En un tuit reciente, el profesor universitario Federico Navarrete preguntó: “¿Pueden los pacianos responder a las críticas sin atacar a quienes las hacen?” Dos días antes me había declarado “monaguillo de los adoradores de Octavio Paz”, autor de pasquines y “ayuno de pensamiento” y dijo que pretendo “vendernos la quimera del ‘Paz feminista’”. Ignoro quiénes sean esos “nosotros” cuya representación se arroga el profesor pero a ellos (y sobre todo a ellas), que quizás sí sepan y quieran leer, les dirijo estas notas, no con ánimo de “venderles” nada, sino para que decidan racionalmente si el feminismo de Paz es una “quimera” o un hecho real.
El asunto derivó de una charla que tuve con Juan José de Ávila sobre un libro reciente, mi edición crítica de Octavio Paz. Odi et amo: las cartas a Helena, publicado por Siglo XXI. En esa charla dije “que el primer intelectual, el primer pensador que habló en México del pensamiento feminista fue Paz.”
Fui cubierto en las redes con el previsible confetti del odio, los nutridos jajajás y laboriosos memes, muchos más ingeniosos que los insultos consuetudinarios. No sin cierta razón pues, en efecto, fui impreciso y olvidé que en tiempos inquisitoriales escribir palabras como feminismo debe hacerse con cautela imperativa. Tendría que haber aclarado que me refería solamente a las personas que lamentablemente son de género masculino y, en vez de “pensador”, tendría que haber dicho “intelectual público en el sentido de Habermas” y distanciar así a Paz del activismo en pro de los derechos de la mujer que, obviamente, existe de mucho antes.
Otro error más serio: no mencioné que antes que Paz ya habían discutido el problema otros “intelectuales públicos en el sentido de Habermas”, por ejemplo, el poeta masculino mexicano, José Juan Tablada, como lo narré hace años. Por 1920 o 1921, quince años antes de que las feministas mexicanas exigiesen por primera vez la despenalización del aborto, Tablada apoyó su derecho a mandar sobre su cuerpo y divulgó en la prensa nacional las ideas de Margaret Sanger (algo que motivó la ira del secretario Vasconcelos) y aún escribió un enfático poema sobre la negativa de aquella gran pionera a surtirle carne de cañón a los tiranos, los ejércitos y los capitalistas.
La ira no fue poca, pero mucho menor a la que genera el hecho de que Paz haya sido feminista, que haya reflexionado sobre el feminismo y que se haya manifestado a favor de sus causas más importantes, como el derecho al aborto. ¿Por qué enojará tanto y tanta a tantas y tantos algo tan simple? La curiosidad y la lectura parecen condicionarse a una suerte de constancia de pureza de sangre intelectual que expiden los intelectuales emoji de moda a cambio de followers y puntos académicos.
En fin, que a raíz de mi comentario, el mulá Navarrete volvió a asestarle a Paz una sharía declarándolo horrible racista y tenaz misógino que está “en contra de Malintzin y todas las mujeres indígenas”. (Sí: todas.)
El “pasquín” a que se refirió Navarrete es algo que escribí sobre su escrito “Alfabeto racista mexicano”, publicado en la revista Horizontal.mx y que abrevio en seguida. En su escrito, Navarrete denuncia la “pigmentocracia”, cuyo “nocivo objetivo” es “la invisibilización de los marginados y la naturalización de la desigualdad”, unas cosas muy feas que acometen los nocivos racistas y pigmentócratas Roger Bartra y Octavio Paz. Bartra por haber escrito que la CNTE está “contaminada por la putrefacción de una cultura sindical” y por criticar “la decadencia de una gran masa de maestros mal educados”. ¿Dónde están el racismo y la pigmentocracia de Bartra? En el vocabulario, pues las palabras putrefacción y decadencia “reproducen sin pudor y sin aparente autocrítica, las principales figuras del discurso racista más virulento de los últimos dos siglos.” Y como Bartra emplea esas palabras, pues Bartra es racista. Y Paz es racista porque las páginas sobre los pachucos en El laberinto de la soledad “no disimulan su desprecio por esos despatriados y los despoja de cualquier posibilidad de escapar a los sinos que los oprimen.” Y como “las mujeres en su conjunto (sic) merecen (sic) un tratamiento análogo”, pues también es misógino. La prueba es que en El laberinto las mujeres “no son más que” (cita El laberinto) “seres inferiores que al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su ‘rajada’”.
