Magalí Etchebarne
Foto: Eugenia Kais

Magalí Etchebarne: hay algo de travesura en la escritura

La escritora argentina obtuvo el Premio Ribera del Duero con su segundo libro de cuentos, "La vida por delante", en el que pone el foco en la fragilidad de los vínculos humanos y las incertidumbres de la mediana edad.
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Cuando a sus doce años –a mediados de la década del noventa– Magalí Etchebarne ganó por segunda vez consecutiva el concurso literario del periódico La Idea, de Remedios de Escalada, el suburbio de Buenos Aires donde vivía, le dijo a su mamá que no quería volver a participar. “No puede ser que yo gane dos veces seguidas –pensó aquella niña–. No se está presentando nadie, no hay competidores. No puede ser que yo sea buena, sino que acá no hay con quién pelear”.

Casi tres décadas después, sabemos con certeza que sí había competidores: a la octava edición del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve –uno de los más prestigiosos certámenes para colecciones de cuentos en nuestro idioma– se presentaron un total de 1,114 obras procedentes de 38 países. Y la ganadora fue Magalí Etchebarne, con un conjunto de cuatro relatos titulado La vida por delante y editado en mayo por Páginas de Espuma.

Una mujer que afronta la tristeza y las dificultades causadas por el deterioro cognitivo de su madre; una editora y una escritora que comparten un viaje a las cataratas del Iguazú con una vieja cumbia como música de fondo; una mujer (a lo mejor la misma del primer cuento) que en la “temporada de cenizas” visita un pueblo de playa para cumplir la última voluntad de su madre; otra que viaja con su pareja con el anhelo de resolver una crisis que parece interminable. De eso van los cuentos de La vida por delante, aunque, por supuesto, describir los cuentos por su mero argumento es decir bastante poco sobre ellos.

Sobre todo en el caso de una autora como Etchebarne, que exhibe una gran destreza para indagar en los intersticios de las relaciones humanas, para retratar ciertos momentos cruciales en que los destinos de las historias y sus protagonistas tal vez cambien de rumbo, para diseccionar las incertidumbres y las angustias de unos personajes que –al igual que todos nosotros– construyen sus vidas a fuerza de ensayo y error.

En palabras del jurado del Premio Ribera del Duero, La vida por delante constituye “una propuesta contemporánea llena de agudeza, dinamismo, con los conflictos de lo cotidiano y la intimidad tomados con inteligencia y frescura, sin renunciar a la dimensión más oscura e inquietante de los vínculos humanos”.

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El título del libro plantea una cierta ambigüedad. Las mujeres que protagonizan los cuatro relatos tienen cuarenta años, o poco más –igual que la propia Etchebarne–, y experimentan, como pueden, cada una a su manera, ese concepto (a veces tan vago y a veces tan rotundo) que se suele llamar la crisis de la mediana edad. Son personajes “un poco demorados, en los que la idea de la vida por delante es dudosa”, me cuenta la autora. El interés por esta cuestión es explícito ya desde el epígrafe del libro, compuesto por los versos finales del poema “Tiempo”, de la brasileña Adélia Prado:

El cielo está brumoso, hace frío, estoy fea,
acabo de recibir un beso por correo.
Cuarenta años: no quiero cuchillo ni queso.
Quiero el hambre.

A los cuarenta, dice Etchebarne, “uno se da cuenta de que está en la mitad de su vida, idealmente en la mitad de su vida, y también de que esas cuatro décadas pasaron muy rápido. Hay algo de la velocidad del tiempo que a mí siempre me obsesiona, me perturba, no sé cómo describir lo que me pasa en el tiempo. Alguien me decía: ‘El asesino serial de tus cuentos es el tiempo’. Y es verdad. Me perturba mucho esa velocidad en contraposición a la lentitud del tiempo cuando estás sufriendo, cómo se demora cuando algo duele, cómo parece que eso no se va a terminar nunca más”.

“Quienes hemos atravesado momentos muy infernales –añade la autora– sabemos que la sensación es que eso es el infinito: tiene profundidad y altura, y no se sabe sus límites. A diferencia de cuando la mirada hace perspectiva y decís ‘qué rápido pasó’. Esa alucinación, esa ensoñación que produce el paso del tiempo en general me obsesiona bastante, me asusta, a veces me duele, me molesta. Entonces me imaginé a estos personajes en esa edad, en la que, bueno, ya no es la tierna juventud, tampoco es la vejez… Son unos escalones pedregosos”.

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Magalí Etchebarne nació en Buenos Aires en 1983, creció en la ya citada Remedios de Escalada, y se sintió atraída por la lectura y la escritura desde muy pequeña. Además de los cuentos con los que ganaba concursos en el periódico local, escribía diarios íntimos, y también cartas a una amiga que se había ido a vivir “al campo”: a San Miguel del Monte, un pueblo ubicado a menos de 100 kilómetros de su barrio pero que, para su percepción infantil, quedaba demasiado lejos.

