Harry Houdini
Cómo hacer bien el mal
Presentación de Arthur Conan Doyle,
traducción de Alicia Frieyro, Madrid,
Capitán Swing Libros, 2013, 264 pp.
Houdini conocía tan bien el arte de seducir al público que bastan dos frases al principio del libro para que uno se lo piense dos veces antes de cerrarlo. Incluso si se ignora todo al respecto de la vida de Eric Weiss, es difícil que su nombre artístico pase inadvertido y sin cierta dosis de misterio. Por eso, cuando el rey de las esposas y escapista de las cárceles asegura que “los trucos con conejos siempre tienen éxito”, ese tono sencillo, inocente, juguetón, cautiva tanto como el título del apartado donde está incluido: “Consejos útiles para jóvenes magos menores de ochenta años”.
Houdini también es el sueño de todo editor: basta con la buena idea de ponerlo en circulación para subsanar las desatenciones que hay en el libro –desde erratas mínimas hasta dudosas referencias sobre textos incluidos–, la más grave es la de no hacer caso de uno de los consejos del mago: “Si quiere tener éxito hágase a la idea de que su forma de abordar al público será el aspecto más importante de su actuación.” Antes de llegar a los trucos con conejos hay noventa y tres páginas de prólogos, un reto para el lector ansioso que, justo porque son tan buenos, podría aprovecharlos mejor si estuvieran al final del libro.
En el primero, del mago norteamericano Teller, nos enteramos que Houdini nunca terminó la escuela, que conforme llegó la fama invirtió dinero en libros y que, cuando falleció, su biblioteca fue valuada en el equivalente a seis millones de dólares actuales. Su análisis del estilo de Houdini concluye que hay dos tonos en el libro: el callejero, propio del mundo del crimen y la estafa; y el erudito, resultado de una vida adulta de lecturas.
En el segundo, Arthur Conan Doyle convierte a Houdini en un héroe trágico, al estar convencido de que, a diferencia de otros estafadores, sus trucos dependían de dones sobrenaturales que el mago logró esconder durante toda su vida. El verdadero talento de Houdini, dice el creador de Sherlock Holmes, fue esconder su naturaleza y hacerle creer a la gente que todo era un truco de magia: “Tengo para mí que la fantasía radica en negarse a tomarla en serio.”
Hasta la página noventa y tres, por fin, aparece el mago. La primera parte del libro es una selección de artículos que Houdini publicó entre 1906 y 1920, pequeños relatos que incluyen sugerencias para jóvenes magos, consejos para dirigirse al público, descalificaciones contra sus imitadores, tragaespadas, comepiedras, enanos, cárceles.
El arte de Houdini, como la de todo buen ilusionista, consiste en mostrar lo pequeño mientras se oculta algo más grande. Houdini es lo que no dice y en sus quejas sobre los magos apócrifos se esconde siempre una pregunta: ¿qué es lo auténtico para él? Si todo truco mal hecho es falso, lo auténtico radica en lo inexplicable, en el misterio, en la duda y en la incomprensión. Teller lo aclara en el prólogo: “el arte del ilusionista es presentar la aburrida realidad como una fascinante posibilidad”. Por eso, la construcción de su propio personaje se basa en la delgada línea entre lo ilegal y lo legítimo, entre el sacrificio y el show. Cuando es inevitable cruzar esas fronteras entonces el artificio es la farsa, como sucede cuando Houdini se siente obligado a recomendar antídotos contra el veneno de animales ponzoñosos que usan los magos: “La primera regla de oro que ha de adoptarse es llamar al médico al instante y proporcionarle sin tardanza toda la información posible sobre el caso.” Se trata de decir lo evidente para esconder lo verdadero.
La segunda parte, que da título al libro, incluye casi todos los textos que Houdini publicó en 1906 como The right way to do wrong: An exposé of successful criminals. Lo que hay en este apartado es un catálogo de ladrones, supersticiones, anécdotas de la vida criminal, historias que podrían aparecer en cualquiera de las aventuras de Sherlock Holmes y que solo alguien que conoce en la práctica la vida del robo y la estafa puede relatar. Pero Houdini no se rebaja nunca a la categoría de estafador. Su interés por catalogar los usos y costumbres de magos y ladrones roza lo académico y crea un personaje complejo que en una página asegura que “el primer escupeaguas del que he podido hallar referencia es Blaise Manfrede o De Manfre, que realizó una gira por Europa a mediados del siglo XVII”, y en otra cuenta una argucia criminal con tal detalle que es imposible no pensar que fue él mismo quien cometió el delito.
De la vida callejera no le interesa a Houdini el delito burdo, sino la estafa elegante, el aura de una delincuencia basada en principios de ingenio y en supersticiones –el mayor de los miedos del ladrón, por ejemplo, es una casa recién pintada–. Lo mismo sucede con su concepción de la magia: lo importante no es escapar de la cárcel, sino que no haya explicación posible para ello.
Y para terminar, Houdini: “En mi trabajo, en concreto, son tan maravillosos y fabulosos los resultados que se pueden obtener valiéndome de medios perfectamente naturales que no necesito recurrir a camelar al público. En mi caso, por lo menos, la verdad supera la ficción.” ~
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.