Celama, el Territorio o la Llanura es a la vez un mundo propio y ajeno. Es propio porque ciertos rasgos lo aproximan a las raíces de Luis Mateo Díez (León, 1942), galardonado con el premio Cervantes 2023. Pero es también y en mayor medida ajeno, extraño, incluso, extranjero. Celama es un mundo obsoleto, por rural y por provinciano. Como mundo provinciano tiene por antecedente la Vetusta de Clarín o la Marineda de Pardo Bazán, como mundo rural está emparentado con Macondo, Comala o, quizá mejor, con el condado de Yoknapatawpha –el territorio dividido– de Faulkner. Tanto lo rural como lo provinciano son mundos estancos, en los que dominan lo rutinario, las costumbres. Su espacio es impermeable a lo moderno. Sus habitantes solo salen del Territorio cuando emigran. Y no les va nada bien a los que lo intentan. Sus escenarios son el casino, las fondas y las Hectáreas. Incluso el campo tiene puertas: la propiedad convierte las Hectáreas en espacios clausos. El tiempo es mera repetición, puro ciclo. En muchos de los relatos el carácter cíclico se apoya sobre las estaciones. Son muchos los eventos en los que se señala la estación para dar cuenta del carácter simbólico de la acción. Sobre todo el invierno es la estación de las desdichas. Las fechas, cuando aparecen, sugieren el carácter caduco de lo acontecido. Carecen de dimensión histórica, porque Celama ha sido abandonada por la historia.
La estética de Díez es, como corresponde a una obra moderna, tridimensional. Hermetismo, humorismo y ensimismamiento son las tres dimensiones. El hermetismo de Celama viene dado por su geografía fabulada. Es, como digo, una región cerrada a la innovación y atada a la tierra. Esa es su dimensión idílica, la vinculación a la tierra natal. Esa vinculación no permite grandes perspectivas espaciales –ni temporales–. Es la vinculación a un espacio familiar, menor, provinciano. Si la novela capitalina pone el foco en la falsedad de las apariencias mundanas y en los secretos del poder, la novela provinciana lo pone sobre las costumbres, los caracteres y el estancamiento, incluso putrefacción, de la vida social. Lo extraordinario y lo insólito son en el mundo provinciano motivo de escándalo. Y tienen un carácter fatal.
La otra cara del hermetismo es el humorismo. Díez explica que el humor es “el mejor resorte para relativizar todo lo que sucede, para administrar con sabiduría el escepticismo, y lograr que lo trágico derive hasta donde se pueda en tragicómico”. Si algo cabe presumir –a pesar de la tendencia a la variedad de la obra de Díez– es su coherencia. Esas formas diversas de humorismo la tienen, precisamente por la sabiduría con la que administra el escepticismo. El humor de Celama no se manifiesta solo en lo verbal sino que reside especialmente en las figuras, esto es, los personajes –incluidos los animales– que pueblan los relatos. El suyo es un humorismo primordial. Combina risa y crueldad. De ahí su expresión tragicómica, como dice Díez.
El tercer elemento de la estética de Celama es el egotismo, su ensimismamiento, la proyección de valores y símbolos personales en la obra. Así ocurre en la obra de Díez. “Hay en Celama mucho vicio de contar, y no deja de ser raro que esto pase en una tierra donde no abunda precisamente la imaginación.” Esta frase sintetiza ese doble movimiento: la identidad del autor con Celama y su distanciamiento (la fabulación). El mundo de Celama es extraño. Pero, al mismo tiempo, es un mundo propio del autor. El país imaginario tiene fronteras con el Bierzo y no está lejos de Galicia y Asturias, como su tierra natal. “Hay otros mundos, pero están en este.” El ensimismamiento del autor se deja ver en la sabiduría de la voz del narrador y en su extrañamiento del mundo provinciano. También en su afición al número tres. Son muchas las situaciones que se repiten tres veces. Y muchos los tríos de personajes, amigos, hijos, etc. El tres es el rasgo más transparente del interés del autor por la oralidad. Pero en su trayectoria ha ido recalando en el patrimonio literario universal. Quizá el aspecto más importante del ensimismamiento sean los símbolos personalizados: el Territorio, las fondas, el Casino, la nieve, la niebla, el ciclo estacional, los sueños, los enfermos, los tullidos, los inútiles, los viajantes, los perros, las gallinas… El resultado de la suma de estos elementos es la coherencia, coherencia alimentada por el ensimismamiento.
Luis Beltrán Almería es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza. En 2021 publicó 'Estética de la novela' (Cátedra).