La vida en las ciudades

Abres la ventana para ver la temperatura y te entretienes con películas que pasan en París y Roma, salen pájaros y embarazadas y enseñan que hay que mirar lo que pasa.
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Para una cosa que quiero escribir me vendría bien darme una vuelta por mi barrio, así que me asomo a la ventana a ver qué temperatura hace y desde el patio del colegio que hay abajo me llega la voz aguardentosa de un niño que llama hijo de puta creo que a otro niño, mientras una cotorra argentina lo sobrevuela todo. Sea como sea, en lugar de salir de casa me pongo a ver una película sobre la calle Mouffetard que rodó Agnès Varda en 1958. A ver cómo rodaba un barrio. Varda tiene otra película similar, Daguerrotipos, de 1975, un largo en color en el que los comerciantes y habitantes del distrito XIV, donde está la calle Daguerre de París, se presentan, pero esta, L’Opéra-Mouffe, dura un cuarto de hora, es en blanco y negro y no tiene diálogos. Hay música extradiegética y una mujer canta una canción sencilla. Empieza con un plano de una embarazada desnuda, no sé si la propia Varda, que en ese momento estaba embarazada de su primera hija, porque no se le ve la cara aunque sí la enorme tripa. Más adelante en la película, gracias al montaje, ese estado tendrá resonancias, como cuando un pollito sale de un huevo, o un poco más sofisticadas cuando vemos a una paloma metida dentro de una pecera (sin agua). También que un verso de la canción haga una rima con las náuseas mientras vemos casquería expuesta en una carnicería lo asocio al embarazo. La película se estrenó en los Estados Unidos con el título de Diary of a pregnant woman y en los créditos del principio también se nos presenta como un “cuaderno de notas” filmado por una embarazada. 

¿Se notará en algo que aquello lo ha rodado una embarazada? No sé si se nota en los encuadres o en los motivos elegidos. También podría verse en las reacciones de la gente fotografiada, quizá sorprendida de que todo aquello lo maneje una mujer con tripa. La cámara avanza por la calle o bien se aposta en una esquina, y así capta de manera documental la vida al aire libre. A veces los transeúntes miran a cámara y otras parlotean y gesticulan como se hacía en el pasado sin darse cuenta del teleobjetivo que los está espiando. Algo que puede referirse a los embarazos, por anticipación, son los planos de dos amantes, una historia de ficción que se alterna con las tomas espontáneas. Miran por la ventana, o se besan tumbados en la cama, e incluso salen desnudos a un patio, en una escena muy compuesta que contrasta con el aire documental general. En esos planos más íntimos, así como en los que muestran la sección de una lombarda, o los montones de puerros con las barbas muy largas que ofrecen los puestos de verduras, queda claro que para retratar algo, la calle Mouffetard por ejemplo, no hace falta fotografiarlo directamente, que cualquier detalle puede decirnos algo sobre el tema general si se dan unas circunstancias adecuadas. ¿Cuáles? Si esos detalles se han recogido de la propia calle Mouffetard como sinécdoque, si dejamos que nuestra coyuntura personal se trasluzca en el tema más general. 

Toda la película está llena de vida, ese puede ser otro deje de la gestación. Al ver esa calle tan animada, con la gente que ha salido a hacer recados, pensamos que París era como un pueblo, que lo que diferencia a los pueblos de las ciudades no es la altura de las casas sino la manera que tienen los vecinos de relacionarse, que los habitantes son precisamente vecinos, algo así. Aparecen muchos viejos, rostros cansados, y uno de los bloques en los que está dividida la película recuerda “a los seres queridos desaparecidos”, y entonces empieza una serie de fotografías de lo que parecen borrachines, todos bebiendo a morro de botellas o como durmiendo la mona. Estas vistas tan poco glamourosas captan algo muy característico de París que no sé si se ha conservado. Quizá esa gente tan hacendosa no sea tan vieja, quizá solo lo parezca por la moda de la ropa y los peinados. Pero no parece que las ciudades sigan teniendo esa vida, que su animación sea de este tipo tan popular. Más tarde, cuando ya los estamos echando en falta, llegan los niños. Al principio salen todos con máscaras de animales, quizá era carnaval cuando se rodó la película, y basta con rodarlos haciéndose los peligrosos mediante unos exagerados gestos amenazantes para que el encanto se renueve. Y por fin aparece una mujer que sí creo que está embarazada, pero está cansadísima y casi va haciendo eses, y cuando se le escapa alguna patata de la malla ni fuerza tiene para pararse a recogerla, es muy chocante verla avanzar trastabillando por las calles cargada con la compra, y finalmente la película se remata con esa mujer que, a la puerta de la floristería donde acaba de comprarlas, se come a bocados un ramo de flores.

Luego veo unos vídeos (iba a decir vídeos caseros, pero no sé si ese término tiene ya mucho sentido) de unos estorninos en Roma, bandadas de pájaros que al moverse hacen dibujos fascinantes en el aire, algo verdaderamente como de otro mundo aunque en algunas ciudades se repita todas las tardes, y los dibujos que hacen son muy bellos, una belleza que se añade a la belleza romana de los edificios abajo, que ya bastaría de por sí, y pienso que no es que esos pájaros sepan que los humanos decimos que esa es una de las ciudades más bellas del mundo, y que es la ciudad eterna, sino que precisamente porque allí había siempre bandadas de estorninos se levantó allí esa ciudad. Ahora ya puedo salir a las calles de la mía y admirar todas las cosas que pasan a diario en ella.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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