Foto: Archivo Proceso

Diez años sin Alejandro Rossi

A una década de la muerte del filósofo y narrador, lo recordamos con una selección de textos publicados en esta revista, algunos de su autoría y otros que tratan sobre él.
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Alejandro Rossi fue uno de los intelectuales mexicanos más importantes del siglo XX. Nació en Florencia en 1932, pero, huyendo junto con su familia de la Segunda Guerra Mundial, llegó a Venezuela. Viajaría más tarde a Argentina y finalmente a México, donde estudió y desarrolló una fértil carrera intelectual. Su proyecto intelectual y literario tuvo como bastión la crítica feroz sin perder de vista el compromiso ético. Para recordarlo a una década de su partida, recopilamos algunos artículos suyos o dedicados a él publicados en esta revista.

De una lucidez mental incomparable, Rossi cultivó lo mismo la filosofía que la literatura. Su vocación literaria surgió en la adolescencia. Por las noches, Rossi dejaba su cuaderno de narraciones sobre la cama de su madre, quien al volver de sus reuniones con amistades leía sus historias, les otorgaba una calificación y le dejaba unas cuantas monedas como pago de regalías. “Para mí era muy excitante y me levantaba con gran curiosidad para ver cuál era la nota y cuánto dinero había yo ganado con ello”, le confesó Rossi en entrevista a Álvaro Mutis.

Su formación intelectual ocurrió entre América y Europa, en los salones de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la Universidad de Oxford y la de Friburgo en Alemania. Para Adolfo Castañón, Rossi “no era un sedentario intelectual” sino “un peregrino intelectual”. Como dejó ver en Crítica, la revista de filosofía analítica que fundó con Luis Villoro y Fernando Salmerón, en sus clases en la facultad y en su libro Lenguaje y significado, su itinerario filosófico iba de Hegel a Heidegger y de este a Wittgenstein, A. J. Ayer y Gilbert Ryle.

Las revistas culturales se volvieron un estímulo y vehículo de sus textos. En 1973, a la edad de cuarenta años, Octavio Paz lo invitó a ser columnista en Plural. Como recordaba Juan Villoro, Paz no pensaba en el experto en temas de filosofía, sino en el conversador genial que era Rossi. Fue tal su éxito como columnista que sus textos, que coqueteaban entre el ensayo y los relatos, dieron forma a Manual del distraído.

El reconocimiento a su obra llegó tarde. En el año 2000 recibió el Premio Nacional de Lingüística y Literatura y siete años después se le otorgó el Premio Xavier Villaurrutia por su novela con tintes autobiográficos Edén. Vida imaginada. En el discurso de aceptación del primero se refirió a la literatura como “diseminación de la palabra” o “semillas para un himno”. Una idea que retomó cuando le dio las gracias al jurado del Villaurrutia: “La literatura, por suerte, es una planta que crece en los terrenos más ingratos y sorprendentes”.

De 1993 a 2003, Rossi se impuso la costumbre de grabar sus reflexiones políticas, literarias y filosóficas. El resultado fueron más de mil cuartillas transcritas por dos secretarias. Su diario debe considerarse parte de su obra literaria. Entre sus páginas se puede conocer su visión de la literatura como refugio, como espacio para inventar mundos y, sobre todo, como una forma de vivir. “Escribir no es algo ajeno al cuerpo, es otra de sus habilidades, pertenece a él. Escribir no está fuera, sino forma parte del cuerpo, como hacer el amor, comer, caminar” se lee en uno de los fragmentos de su diario.

Muestra de su estilo conversacional, donde cada relato es “una lenta, cuidadosa, irónica, inteligente decantación de experiencias, objetos, personas, lugares, atmósferas, lecturas, ideas”, según describió Enrique Krauze, es “Mi tío escribe una novela”. A manera de homenaje a la Generación de 1932, este relato se publicó en nuestro número de diciembre de 2012. 

 

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