Foto: Wikimedia Commons

Cioran: nostalgia sin sosiego

Las conclusiones más nihilistas de la obra de Emil Cioran, muerto hace 30 años, pueden ser discutidas desde sus propias reflexiones en torno a la melancolía y la belleza.
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No existe un solo instante en que no haya estado consciente
 de encontrarme fuera del paraíso.
E.M. Cioran

Pocos escritores son tan pertinentes en tiempos de incertidumbre como el franco-rumano Emil Cioran, quien falleció hace 30 años y ahora nos da solaz recordando que las épocas de convulsión son las más propensas a la creatividad.     

Cuando primero leí a Cioran en mis tiempos de universidad me pareció un nihilista obscuro, abanderado de un pesimismo exagerado sobre la posibilidad de encontrar la felicidad y dar sentido a nuestra vida. En él incluso llegué a ver una pose bien estudiada para épater la bourgeoisie. En mi opinión, aceptar su radicalismo existencial era ver únicamente un lado de la vida. Haciendo un símil con el cine, era como privilegiar las películas de Ingmar Bergman y su angst existencial y descartar las risas y el carnaval del cine de Fellini. En esto encontré respaldo en la opinión de Octavio Paz. El Nobel mexicano dijo de Cioran que “sus aforismos y reflexiones poseen la concisión y la luminosidad de los moralistas del gran siglo” y que “reinventó el clasicismo francés del siglo XVII en pleno siglo XX”. Pero también notó que en las obras de Cioran echaba de menos “las potencias solares y lunares, la alegría del mar, la irrupción de la primavera, la pasión y la sensualidad, el asombro ante la naturaleza y sus prodigiosas invenciones, ante el cuerpo y sus diarias revelaciones”.1

Desde entonces he mantenido reservas ante la pesimista visión global de Cioran. Sin embargo, al ahondar en su obra me encontré de acuerdo con muchas de sus posiciones sobre temas particulares. Específicamente, coincido en su crítica a la visión del progreso –que veía como “la más falsa y tonta de las supersticiones”–, su revaloración del aprendizaje autodidacta y el rechazo a las utopías.

De igual forma me pareció interesante que apuntalara sus ideas en referentes cristianos, lo cual justificó diciendo que tenía “una mentalidad religiosa sin religión”. La piedra angular del pensamiento de Cioran es el concepto cristiano de pecado original, que conlleva un paraíso perdido jamás alcanzable después de la Caída. Para él, a partir de este hecho trágico a los humanos solo nos queda la consecución de días sin sentido y reconocer que más valdría no haber nacido. Cioran parece coincidir con Camus en que la única pregunta filosófica legítima es la del suicidio.

En Cioran también se perciben reminiscencias de la historia bíblica de Job: fracasar y enfrentarse a pruebas es saludable e “indispensable para el progreso espiritual”. Un saber cómodo y sin adversidades no rinde frutos ya que “a la persona perfectamente sana psíquica y físicamente le falta un saber esencial”. Es más, “una salud perfecta es aespiritual”.2   

A nadie sorprendería si ante tan lúgubre cosmovisión Cioran hubiera dado fin anticipado a su paso por este valle de lágrimas. La clave de que no lo haya hecho tal vez se encuentre en algunos pasajes de su obra en que nos habla de la posibilidad de embeleso y encantamiento. Confesó que sintió tal condición al escuchar la música de Bach y Brahms o al leer a Dostoyevski, que para él fue el mejor escritor de toda la historia y quien llegó “hasta el límite de la razón […] mediante ese salto a lo divino, al éxtasis”.3 También le sucedió tras oír a su adorado Bach: “el éxtasis musical se acerca al éxtasis místico”.4 De manera relacionada, llegó a apreciar la más alta plenitud en pensadores místicos que admiraba, como Santa Teresa de Ávila. No obstante estos momentos de alegría, Cioran persistió en ver a la tristeza como el sino inexorable del ser humano.

No es casual que para este gran escritor otros dos conceptos centrales fueran nostalgia y melancolía. Con respecto al primer término, dijo que su fondo metafísico “es comparable a algo anterior a la Caída […] siempre se aferra a algo, aunque sea al pasado”, en tanto que la melancolía es “un sentimiento profundamente autónomo, tan independiente del fracaso como de los mayores éxitos personales”.5 Cioran no concibió que la melancolía pudiese ser sintomática de la opción  de escapar a la tragedia de la vida.

Autores tan disímbolos como Flaubert y Hemingway, y antes Aristóteles, coincidieron en que el precio que pagan los individuos de genio por aproximarse a la belleza es volverse taciturnos. Específicamente, Aristóteles en su “Problema XXX” intentó dilucidar por qué toda la gente de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, la poesía o las artes, es claramente melancólica.6 Una interpretación de su escrito es que “aquellos dotados de un espíritu sutil y una gran inteligencia poseen una enorme facilidad para imaginar”, por lo que “el melancólico no tolera la sobriedad fría de la vida”.7

De manera relacionada, una hipótesis a partir de Aristóteles es que la melancolía surge cuando los individuos de genio son capaces de ver por entre las rendijas del tiempo gracias a la ensoñación poética y así recapturar, aunque sea por un instante, el paraíso perdido en el que creía Cioran. Él mismo pareció atisbar tal opción  después de escuchar a Bach: “la música es el absoluto captado en el tiempo pero incapaz de permanecer en él, un contacto a la vez supremo y fugitivo [..] El tiempo queda eliminado, te ves proyectado fuera del devenir”.8

Por ende, la tragedia de Cioran es el rechazo a reconciliarse plenamente con la oportunidad  de acceder al paraíso en esta vida, aunque sea fugazmente, para abandonar la nostalgia sin sosiego que lo hostigó. Pensó que tal posibilidad de liberación se mantenía reservada para los dioses o para quienes los trascienden. No vio un escape a la tristeza en lo que él mismo constató: la música y poesía que dan atisbos de infinito. No vio tampoco que los verdaderos artistas solo son en apariencia tristes: son melancólicos, pues han visto la auténtica belleza, que al perder inmediatamente añoran, manteniéndose animados por la esperanza de recapturarla, de detener de nueva cuenta los instantes. Es más, los artistas melancólicos son tal vez los individuos más felices de entre todos nosotros. La melancolía subsume a la nostalgia. En suma, en el arte mismo está la refutación del nihilismo de Cioran: la nada se trasciende por la belleza. ~


  1. “Cioran: cincelador de cenotafios”, en Miscelánea II (Obras completas Núm. 14), México, Círculo de Lectores-FCE, 2000, pp.50-51. ↩︎
  2. E.M. Cioran, Conversaciones, Barcelona, Tusquets, Trad. de Carlos Manzano, 1996, p. 169. ↩︎
  3. Ibid., p. 71. ↩︎
  4. Ibid., p. 176. ↩︎
  5. Ibid., pp. 94-95. ↩︎
  6. Aristóteles, El hombre de genio y la melancolía, Barcelona, Acantilado, 1996, Trad, de Cristina Serna, p. 79. ↩︎
  7. Ibid., prólogo de Jackie Pigeaud en pp. 45 y 65. ↩︎
  8. Ibid., p. 176. ↩︎


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