Hubo un tiempo en que Emmanuel Carrère fue novelista. Uno con cierto éxito y prestigio y cinco novelas a la espalda. Pero todo eso se acabó cuando se cruzó con –o, más bien, fue en busca de– Jean-Claude Romand, quien se convertiría en el protagonista de su libro más conocido: El adversario(Anagrama, 2000). Si usted no lo ha leído, deje ahora mismo esta entrevista y salga corriendo a comprarlo. Si lo ha hecho, entenderá perfectamente los motivos de esa urgencia. A principios de los años noventa, Romand asesinó a su mujer e hijos, además de a sus padres, e intentó hacer lo mismo con su amante. Todo esto después de ver al borde del derrumbe el gran engaño en que había vivido durante más de veinte años: una exitosa carrera como médico que lo había conducido a un alto cargo en la OMS y una acomodada vida de clase alta en una tranquila ciudad de provincias cercana a la frontera con Suiza. Todo falso.
Con ese material, Carrère construyó un libro a caballo entre la investigación y la memoria personal, un libro extraño dentro de la tradición francesa y más cercano al gran periodismo norteamericano. Ese libro fue también el primer y definitivo paso en su alejamiento de la ficción literaria. Como dirá más adelante en esta conversación, en sintonía con ese panfleto que escribió en 1998 el también francés Christophe Donner, Contra la imaginación: “De verdad, ya no creo poseer ningún tipo de imaginación; quizá tenga otras cualidades como escritor, pero sinceramente la imaginación ya no es una de ellas.”
Tras el éxito de El adversario, llevado al cine hasta tres veces (dos en Francia, una en España), Carrère profundizó en su tratamiento de la mémoire, en su indagación de la verdad personal, con Una novela rusa(Anagrama, 2008), un libro tremendo, que pasó casi inadvertido por las librerías españolas, en el que lidiaba con los fantasmas del pasado ruso de su familia materna así como con una pregunta recurrente en nuestros días: ¿cómo ser hombre –y qué significa– en el Occidente del siglo XXI? Continúa explorando ese territorio en De vidas ajenas, un doloroso viaje por los universos de la enfermedad, la muerte, la pérdida y el duelo, que se abre con el relato del tsunami que asoló Sri Lanka en 2004 y que Carrère vivió casi en primera línea de playa.
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Tanto en España como en Francia, una parte del público y la prensa habla de sus libros como novelas, cuando parece bastante evidente que no son novelas sino mémoires o sencillamente libros de no ficción. ¿Son para usted novelas o no?
Por supuesto que no son novelas. He venido evitando esa definición desde hace tiempo. En Francia es habitual colocar en la portada, debajo del título del libro, una indicación que dice roman cuando se trata de una novela, indicación que yo he evitado de manera consciente para mis últimos tres libros. No escribo novelas y digo siempre que estos libros no son novelas.
¿Y a qué cree que responde esto? ¿Por qué es tan difícil que cierto público y cierta prensa entienda la diferencia entre novela y no ficción?
Es una cosa muy extraña y que, siendo sincero, no termino de entender. Por ejemplo, recuerdo que cuando este libro apareció en Francia estaba un día hablando con una escritora a quien conozco –no somos grandes amigos pero nos conocemos– y ella me dice: “He empezado a leer tu libro, y me preguntaba cómo hiciste para escribir la parte del tsunami, ¿hiciste mucha investigación, fuiste a ver la zona…?” No entendía bien a qué se refería y le dije: “Estuve ahí, lo digo en el libro, yo estaba ahí con mi mujer y los niños cuando todo eso ocurrió.” “Oh –me dijo muy sorprendida–, pensaba que habías investigado posteriormente para recrearlo, que era una invención.” La verdad que no sé cuántas veces hay que decir que las cosas son verdad, que ocurrieron como están relatadas. Lo escribo varias veces en el libro y aun así parece que hay gente que no está dispuesta a entender que se puede escribir algo que sea verdad, que hay mucha gente que hace una conexión directa entre “literatura” y “novela”, que considera que la literatura solo puede ser ficción.
Antes de estos tres libros usted escribía novelas. ¿Cómo fue que terminó convirtiéndose en un escritor de no ficción?
Todo ocurrió con la historia de Jean-Claude Romand que terminó convirtiéndose en El adversario. En efecto, yo era un escritor de ficción, me consideraba un novelista. Cuando empecé a trabajar en la historia de Romand me planteé si debía escribir una novela o un libro de no ficción, teniendo en la cabeza el famoso ejemplo de Truman Capote. Intenté escribir una novela pero no funcionaba, me resultaba imposible contar esta historia así, había algo que sonaba falso. Y tras varios años de sufrimiento y vanos esfuerzos por escribir una novela, empecé a escribirlo como no ficción y en primera persona, cosas que para mí curiosamente están muy relacionadas. Una primera persona en la que, por supuesto, yo no soy el héroe o el protagonista –eso solo ocurrió en Una novela rusa–, sino el testigo, el narrador, quien cuenta la historia y cuenta a su vez cómo se ve afectado por esa historia.
Hay un ejercicio curioso en De vidas ajenas, y es que si bien en buena medida es una especie de mémoire, como podían serlo tantoEl adversario y más aúnUna novela rusa, y si bien a lo largo del libro usted está explicando una y otra vez cómo se ve afectado por los hechos que narra, este libro es, de alguna forma, menos personal que esos dos. Incluso usted, hacia el final, cuando cuenta que da a leer el libro a dos de sus protagonistas, dice que se siente como un mero “pintor de retratos”. De retratos ajenos, se entiende.
