Como es bien sabido, elABC fue un bastión de la dictadura franquista, y en la actualidad sigue siendo un fiel defensor del fascismo enquistado en el gobierno de Mariano Rajoy. Los fascistas no dialogan, solo apuñalan por la espalda, como lo hizo Molina, cuya falta de valor civil ha quedado en evidencia, pues en vez de aceptar un debate se oculta cobardemente detrás de sus guardaespaldas. ~

 

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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