“Los protagonistas de la historia de la medicina eran hombres y mujeres como nosotros pero, de la misma forma, eran productos de sus respectivas sociedades. Los acontecimientos del mundo médico provienen de cambios sociales y, a su vez, repercuten más tarde en la sociedad”, escribe el doctor Francisco González Crussí en su admirable Breve historia de la medicina. Es el propio González Crussí quien a su vez prologa la edición del Fondo de Cultura Económica de Palinuro de México, de Fernando del Paso, una de las novelas más sorprendentes, bellas y singulares de la literatura mexicana.
En ella, el gran premio Cervantes 2015 emprendió una singular expedición por los territorios del cuerpo y la historia de sus más conspicuos exploradores. Nuestro cuerpo con sus ríos de sangre y linfa, sus montes musculosos y sus órganos como islas, sus fluidos de colores hermosísimos y olores fétidos. Nuestro cuerpo y sus cavidades en las que se escenifican el amor, la cultura alimenticia, el habla, la respiración y la muerte. Nuestro cuerpo del que se desprende el mundo que Del Paso indagó en este libro majestuoso que, como se ha dicho ya, no cuenta una historia en particular, pero hace un recuento de todo lo que se puede contar. Palinuro es el gabinete personal del hombre de su tiempo que fue Fernando del Paso, con su saber y su curiosidad y erudición infinitas, pero también con las experiencias concretas de su vocación frustrada de médico, su paso por tóxicas y delirantes agencias de publicidad y la herida abierta y supurante de la masacre de estudiantes de 1968.
Palinuro es un estudiante de medicina que muere desangrado en la escalera del edificio de la Plaza de Santo Domingo donde también habitan la portera, el burócrata, el cartero, el policía, pero también es el narrador que indaga en su propio personaje y se desdobla con él. Palinuro cuenta la historia de la familia de Palinuro, la historia de su gran amor incestuoso, un amor artístico y voraz, con su prima Estefanía y también la historia de sus compañeros de estudios Molkas, Walter y Fabrizio, o más que su historia, la historia de sus cuerpos, su saber y sus imaginaciones. Palinuro es el que muere en la escalera y también el que no muere para contar cómo deja la carrera de medicina porque no puede soportar la vista de los cadáveres, así como Estefanía la enfermera no puede soportar la escucha de las descripciones de sudores y fluidos corporales, pero en su calidad de enfermera los enfrenta con admirable sangre fría. Y también Palinuro es aquel que se impresiona por haber presenciado la disección del cadáver de un joven que pudo haber sido él mismo, aunque, dice uno de sus amigos o él mismo quizás, el ejército desapareció los cadáveres de los estudiantes en el Campo Marte. Palinuro es su época, su tiempo y el resumen de todos los tiempos.
No se me ocurre un antecedente similar a esta empresa en nuestra literatura –quizás una cierta fraternidad con Farabeuf de SalvadorElizondo, pero Farabeuf es cosa muy distinta, si bien en Palinuro el doctor Farabeuf y sus técnicas de desmembramiento ocupan el lugar que les corresponde. ¿Es Palinuro, como también se ha escrito, una enciclopedia volteriana? Yo preferiría pensar, como ya señalé, en un dieciochesco gabinete de curiosidades en el que los reinos animal, vegetal y mineral se disponen con un propósito estético y filosófico, y sobre todo muy lúdico y gozoso. Es rabelesiana en cuanto atiende y juega con los infinitos fenómenos de la fisiología, pero también es confesamente sterniana, por su gusto por la digresión que va llevando la trama, si es que algo así existe en la novela.
Y es que en Palinuro de México es la prosa –prosa altísima, libre, gran prosa– la que lleva a la trama y no viceversa. Las novelas ahora están llenas de tramas y se han olvidado de la prosa, esa mano amable, persuasiva y perversa que seduce al lector y lo lleva al deslumbramiento o a la perdición. La prosa de Palinuro juega con otras prosas (los viajes de la mitología celta, por ejemplo, para hablar de las agencias de publicidad o su primo Molkas como sucedáneo del tío de Tristam Shandy, por poner dos ejemplos mínimos), y a la manera de Oulipo juega ad infinitum con las posibilidades del lenguaje.
A estas alturas yo no sé si Palinuro es una novela, una ciudad, un museo vivo o un viaje sentimental, pero no importa. Uno puede empezar a leerla por cualquiera de sus páginas –en eso mucho más audaz que Rayuela y sin proponérselo—y quedará atrapado sin remedio en sus variados ejemplos y anécdotas delirantes. “Tendemos a olvidar que la medicina fue un arte”, escribe González Crussí, y en ese arte se monta la novela para deslumbrarnos. Yo no sé si me sometería a ninguno de los tratamientos de los que nos habla el doctor Palinuro, pero cada uno de ellos es un viaje fascinante, una revelación del ser único que fue Fernando del Paso, un verdadero dandy de inteligencia preclara y magnífica vestimenta, cuya triste partida nos deja, sin embargo, el enorme consuelo de su literatura.
(ciudad de México, 1960) es narradora y ensayista. La novela Fuego 20 (Era, 2017) es su libro más reciente.