Como cuento en el libro, la familia de mi mujer y yo fuimos a ver a un juez que había trabajado con Juliette, mi cuñada fallecida. Este hombre, Étienne, hizo un relato muy extraño durante dos horas, estuvo hablando a una familia entera, diez personas que acababan de sufrir una pérdida importante, personas a las que no conocía de antes, y nos contó una historia fantástica acerca de Juliette, y sobre él mismo, una historia muy íntima, que hablaba de enfermedad, de discapacidad, de sus vidas personales, y también de cuestiones legales, las batallas legales que ellos daban, cuestiones muy técnicas, de difícil comprensión, pero que él relataba de una manera apasionada. Era un contador de historias muy peculiar pero a la vez fabuloso. Quedé muy impresionado por lo que nos había contado, por cómo lo había contado, así que pensé que si yo era capaz de escribir un libro que lograra transmitir la emoción que sentí cuando lo escuchaba, entonces tendría un muy buen libro. Así fue cómo me planteé el libro desde el principio, y luego el libro se convirtió en un retrato de Juliette, de Étienne y del marido de Juliette, retrato construido con lo que ellos me relataron.
¿Cuánto tiempo le tomó la escritura?
De hecho, empecé a escribir el libro de inmediato, una vez que ocurrió todo lo que se relata en el libro, allá por la primavera de 2005. Pasé mucho tiempo con Étienne durante el verano y continué escribiendo el libro. Entre medias escribí Una novela rusa; cuando terminé de escribir ese libro me sentí mucho mejor, era un libro que necesitaba escribir, y al terminarlo volví a este. Yo pensaba que no había escrito mucho acerca de Juliette y Étienne, pero de hecho sí había escrito bastante, así que fueron unos cinco o seis meses más después de eso.
¿Tomó notas de lo ocurrido en Sri Lanka en el momento?
No, nada. Escribí esa parte haciendo uso de mis recuerdos, los recuerdos de mi mujer, de mis hijos, la gente con quien estaba ahí. No fueron demasiados días, cinco nada más, pero sin embargo yo pensaba que había olvidado todo al respecto, hasta que empecé a escribir y de pronto todo volvió. Fue un ejercicio de memoria compartido: mi mujer y yo estuvimos intentando reconstruir lo ocurrido, nos sentábamos a conversar y recordábamos con quién habíamos comido tal día y qué habíamos dicho, o el día en que fuimos al hospital, qué habíamos visto ahí.
Como escritor, y habiendo escrito novelas anteriormente, ¿disfruta más de ese proceso de reconstrucción de hechos que de la invención que requieren las novelas?
Bueno, son dos procesos radicalmente distintos. Y, para ser franco, no recuerdo cómo era escribir novelas, cómo era el proceso de imaginar e inventar cosas. Cuando empecé como escritor, los primeros diez o quince años, yo era un escritor de ficción en sentido estricto, y escribía libros como La moustache, que podría decirse que es el libro de un autor con cierta imaginación. Incluso tenía cierta reputación de escritor imaginativo. De verdad, ya no creo poseer ningún tipo de imaginación, quizá tenga otras cualidades como escritor, pero sinceramente la imaginación ya no es una de ellas. No me ocurre lo mismo con los guiones; cuando escribo guiones no tengo problemas en imaginar cosas, pero a la hora de escribir libros no puedo, me resulta imposible, y dudo mucho de que sea capaz de volver a escribir una novela.
¿Cree que es una cuestión de edad? Se dice que, como lector, uno suele leer sobre todo novelas en su juventud y según va haciéndose mayor la ficción se ve desplazada por la historia, el ensayo, la crónica… ¿Cree que puede haber ocurrido lo mismo en su caso como escritor?
Es cierto que mucha gente dice eso. Cuando yo era joven recuerdo haberlo escuchado y recuerdo haber rogado que no me ocurriera, recuerdo haber pensado que no quería convertirme en uno de esos viejos idiotas que solo leen biografías, memorias, diarios y cartas. Y, de hecho, eso es exactamente lo que me ha ocurrido como lector, todavía leo novelas, pero me interesa mucho más otro tipo de lecturas: historia, ensayo…
Hay dos cosas que a mí me resultan particularmente interesantes de sus libros de no ficción. La primera es que no solo cuentan una historia, sino que son a su vez una reflexión acerca del proceso de contarla. Y, por otra parte, los tres, sobre todo Una novela rusa, pero también El adversario y de De vidas ajenas, son extensas reflexiones acerca de lo que significa ser hombre, acerca de cómo ser hombre en nuestros días.
Tienes razón, estoy de acuerdo con ello. Para serte sincero no es algo que tenga demasiado presente mientras escribo, pero sí es verdad que son dos cosas que me interesan y que de cierta manera me salen de una manera natural. Ocurre que, en cierta forma, esos libros son mémoires. Me encanta la posibilidad de escribir mémoires, de trabajar con ese material, aun cuando estás contando otra historia, aun cuando estás contando una historia criminal o una historia de amor. Respecto a relatar el proceso de contar la historia, es algo que a mí me interesa mucho como lector. E imagino que por eso me sale de una manera muy natural: es algo que me interesa, y no creo que sea aburrido o que haya que esconderlo. ~
(Lima, 1981) es editor y periodista.