Guillermo Sheridan
Toda una vida estaría conmigo
Oaxaca, Almadía, 2014, 392 pp.
Diría Magritte: Esta no es una autobiografía. Es, quizás, un autorretrato o una autopista con paradas a comer quesadillas en Tres Marías. De hecho, su autor, Guillermo Sheridan, nos lo advierte en la pequeña nota que abre el libro: “Sumados a otros que figuran en Viaje al centro de mi tierra (Almadía, 2011), estos artículos son lo más cerca que estaré nunca de unas prescindibles memorias: mi disfraz de ficción y mi obituario prematuro.” Es decir, que no esperemos una narración, sino algo similar a la plática del tío que en dulce charla de sobremesa, mientras devora fresa tras fresa y al fondo ladra (o se suicida desde una azotea) el perro Fortinbras, nos irá contando episodios vividos, historias de familia, mezclados con intuiciones poéticas y literarias.
En efecto, Toda una vida estaría conmigo está estructurado como una conversación a lo largo de un día con sus distintos momentos, a los que corresponderían quizá diferentes cocteles y brebajes. En cada uno de esos momentos, de nombres como “Tempranito”, “La hora del cafecito”, “Por ahí del mediodía”, entre otros, podrían corresponder también variados interlocutores, unos más relajientos, otros más cultos, sentimentales, evocadores o aguerridos, de manera que en el libro se van sucediendo también, por decirlo así, soles, tiempos nublados, lluvias, noches y los estados de ánimo que les corresponden. Afortunada es esta manera de reunir los textos, más por el talante que por el tema, aunque la unidad de asuntos no le es ajena. Por ejemplo, en la sección “La hora del cafecito” leemos viñetas e historias vividas cerca de o con Juan José Gurrola, Jaime García Terrés, Nicolás Echevarría, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Gerhart Münch, Gabriel García Márquez, María Félix o Alejandro Rossi. El texto “Adiós a Tomás Segovia” es la triste crónica de una predicción, pues cuenta cuando Sheridan le envía el día de su muerte, como un regalo, su poema “Adiós al mar” traducido al inglés. Otro tono muy distinto es el de los telefonemas con María Félix, convertidos en guion cinematográfico. Y es que Toda una vida estaría conmigo hace gala de la versatilidad que Guillermo Sheridan despliega en sus escritos como si fuera un actor que se transforma constantemente y corre de la tragedia a la farsa, de la sátira al ensayo culto o a la narración melancólica. En este último tono está, por ejemplo, un texto que se incluye en la sección, diríamos, de viajes internacionales, denominada “Paseo de la tarde”, el cual relata una estancia en San Petersburgo y un romance platónico e imaginario con la gradiva Varvara Vinogradova, la mesera que lo recibe en el restaurante del hotel (“Usaba una sonrisa melancólica, resignada al estupor que su belleza causaba en hombres, mujeres y estatuas”) y a quien va convirtiendo en sucedáneas fantasías oníricas y poéticas.
Una de las partes más interesantes del libro es la sección llamada “Sobremesa (con mantel que huele a pólvora)”, donde Sheridan ahonda en sus paradójicos orígenes familiares y cuenta el desdichado caso de la muerte de su prima Dení Prieto Stock en 1974. Ya algo nos ha adelantado en las crónicas del principio sobre los estirayaflojas de sus variados parientes, entre católicos regiomontanos y protestantes norteamericanos, entre religiosos y comunistas, y aquí figura su abuelo Jorge Prieto Laurens, un zapatista “mocho” –como lo define Sheridan– más tarde fundador, con Martín Luis Guzmán, del Partido Nacional Cooperativista en 1917, presidente de la Cámara de Diputados, gobernador de San Luis Potosí, exiliado por apoyar la rebelión de Adolfo de la Huerta, fundador del Partido Nacional Democrático y de un Frente Popular Anticomunista Mexicano que lo enemistaba con sus hijos Carlos y Luis Prieto. Esa “guerra familiar” culminó con la muerte prematura de la joven hija de Carlos que ingresó a la guerrilla de las Fuerzas de Liberación Nacional y fue asesinada por el Ejército mexicano y por los “hermanos mayores”, esos que decidieron que era una buena idea poner a cargar un rifle a esa “muchacha menudita, frágil, de voz vigorosa”. “¿Quién mató a Dení? Las armas mexicanas hicieron su sórdida labor, sí. Pero creo que nada justificó que alguien la pusiera frente a ellas.” Yo pienso que tiene razón. Y si le quedan dudas al lector sobre las posturas ideológicas del cronista, el texto llamado “Ser de alguien” explica también, en defensa de la independencia individual, las variadas revistas y grupos en los que Guillermo Sheridan ha participado.
La buena crónica sabe mezclar los asuntos públicos y los más cotidianos y familiares, surgidos de la visión de un personaje, el cronista, igual a sí mismo pero potenciado: en este libro Guillermo Sheridan pasea con gran naturalidad de la inteligencia seria a la burla sarcástica o de la inspiración al ingenio inmediato. Yo le agradezco haberme provocado alternados deleites, abismos, furias y carcajadas, incluida su alabanza a la axila y su coda de pesadillas, entre las que incluye nuestra condena a padecer las estatuas de Sebastián. ~
(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.