Bueno, pero esa cita cierra un párrafo que comienza “El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior” y que enumera luego varios ejemplos sobre “abrirse” y “rajarse”. Al profesor Navarrete no le interesó esa oración inicial porque echa por tierra su sharía: Paz “describe con minucia y sin asomo de distanciamiento ni crítica el vocabulario y la práctica del sometimiento de las mujeres mexicanas a los ojos y al poder masculinos.”
Y así el resto: Paz ejemplifica formas en que el lenguaje popular refleja los prejuicios; Navarrete destaca los ejemplos (el “discurso prestado”) y prescinde de la advertencia previa y del contexto. Y listo: declara misógino a Paz y le asesta un capirote para satisfacción de su feligresía. Pero en una parte de su escrito, el profesor Navarrete escribe esta frase: “Si el pobre, además de pobre es moreno, más razón para ningunearlo.” Caramba: he ahí la prueba del racismo pigmentócrata del profesor Navarrete. ¿Y la escribió sin pudor? Sí, tal cual. Y es que si el profesor cita fuera de contexto para denunciar racistas, ¿por qué no hacerle otro tanto? Cuando alguien que se supone capaz de pensar y razonar abdica de la honestidad intelectual y distorsiona un texto para encajarle su cuadratura, practica racismo en tanto que considera a la razón como una raza inferior del espíritu, y a los lectores una raza tan tonta que merece ser engañada.
El hecho documentable es que el Paz “misógino” propuso desde 1959 que si “nuestra libertad se funda en la libertad de los demás”, de la libertad de la mujer depende que el amor pueda “ser mejor que un sueño o una pesadilla: la unión de dos libertades”.
{{Carta a su hija Laura Helena, en “Ama la vida”, https://confabulario.eluniversal.com.mx/octavio-paz-helena/}}
El hecho es que en 1963 argumenta que sin la libertad erótica de la mujer no puede haber amor: “se representa al amor en forma de un nudo: hay que añadir que ese nudo está hecho de dos libertades enlazadas”.
{{En La llama doble. Amor y erotismo (Barcelona, Seix-Barral, 1994.) }}
Antes del movimiento feminista moderno en México, por 1963, ya insistía en que “el grado de civilización de una sociedad se mide por el grado de libertad de las mujeres” (citaba a Fourier), y se declaró partidario de “la igualdad en la diferencia”. Pensaba que “la rebelión juvenil y la emancipación femenina son las dos grandes transformaciones de nuestro tiempo, y la segunda es más importante y permanente”.
{{“Revuelta, revolución, rebelión”, en Corriente alterna (México, Siglo XXI, 1967.) }}
En la extensa entrevista con Rita Guibert
{{“Octavio Paz”, entrevista de Rita Guibert, en Siete voces (México, Ed. Novaro, 1974.) }}
(1970) argumenta que “del juego de lo masculino y de lo femenino podría surgir una nueva cultura que ni siquiera sospechamos, una oposición de orden complementario” pues tal oposición, al renacer en los amantes, revela a la mujer su aspecto masculino y al hombre su aspecto femenino. “Deberíamos ser los hombres más femeninos y las mujeres más masculinas”, es decir, “habría que feminizar a la civilización”. Critica al feminismo estadounidense porque se somete a “un arquetipo masculino”, cuando “la verdadera revolución sería que las mujeres diesen a la sociedad arquetipos femeninos y que los hombres nos viésemos en ellos”. No se trata solo, escribe, de que “las mujeres tengan derechos idénticos a los de los hombres –aunque esto sea necesario, urgente, indispensable–, sino de que tengan conciencia de ellas mismas, sobre todo de su cuerpo”. Solo si tiene conciencia de su propia singularidad podrá “edificar su imagen del hombre y de sí misma.” Y concluye: “al liberarse de la imagen deformante que el hombre le ha impuesto de sí misma, la mujer también liberará a los hombres.”
