Tanto si se trata de su narrativa como de sus ensayos los libros de Milan Kundera tienen, como suele decirse, un โinconfundible parecido de familiaโ que seguramente no les viene de su estilo, puesto que ya sabemos que el estilo de un autor rara vez consigue conservarse en la traducciรณn, por buena que esta sea; y como sรณlo podemos leerlo en versiones traducidas, la integridad literaria de la obra de Kundera (Brno, 1929) ha de responder a pautas que no son estilรญsticas. El parecido de familia tampoco es lo que la jerga periodรญstica denomina una โproblemรกtica comรบnโ, aunque es evidente que hay asuntos que se repiten en los textos del escritor checo: las mujeres bellas y los amores mรกs o menos apasionados, los adulterios y los mรฉnages ร trois, el drama del exilio y el ambiguo compromiso o rechazo del rรฉgimen comunista, la condiciรณn solitaria del escritor, lo cรณmico y la ironรญa, las referencias nacionales (la obra de Kafka, la mรบsica de Janรกฤek) y la relaciรณn del propio Kundera con la lengua y la cultura de su patria de adopciรณn, la Francia posmoderna, etcรฉtera.
No, el parecido es otro y se deja ver en un registro muy caracterรญstico: la propia presencia โomnipresenciaโ del autor en todo lo que juzga o lo que observa. Ya se trate de un relato, de la obra de un escritor clรกsico o contemporรกneo, de pintura o de mรบsica, Kundera se las arregla para que su caracterรญstica mirada, alejada y desentraรฑada, se haga presente a los ojos del lector; esa mirada que a veces se muestra deliberada o impostadamente perversa y que, al mismo tiempo, tiene una distintiva humanidad que enseguida nos hace cรณmplices de sus inclinaciones o caprichos. Sus novelas y ensayos no suscitan adhesiรณn ni autorizan una toma de partido sino que provocan pura y simplemente complicidad. Kundera narra o comenta no sรณlo para dar testimonio sino para dejar impronta de su personal intervenciรณn, de tal modo que no es el objeto de su atenciรณn lo que prima en el relato o la crรณnica que escribe, como tampoco es un propรณsito definido, sino que es siempre รฉl mismo, como necesario vรฉrtice de la observaciรณn. Asรญ, sus comentarios son un mero pretexto para mostrarse obscenamente delante del lector. Kundera no tiene inconveniente alguno en describir sin tapujos sus propias debilidades o las de sus รกlter egos personificados en los protagonistas de sus relatos. Estรก รฉl mismo en el momento en que alguno de sus personajes cae presa de la lisonja y la adulaciรณn o cuando confiesa miseria moral o urde alguna traiciรณn deliberada. Es Kundera quien habla en boca del seductor que le miente a una joven indefensa o quien trama las tรญpicas artimaรฑas del arribista sin escrรบpulos o muestra el rencor inconsolable que asoma en su alma de intelectual expatriado. Kundera es รบnico cuando nos hace participar de esa humana condiciรณn en la que casi todo el mundo puede reconocerse y que hace que sus libros, tan moralistas โy paradรณjicamente, tan inmoralesโ, resulten inmediatamente prรณximos. Kundera es nuestro cronista de la bajeza.
En este volumen se reรบne un abanico de contribuciones varias sobre escritores, pintores y compositores, en su mayorรญa contemporรกneos, de tal modo que esta pauta sesgada y personal es aรบn mรกs evidente que en otras obras. Pasan, en una agradable y entretenida secuencia de piezas breves, comentarios agudos y originales acerca de Bacon, Beckett, Roth, Goytisolo, Rabelais, Xenakis, Schรถnberg… Hay algรบn texto parecido a un toma y daca entre pavos reales โel dedicado al cumpleaรฑos de Carlos Fuentesโ, algunos ajustes de cuentas (Brecht, Barthes y el desdichado Cioran, que recibe el calificativo de โdandy de la nadaโ) y un texto memorable, argumentado ร rebours, sobre el olvidado Anatole France, autor en que se cebรณ la tradiciรณn surrealista hasta finalmente conseguir que quedara casi borrado de la historia de la literatura. No serรญa extraรฑo que, en este inusitado alegato en favor de Anatole France, Kundera haya querido anticipar una especie de autodefensa frente a la muy probable descalificaciรณn que caerรก sobre su propia obra tras su muerte. En cualquier caso, el homenaje revela, por otro lado, cuรกnta veleidad se da en los juicios que fundan el prestigio (o desprestigio) de un autor en la Repรบblica de las Letras.
Y, sin embargo, este es un libro que reรบne juicios muy veleidosos de un autor. Por lo tanto, uno se pregunta: ยฟtiene algรบn mรฉtodo o principio crรญtico Kundera? ยฟResponde a alguna regla del arte que no sea un anacrรณnico elogio de la forma novela? Ninguna. Se dirรญa que su fรณrmula es siempre la misma, una especie de autoposiciรณn. รl mismo la desvela cuando declara:
Cuando un artista habla de otro, siempre habla (mediante carambolas y rodeos) de sรญ mismo, y en ello radica todo el interรฉs de su opiniรณn.
O sea, la conocida fรณrmula del genio romรกntico, sostenida en el prejuicio acerca de la divinidad del Artista y la no menos romรกntica idea del Arte como experiencia inefable, que abona la idea de que sรณlo un autรฉntico artista es capaz de apreciar โo noโ la obra de otro artista.
Naturalmente, esta es una vieja triquiรฑuela de los vanidosos. Como Kundera es, a fin de cuentas, un escritor inteligente, cabe perdonarle que se muestre tan vanidoso, al punto de hacer gala โcomo sucede en algรบn pasaje de este libroโ de la propia vanidad. Lo que ocurre es que tambiรฉn da mal ejemplo; y ya sabemos que en la Repรบblica de las Letras la vanidad es harto habitual, pero la inteligencia no tanto. ~
(Buenos Aires, 1948) es filรณsofo, escritor y profesor de estรฉtica en la Universidad de Barcelona. Es autor de, entre otros tรญtulos, 'Filosofรญa y/o literatura' (FCE, 2007).