Guillermo Sheridan: la higiene moral del liberal

Poniendo en ridículo a los mediocres y a los iluminados, Sheridan nos ofrece la redención mediante la risa. Desnudando al poderoso, arropa a quienes nos sentimos hartos, desalentados e indefensos.
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Heredero en activo de las grandes plumas liberales (y no conservadoras, por cierto) de la Reforma, Guillermo Sheridan maneja la sátira como espada para repeler los abusos del poder. Su blanco va más allá del poder político, el cual, desde Palacio Nacional, lo ha calumniado e injuriado los últimos días, por ejercer sus deberes como hombre libre. La corrupción, sobre todo aquella que hurta el talento ajeno para medrar mediante el plagio, subleva la naturaleza moral de Sheridan, quien al documentar sin mácula sus denuncias, las vuelve verdad pública. Ha avergonzado a quienes no tienen vergüenza: a los ladrones de textos e ideas ajenas, sean altos funcionarios o plumíferos a su servicio, pertenezcan al partido que pertenezcan, ayer como hoy, como lo probará quien recorra la hemeroteca mexicana. Particular encono le produce la astrosa meritocracia amparada en la jerarquía académica, personas sin escrúpulos caracterizadas porque –como diría Gabriel Zaid– teniendo que leer, no leen y al no leer, ganosas de títulos o prebendas, se roban tesis o libros, no pocas veces al amparo de autoridades, mayores o menores, quienes al aprobar la corrupción, se corrompen.

Cuando no se es universitario –es mi caso– sorprende la devoción de Sheridan por la UNAM. No duda en tenerla por sagrada. Por ello, me sorprende más aún la perspicacia o la desconfianza con la cual, no en pocas ocasiones, los propios universitarios han juzgado sus empeños. Soslayan que en Sheridan, nuestra máxima casa de estudios tiene a uno de sus defensores más aguerridos e infatigables. Toca a las más altas autoridades universitarias proteger a quien tanto ha hecho, ignorando la eventual mezquindad, por honrar a la Universidad nacional.

Que quienes procuran justicia o aquellos que aspiran a la más alta dignidad judicial incurran en el plagio –como podría ser el caso de la candidata perdedora a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, exhibida por Sheridan– es una incuria monstruosa que ofrece una prueba más de la desvergonzada regresión autoritaria que vivimos. Al denunciarla e impedir que la ministra Yazmín Esquivel lograra su propósito, Sheridan, sin otra protección que su libertad de conciencia, le ha hecho un inmenso servicio a la democracia en México, apuntalando la debilitada división de poderes que, con un empeño cada vez menos taimado, pretende destruir la autoproclamada Cuarta Transformación, con el presidente de la República al frente.

A la herencia incorruptible del liberal se suman en él la dignidad del gran estilista que domina todos los registros del humor y el bálsamo satírico de quien no puede sino juzgar a los políticos desde la exigencia ética más alta, esa que ellos mismos malbaratan, un día sí y otro también, mediante la demagogia.

La prosa de Guillermo Sheridan, por cierto, no proviene del mentidero de los traficantes de chismes o noticias, sino del goce que produce la frecuentación erudita de la poesía moderna de México. Allí está el origen de su fuerza y de su exactitud; leerlo como cronista, desde Frontera norte (1988) hasta El hablador y el cojo (2022), pasando por esa distopía convenientemente ignorada que fue El dedo de oro (1996), es volver a ver la conjunción civilizatoria entre la gran prosa y la ética de la responsabilidad.

Letras Libres y su director, el historiador Enrique Krauze, han rechazado una y otra vez las rutinarias acusaciones del poder presidencial (ver, por ejemplo, “Mentir, el estilo personal de gobernar”). Hoy nos toca, en particular, defender a Sheridan, porque leerlo, aquí en su casa (como lo fue Vuelta), o en periódicos como El Universal, es indignarse y también, reírse. Poniendo en ridículo a los mediocres y a los iluminados, Sheridan nos ofrece la redención mediante la risa. Desnudando al poderoso, el escritor satírico arropa a quienes nos sentimos hartos, desalentados e indefensos.

Alienta saber que la pluma resulta ser, otra vez, más poderosa que el circo mediático, el micrófono rijoso y ensordecedor, la inmundicia de las redes sociales, o la toga y el birrete obtenidos mediante el plagio. Octavio Paz decía que Carlos Monsiváis sobresalía ejerciendo la higiene moral. Hoy día, uno y otro estarían de acuerdo en que Sheridan, desde hace rato, ha tomado el relevo.

Enhorabuena, Guillermo.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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