¿Qué gana quien tacha de misógino a Paz? Muy poco, aparte de la gratificante sensación de sentirse sublime; pero pierde mucho al privarse de leer páginas pertinentes sobre la lucha feminista en México y su historia declarándolas quiméricas. En el México actual, el mismo libro en el que Paz desmontó la misoginia que hay detrás de la frase “la sufrida mujer mexicana” sirve para acusarlo de… misoginia.
Hasta ahí aquel comentario mío. Una recopilación mucho más detallada y crítica sobre las posturas feministas de Paz es la que hizo Maarten Van Delden en el capítulo “Feminism” de su reciente libro,
{{Reality in movement. Octavio Paz as Essayist and Public Intellectual (Nashville, Vanderbilt University Press, 2021, pp. 127 y ss.) }}
en el que por cierto registra también, con cierto azoro, la tendencia a descontextualizar las líneas dizque “misóginas” de El laberinto de la soledad:
Paz no sostiene esas visiones ofensivas contra las mujeres. Es obvio en su planteamiento que está reportando lo que otros piensan, que atribuye la misoginia a la cultura dominante en México al tiempo que él se distancia de ella. Articular un punto de vista no es lo mismo que refrendarlo, una distinción que los críticos de Paz no han sido capaces de hacer.
Me parece que no son incapaces de hacer esa distinción, es que no quieren: la operatividad de Paz como villano en la telenovela ideológica nacional es tan práctica y cómoda como impráctico e incómodo sería leer sus libros. El profesor Navarrete no respondió a mi comentario, pero cuando reunió sus escritos en un libro se ufanó de haber acusado a Paz de racista, “aunque sus sempiternos acólitos quisieron quemarme en leña verde por criticar a su ídolo”. Caramba, no es afortunada esa analogía que identifica (“sin ningún pudor”) a quienes incendian gente y adoran ídolos con el “salvaje”, una típica caracterización europatriarcal y racista…
Opiniones: Monsiváis
Reconocer que algo tuvo que ver Paz con el avance del feminismo no es tanto precisión académica como objetividad al estudiar la historia de las ideas en México. Que se adelantó en la revisión del feminismo como (digamos) “intelectual público” es un hecho que advierte quien lee libros, pero también se advierte en la recepción de sus escritos cuando la gente leía y pensaba. Veamos unos ejemplos.
Cuando a Carlos Monsiváis le preguntan en 2016 sobre feminismo, quien primero viene a su mente es Paz:
{{En “Aires de familia”, programa de Canal 22, proyectado el 4 de mayo de 2016. Puede verse en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=nXhDHWweb7w, minuto 49.}}
El feminismo es una de las grandes revoluciones culturales del siglo XX. Eso creo que lo vio bien Octavio Paz: el feminismo, al margen de la opinión que se tenga de muchos de sus planteamientos, transformó el modo en que las mujeres se veían a sí mismas. No sólo fue una dotación de derechos laborales, no fue sólo el reclamo de los derechos sobre el cuerpo, ha sido también el gran almácigo de los derechos psicológicos. Gracias al feminismo surgen los movimientos de liberación sexual…
Lo mismo sucede en “La mujer como instrumento”,
{{Capítulo de “Soñadora, coqueta y ardiente. Notas sobre sexismo en la literatura mexicana”, recogido en Misógino feminista, textos seleccionados y prologados por Marta Lamas (México, Ed. Oceano y Debate Feminista, 2013.) }}
ensayo en el que Monsiváis parte de que “por naturaleza y definición, la cultura mexicana es una cultura sexista”, y señala que Paz aportó un “excelente primer trazo” del problema en El laberinto de la soledad, que procede a glosar:
Sin duda en nuestra concepción del recato femenino interviene la vanidad masculina del señor –que hemos heredado de indios y españoles. Como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa solo pasivamente, en tanto que «depositaria» de ciertos valores. Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es solo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser que encarna los elementos estables y antiguos del universo: la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio, canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es la hombría.
