Mucho de lo que estaba ya no está
Andy Wright from Sheffield, UK, CC BY 2.0 , via Wikimedia Commons

Mucho de lo que estaba ya no está

Una visita a Varsovia lleva al autor a redescubrir los muchos libros que lo ayudaron a convertirse en un varsoviano del pasado.
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Viví seis años en Varsovia en dos antiguos edificios que sobrevivieron a la guerra. El primero estaba en Marszałkowska 6, una joya arquitectónica que hasta tiene página en Wikipedia, y debió su buena salud a que se encontraba en una zona ocupada por alemanes. El segundo se hallaba en Wilcza 8. Las fotografías aéreas de 1945 muestran todos los edificios alrededor convertidos en pilas de escombros, pero milagrosamente el nuestro se había mantenido en pie apenas con unos desladrillamientos. Ventanas y puertas seguían descuadradas y el primer invierno me pilló desprevenido. Me sentaba en mi escritorio enfundado en un saco de dormir.

En el buzón estaba el nombre de mi mujer y el mío: Sarah y David, y no faltaron vecinos antisemitas que nos hicieran sentir su ojeriza.

En 2012 publiqué una novela sobre la Varsovia destruida y, luego de varios años de ausencia, estoy en la casa familiar de Cracovia. Redescubro en varios estantes los muchos libros que me ayudaron a convertirme en un varsoviano del pasado.

Tengo novelas, memorias y libros de historia. Volví a hojear I saw Poland betrayed, de Arthur Bliss Lane, el primer embajador estadounidense de la posguerra. Su misión era garantizar elecciones libres en Polonia, pero los aliados occidentales pronto perdieron interés en ese país que había sido el detonador para declararle la guerra a los alemanes, y acabaron por obsequiárselo a Stalin.

Dice el embajador: “Esta vez no fueron los enemigos, sino los aliados de Polonia, quienes le dieron el tiro de gracia a las aspiraciones del pueblo polaco que buscaba la restauración de su libertad y democracia”.

Me pongo a hojear novelas, como La bella señora Seidenman, de Andrzej Szczypiorski, la historia de una judía que evade a los nazis porque es rubia y de ojos claros. O esa obra maestra de Stefan Chwin titulada Hanemann en polaco, El doctor Hanemann en español y Death in Danzig, en inglés, sobre un alemán que decide quedarse en Gdansk cuando pasa a ser territorio polaco, pese a que el resto de sus compatriotas ya puso pies en polvorosa.

También en el librero están las obras de Isaac Bashevis Singer, incluyendo sus memorias Amor y exilio. Reviso algunos de los subrayados. “Algunos judíos incluso poseían perros, algo que yo nunca había visto” o “Mi hermano le había explicado a mi madre que la literatura se ocupa sobre todo de la naturaleza de las personas, y yo decidí hacerme escritor”. Lectores y escritores habrían de subrayar esto: trata sobre todo de la naturaleza de las personas, no de resolver un crimen.

Cuenta Singer que se mudaron a la calle Krochmalna 11. Yo solía caminar por las calles de Varsovia ayudado con un mapa de 1938. Algunas calles desaparecieron por completo. Otras son irreconocibles. El número once de Krochmalna ya no existe. Hay un parque infantil. Ahí donde Singer leía sus primeros libros ahora los niños se columpian.

Libros de historia también tengo una buena cantidad. El que me resultó más importante sin duda fue The Warsaw ghetto: A guide to the perished city, de Barbara Engelking.

Un libro que me fue fundamental para recrear la Varsovia de aquellos días se titula: Spis abonamentów warszawskiej sieci telefonów, o sea, la cartilla telefónica de 1939. Era la mejor huella digital para saber quién había vivido dónde y qué direcciones habían dejado de existir.

Ahí encontré a dos Poniatowska: una en Warecka 12; la otra en Koszykowa 25. En ambas direcciones hoy se levantan bloques de la era comunista. Se enlistan dos docenas de Krauze: médicos, abogados, comerciantes de telas y ropa, arquitectos, peluqueros y carniceros. Janina Batorska tenía una jabonería en Gdańska 2, donde ya no está lo que estaba.

Por supuesto se enlistan muchos polacos bien conocidos. Ahí está el trágico y multifacético Stanisław Ignacy Witkiewicz, que se quitó la vida cuando vio su país invadido a diestra y siniestra por Alemania y la Unión Soviética. Vivía en un edificio que ya no existe, en Moniuszki 4. O el gran Jarosław Iwaszkiewicz, en Kreditowa 8, donde ahora se ven unos departamentos comunistas en los que un hombre tan refinado nunca hubiese aceptado vivir, si bien él prefería pasarla en su casa de campo a treinta kilómetros de Varsovia, donde valientemente ocultó judíos.

Nunca están de más las agallas en los escritores.

Mientras devoraba unos pierogi, me puse a pensar en las palabras del embajador Arthur Bliss Lane: “No fueron los enemigos, sino los aliados de Polonia, quienes les dieron el tiro de gracia a las aspiraciones del pueblo polaco que buscaba la restauración de su libertad y democracia”. Hoy les quieren dar el mismo tiro de gracia, pero no sus enemigos, tampoco sus aliados, sino los mismos polacos; si por polacos entendemos al gobierno de Jarosław Kaczyński y a la anacrónica, antisemita y podrida kościół katolicki.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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