Ya en la década de los 2000, entró a estudiar Filosofía y después se pasó a Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Y empezó a asistir a taller literarios, y ahí descubrió que había un valor no solo en escribir, sino también en compartir los textos y en relacionarse con personas que estuviera en la misma sintonía que ella. “Ya había ido a talleres en mi adolescencia –cuenta– pero en ese momento lo empecé a hacer más ‘en serio’. Eso me permitía hacerme amigos, amigos a los que les gustara lo mismo que a mí, leer y escribir, algo que hasta entonces no me había pasado. Los talleres fueron un espacio muy rico, porque me di cuenta de que había algo ahí que yo quería seguir desarrollando. Apareció la lectura de los otros, y no me intimidaba. En otros aspectos de mi vida soy más tímida y la mirada de los demás me puede llegar a cohibir. Pero en la escritura no me importaba, era como un lugar donde me sentía segura. Supongo que al que le gusta tocar un instrumento le debe pasar igual: querés hacerlo, querés tocar. Y yo quería escribir. Así empecé”.

Después de publicar algunos cuentos en antologías (incluida una de 2008 titulada Historias de mujeres infieles, en la que se mezclaban autoras emergentes como Romina Paula y Cecilia Pavón con gigantes como Silvina Ocampo, Sara Gallardo y Hebe Uhart), a Etchebarne le llegó la idea / ofrecimiento / pedido de su amiga Julieta Mortati, quien había sido su compañera en la universidad y en 2012 había fundado la editorial Tenemos las Máquinas: “Quizás estaría bueno que te animes a reunir los cuentos que tenés y que los publiquemos”.

De esa forma nació, en 2017, el libro Los mejores días –una “pequeña y salvaje obra maestra”, según Fabián Casas, “un primer libro de una contundencia pocas veces vista”, según Federico Falco–, que ya va por su duodécima edición. Por su parte, Mariana Enriquez, quien por cierto presidió en esta ocasión el jurado del Premio Ribera del Duero, ha dicho que “la voz que tiene Magalí es absolutamente diferente, fresca, pero a la vez muy cuidada, muy literaria. Es capaz de tomar temas muy complejos con una enorme inteligencia, muchísimo humor y sobre todo con un oído absoluto”.

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Magalí Etchebarne también escribe poesía. Su otro libro (además de los cuentos de Los mejores días y La vida por delante) es el poemario Cómo cocinar un lobo, publicado en 2023 también por Tenemos las Máquinas. Esos poemas fueron una manera de procesar el duelo por la muerte de sus padres y por la tarea de vaciar la casa familiar. Una tarea que le generó la sensación de que “había cosas que se estaban perdiendo… que se iban a perder. Y que no eran solo objetos, sino también sonidos”. Sus padres ya no estaban, pero tampoco “lo que ellos decían, lo que contaban y cómo lo contaban. Las palabras que ellos usaban empezaban a desaparecer. Noté eso y empecé a llevar un registro muy desprolijo de cosas que no me quería olvidar. Y algunas de esas cosas las usé para armar esto, los poemas, que también me pareció que eran una suerte de ofrenda. No voy al cementerio, no me gusta, pero esto era una suerte de flor a los muertos”.

De lo que me dejaron podré hacer crecer
mi escritura. Lo que callaron
quizás lo haga poema.

Y además trabaja desde hace diez años como editora en las oficinas argentinas de Penguin Random House. Sabe de qué habla cuando dice que la editora que protagoniza uno de sus cuentos “aprendió un oficio, se agarró con fuerza a su trabajo. Se podía ser la trama oculta de las historias ajenas, la que limpia, emparcha y recuerda las reglas. Todo a escondidas. Si su trabajo parece obra del resto, está bien hecho”.

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¿Qué cambia para una escritora como Magalí Etchebarne al ganar un premio como el Ribera del Duero? En principio, cuenta ella, la lleva a hablar mucho del libro, hasta el punto de que “empieza a ser como la construcción de otra ficción, pensar ideas con relación a eso, a qué quiere decir, qué significó, por qué, para qué. Cosas que, en general, al menos para mí, en la escritura están un poco ausentes, porque no tengo un plan temático o un programa de por qué escribo lo que escribo. La escritura responde a algo más caprichoso. Tiene que ver con el deseo, con el dolor, con la angustia, con la sorpresa, con la curiosidad, con un montón de cosas que exceden a la agenda, digamos, a lo que pasa. Entonces, después una tiene que empezar a pensar lo que hizo en función de cómo dialoga con otras cosas… Y ahí empieza otro texto”.

En realidad, ella se siente más cercana a una idea del poeta peruano José Watanabe, que decía que cuando terminaba de escribir era “como un niño que había cometido una travesura y se quería esconder para ver la reacción de los adultos. Es una imagen en la que me encuentro identificada –dice Etchebarne–, porque hay algo de travesura en la escritura”.

Su siguiente travesura tendrá lugar en la Residencia Literaria Finestres: pasará un mes en una casa sobre un acantilado de la Costa Brava, un lugar de ensueño en Cataluña, donde podrá dedicarse exclusivamente a escribir. ¿Qué va a escribir? Todavía no lo tiene claro. “Presenté un proyecto que igual ahora no estoy segura de que sea lo que voy a desarrollar. Tengo dos cosas empezadas que son todavía muy amorfas, no son cuentos… No sé qué es. Estoy pensándolos, pensando qué camino va a tomar la escritura”. Escribir como lo contrario a editar: en vez de limpiar y emparchar, como la editora (tal vez álter ego) de su cuento, ahora a ella le toca romper para ver qué se revela entre las grietas. Acaso la vida misma. ~

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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