Dos hermanos cenan con sus padres, aunque no son exactamente sus padres, sino dos hologramas de ellos, dos IA entrenadas para comportarse como sus padres. La cosa es que las IA tienen de pronto una crisis existencial y quieren por un rato ser ellos mismos, como si tuvieran una personalidad propia. Eso sucede en “Hologramas”, el primer cuento de Familias raras, de Mariano Gistaín, que forma parte de la colección Letras del Año Nuevo del Instituto de Estudios Altoaragoneses. No se me ocurre una mejor manera de empezar el año que con este librito que viene con ilustraciones exquisitas de Isidro Ferrer. La de la portada, por cierto, me parece que representa muy bien lo que son las relaciones humanas, familiares o no: dos figuras humanas dándose las manos que se convierten en un nudo que recuerda a la representación del infinito. Cuanto más cercanas sean las relaciones, para más nudos dará. Me gusta también la que muestra a los padres holográmicos: Isidro Ferrer utiliza la sencillez de la línea para sugerir la complejidad del mundo. La mezcla con las historias de Mariano Gistaín es de lo más curiosa.
La segunda pieza, “Papá y mamá”, es un homenaje al escritor Javier Tomeo (Quicena, 1932-Barcelona, 2013). El guiño tomeístico es doble: hay una referencia a la relación de Tomeo con sus padres, al que llamaron “el chico” entre ellos toda su vida, pero es que el propio cuento de Gistaín parece un cuento de Tomeo: es un diálogo, se llega al absurdo desde la representación objetiva, una especie de incapacidad innata para la escucha comprensiva. Es decir, es un cuento sobre la incomunicación y la soledad. Suena el teléfono en la casa de dos ancianos sin hijos, quien llama cree que son sus padres y los ancianos más o menos le siguen el juego. El texto recuerda a algunas de las piezas de Historias mínimas, pero tiene al mismo tiempo algo genuinamente único, como todo lo que hace Mariano Gistaín. Daría para un sketch en cualquier formato, teatro o audiovisual.
Cierra el finísimo volumen “Un Cristo en el armario”, cuyo título me lleva a pensar en una canción de Raffaella Carrà. Leyendo el cuento, cuando aparece la escritora que contrata uno de los personajes para que escriba sobre su vida, me acuerdo de un cuento de Sergio Algora que se llama “La biógrafa” y de ahí me voy a una canción de La Costa Brava: “Jesús Etc. Etc.”: “Jesús está en el cielo / Jesús está en el campo / Jesús está en la caja / Jesús está con mi mamá. // Pobre Jesús, no sabe cantar la Marsellesa”. En su cuento, Gistaín explora la relación entre un padre y un hijo, en extrañas circunstancias que producen extrañas explicaciones: “Y entonces me dijo eso que me atormenta, porque al quedar atrapado de esta forma que excede todo lo que conozco no tengo más remedio que dar crédito a su revelación, pues el mundo ha dejado de funcionar normalmente. Me aseguró que en la alcoba del fondo del segundo piso hay un Cristo en el armario empotrado. Hasta me preguntó si quería verlo. No me pareció tan extraño después de lo que me había ido contando, pero le dije que no, que ya me lo enseñaría otro día. Yo no practico ninguna religión ni me atraen especialmente las tallas de santos. Y entonces fue cuando puso esa cara que me hizo pensar que se había demenciado… Me dijo que el Cristo estaba vivo”. Aun así, la cotidianeidad se impone siempre, los misterios no se resuelven y uno termina por darse cuenta de que la IA se parece mucho a un fantasma y qué más da qué sea si es la hora de comer.
Aquí la santísima trinidad son el padre, el miedo y la culpa. Mariano Gistaín añade en este libro una nueva dimensión a las relaciones familiares, expande ese universo como lo expande la ley de la relatividad.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).
