Sonámbulo en Cuba

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Este volumen contiene el diario que el autor llevó como embajador mexicano en Cuba los dieciocho meses de su misión. Puede leerse como un intento algo patético por sintonizar el sentimentalismo procubano de la izquierda mexicana con la Cuba realmente existente. Refleja ingenuidad, desconcierto y esfuerzos genuinos por correr el velo dogmático y encarar la realidad, de lo cual surgen contradicciones. El resultado es un platillo a medio cocer, cuyos ingredientes serían dignos de una novela que diera la atmósfera de irrealidad de los sucesos, o de una sátira que empezara por limpiarle a Castro la comida de las barbas.
     Pero el autor tendría que encarar primero la irrealidad de su propio nombramiento, pues Pascoe fue designado sin misión específica, salvo el propósito de dividir a su partido, el PRD. Cuando la maniobra no dio resultado, el canciller Castañeda se dedicó a obstruir su labor. Esta sería la explicación de la comedia de equivocaciones que empezó con su arribo a La Habana y que todavía no termina. De hecho, ninguna de sus iniciativas fue apoyada por México, la mayoría fue obstruida y muchas otras se tomaron sin consultarlo.
     No obstante, tuvo espacio para moverse a sus anchas en las áreas de su interés: la nomenklatura, la comunidad diplomática y la farándula. Descartó a la disidencia porque la consideró irrelevante e interferiría en su estrategia, a saber: servir de puente para una transición pacífica en la era postCastro. Así, dedicó su energía a descifrar los alineamientos políticos, sin éxito, por supuesto. La nomenklatura lo consideró compañero de viaje (no muy confiable) y jugó con él al gato y al ratón. Pascoe percibió la manipulación, pero extrañamente siguió confiando en sus interlocutores.
     Por una revista española se enteró del tráfico de visas en su consulado, a cargo una red cubanomexicana. Tomó medidas y, en el proceso, descubrió grandes irregularidades administrativas, pero inexplicablemente contrató a cubanos para que le hicieran un diagnóstico de la situación. Luego descubrió que su comunicación telefónica, correo electrónico, fax, conversaciones en su auto y hasta en su recámara estaban interceptadas. En vez de acudir a las autoridades mexicanas, acudió a las cubanas que, desde luego, le dieron largas. Cuando por fin obtuvo respuesta, le dijeron: “Ah, ya los agarramos”, y ahí quedó todo.
     Para ser tan ingenuo hay que tener fe ciega. Pero Pascoe también tuvo valor para abrir los ojos. De ahí sus contradicciones. Por un lado dice: “La fuerza del pueblo cubano al haber aguantado el Periodo Especial —y lo que queda de él— es un ejemplo de la legitimidad social del régimen […] No percibo el rechazo al sistema cubano entre el pueblo […] No hay un rechazo a un régimen autoritario-despótico simplemente porque no existe […] La aplicación de la ley en Cuba es real […] un valor cultural.” Por otro lado: “El esencial descontento con el régimen es grande […] La sensación de tristeza de la gente es innegable […] Los dirigentes no lo perciben […] Un manto de depresión desciende sobre la isla […] La situación económica es dura pero más lo es la baja moral y de esperanza de la gente […] El robo es práctica común […] Los jóvenes ven cómo se consiguen las cosas ‘por la izquierda’ [justicia poética] y dicen: esto no es robar, es resolver […] hacen mofa de la propaganda […] La gente se divide en los que anhelan irse y los que piensan quedarse.”
     Sus sentimientos sobre Castro también son ambivalentes. Por un lado: Fidel ya no es el mandamás, sino el “fiel de la balanza” de los grupos que disputan la hegemonía. Fidel permite que las contradicciones afloren y se expresen a fin de tener “la opción histórica de la última palabra”. Por otro lado: entre sus colaboradores hay “sumisión y temor, Fidel no los respeta, los interrumpe, se burla de ellos […] Lo veo cansado, enfermo […] divaga […] muy confuso, pero propio de un régimen donde no existe la posibilidad de disentir […] Todos somos, desde su punto de vista, desechables […] ¿Qué tendrá en la cabeza que tanta culpa le da?”
     La ambigüedad de Pascoe se extiende a los negocios. Lamenta la poca presencia de empresas mexicanas en la isla y que los empresarios mexicanos se quejen demasiado a pesar de estar ganando buen dinero. Por otro lado, admite que los cubanos no pagan ni dan garantías de sus compromisos. “Para pagar a unos dejan de pagar a otros: Canadá, Francia, Italia y México tenemos el mismo problema. La impresión de Canadá es que están usando todo el efectivo para pagar a las empresas americanas.” Los servicios para los extranjeros son deficientes y muy caros.
     Hay un “apartheid económico”, una “casta burocrática privilegiada” de los hijos de militares y políticos. Estos “juniors tienen negocios por el mundo […] promoviendo los contratos que el padre revolucionario les ofrece en las esferas de poder y de negocios dentro de Cuba. He visto muchos casos […] Y son medio transas casi todos. Varios empresarios mexicanos caen atrapados en negocios con personajes de este perfil […] Los funcionarios temen el levantamiento del bloqueo económico porque serían arrasados por las fuerzas del mercado”.
     Las contradicciones de Pascoe se explican, decíamos, por su propia ambigüedad ideológica. Pero también por la edición lineal del diario, que no registra cortes en la evolución de la conciencia del autor. Hace falta un prefacio que redondee su experiencia o una novela como la que promete. Material kafkiano y orwelliano no le falta. ~

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(Santa Rosalía, Baja California Sur, 1950) es escritor y analista político.


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