(A Verónica Puertollano)
Como a tantas otras cosas buenas, llegué a Stephen Vizinczey a través de Arcadi Espada y su inolvidable Nickjournal. Nacido en 1933 en Káloz, Hungría, Vizinczey era un joven estudiante cuando estalló la revolución anti-soviética de 1956, en la que participó activamente en las calles antes de exiliarse cuando las tropas soviéticas aplastaron la revuelta.
Tras una breve escala como refugiado en Italia, Vizinczey se estableció en Canadá con un propósito firme y aparentemente descabellado, teniendo en cuenta que no sabía más de una cincuentena de palabras en inglés: vivir de la escritura en su lengua de adopción.
Mientras muchos otros exiliados con los que compartía ambiciones artísticas optaban por buscar fuentes de ingresos fuera de la literatura, Vizinczey se empeñó en no hacer nada más que escribir, y pagó por ello el precio de la desesperación y la pobreza. Como escribe en Verdad y mentiras en la literatura, algunos de estos compatriotas llegaron a hacerse considerablemente ricos, pero ninguno de ellos se hizo escritor.
Verdad y mentiras en la literatura fue, Arcadi Espada mediante, mi primera lectura de Vizinczey. El libro es, como lo ha sido Vizinczey hasta el final, originalísimo y radicalmente sincero. Verdad y mentiras destaca por la pasión y la lucidez afilada con la que está escrito, pero lo que le convierte en un libro único es la manera en la que el autor habla con los clásicos. Vizinczey escribe de Stendhal, Voltaire, Balzac, Goethe, Dostoyevski o Kleist como hablaría de lo que le ha dicho un contemporáneo con el que se ha sentado a charlar en un bar.
Esta falta de reverencia hacia figuras mitologizadas del pensamiento y la escritura es una prueba de cuán en serio se las toma. Vizinczey ve en sus escritores de cabecera almas afines con las que desentrañar los misterios de la existencia, y no, como es el caso de tantos otros intelectuales, tótems que enarbolar para forjar una imagen propia. Además de su denuncia de la falsedad de Goethe (alguien que nunca ha amado no puede haber escrito algo cierto sobre el amor), de Verdad y mentiras recuerdo especialmente la crítica del mundillo literario que más de una vez le negó el pan y la sal al autor (para agasajarle después con banquetes cuando daba prestigio invitarle).
Viene a decir Vizinczey que las opiniones de las élites no se guían, generalmente, más que por las brújulas de la imitación y el prestigio y, por lo tanto, tienen mucho menos valor intelectual que las que pueda formular, en un diario de provincias o Facebook, un crítico amateur que, como se gana el sueldo poniendo mamparas, no tiene necesidad de demostrar que tiene gustos sofisticados y está a la última.
Vizinczey nos deja también varias novelas inolvidables, que iluminan la experiencia humana tanto o más que sus ensayos. La que a mí más me gustó fue Un millonario inocente, de la que escribí hace años las líneas que siguen. Las reproduzco porque pienso que le hacen justicia al Vizinczey novelista:
“Con su habitual habilidad para exponer las más sonrojantes vergüenzas humanas y resaltar, al otro lado del espejo, los mejores impulsos del hombre, Vizinczey es implacable con los cínicos enemigos de[l protagonista] Mark Niven. El escritor húngaro toma partido en todo momento, y el vigor moral y espiritual que le caracteriza tensa de principio a fin la novela como un músculo tonificado y joven. Como todas las novelas de Vizinczey, Un millonario inocente es un compendio riquísimo de comportamientos y sentimientos que todos experimentamos en unos u otros momentos, y de cómo reaccionamos a ellos”.
En los últimos años de su vida, Vizinczey tuvo un blog. A la muerte de su esposa Gloria, hace menos de un año, escribió un breve obituario tan bonito como las fotos que tenían juntos. También en sus últimos años se dedicó a reseñar grandes libros de la literatura universal en YouTube. Visiblemente frágil y cada vez más cansado, Vizinczey se esforzaba en compartir lo que le habían enseñado esas obras acompañado siempre de unos pocos amigos devotos que le ayudaban a grabar y llegar al final de las ideas y las frases.
Había algo conmovedor en la presencia entusiasta de aquella gente al lado de Vizinczey. Era evidente que las fuerzas le fallaban, pero Stephen necesitaba seguir expresándose, y no podría haberlo hecho sin la entrega y la paciencia de esas personas.
La pasión humana e intelectual de Vizinczey, y el amor de los amigos de edades y orígenes distintos que le arropaban en los vídeos le permitieron estar en contacto con sus lectores hasta que su respiración se apagó hace semanas. De la ilusión que le hacía seguir compartiendo sus reflexiones son testimonio los tuit y mensajes de Facebook con que anunciaba a sus seguidores más fieles la aparición de nuevos vídeos.
Yo era uno de esos seguidores. Me hacía mucha ilusión que me siguiera en twitter, que me etiquetara en esos tuits al lado de cuatro o cinco lectores, de los más distintos mundos e ideologías pero unidos en nuestro cariño y admiración a Vizinczey, y que a veces me agradeciera, con mensajes personales, mis felicitaciones por aquellos vídeos a los que dedicaba toda la energía que le quedaba.
Marcel Gascón es periodista.