Y en el mismo ensayo, para explicar “las estructuras de conductas patriarcales” heredadas de la conquista y que continúan hasta nuestros días, Monsiváis recurre de nuevo a El laberinto porque sus páginas “son, en su don de síntesis, exactas”.
Pero años después, ya no son exactas sino perversas; ya no razonan un problema, sino que degradan a la mujer.
Poniatowska
Otra persona que también tiene a Paz como pionero de la discusión feminista entre los “intelectuales públicos” es Elena Poniatowska, quien declara, por ejemplo, que “Octavio Paz fue un adelantado: me declaró que el suceso del siglo XX era la liberación de la mujer”, y cita la carta que recibió de él en 1960:
{{Citada en “Las huellas de un adelantado”, Los Angeles Times, Octubre 12 de 2020. }}
En general las mujeres me dan más esperanzas sobre la humanidad que los hombres. Quizá el gran fenómeno del siglo XX no sea la física nuclear, ni el comunismo, ni Fidel Castro, sino la liberación de la mujer.
En su libro Las palabras del árbol (1998), evoca que en 1972 Paz le pidió que escribiera “un buen reportaje sobre el aborto” para la revista Plural. Poniatowska dice haberse resistido porque es “un tema tan escabroso”, pero Paz la convenció: “Tienes que hacerlo”. Fue un reportaje importante entonces y ahora: “El aborto en México” salió en el número 12 (septiembre de 1972) de Plural. Evoca Poniatowska haberle dicho a Paz: “Comprobé tu interés por la suerte de las mujeres, tu feminismo que se ha acrecentado a través de los años, tu solidaridad”.
Encargar ese reportaje sobre el aborto en 1972 se relaciona con una serie de tres ensayos que Paz escribió entre ese año y 1975, “Thanatos y sus trampas”, que se recogieron en El ogro filantrópico (1979). El primero fue la presentación de aquel número 12 de Plural, que Paz tituló “Hacia una política de población en México”, problema que le interesó a raíz de la aparición en 1971 del célebre análisis de la ONU The World Population Situation in 1970, en sintonía con el cual Paz argumenta “El tema del aumento de la población se confunde ya con el tema de la supervivencia de la especie humana”.
El segundo, “Entre la píldora y Herodes” (1974), celebra la creación del Consejo Nacional de Población (CONAPO) y luego de evocar el “interesantísimo” reportaje de Poniatowska sobre el aborto, Paz escribe:
Como es sabido, la legislación mexicana considera el aborto como un delito. Se trata de una legislación bárbara y, asimismo, inoperante: nadie la cumple. Si la ley se aplicase, las cárceles de México estarían llenas de médicos, enfermeras, comadronas y honorables madres de familia.
Abortar clandestinamente, dice Paz siguiendo a Poniatowska, aumenta la tasa de mortalidad, sobre todo entre la clase media baja, que es la que más lo practica, pues “según se elevan las clases, baja la mortalidad infantil y sube el aborto”. Pero no sólo denuncia “la legislación mexicana sobre el aborto” que es “represiva y es ineficaz”, sino subraya que hay
un aspecto moral y social que la mayoría de los especialistas mexicanos elude: el aborto forma parte del derecho de las mujeres a disponer de ellas mismas, de sus cuerpos y de sus vidas. No es que la práctica sea aconsejable ni que sea moralmente neutra sino que es bárbaro castigarla. Bárbaro y socialmente inútil. Así pues, el tema del aborto se inscribe, por una parte, dentro del tema general de los problemas demográficos pero, por la otra, es una cuestión indisolublemente ligada a la libertad de la mujer. Este segundo aspecto del problema es el que, en general, se trata de eludir en México.
Y lograr que la libertad de la mujer deje de eludirse en México es proceso largo y difícil pues
…se enfrenta a obstáculos formidables, unos de orden social y otros ideológicos. Entre los primeros hay que señalar la estructura misma de la sociedad mexicana: la diferencia entre la tasa de nacimientos entre los ricos y los pobres refleja abismales diferencias económicas, sociales y culturales. Entre los obstáculos ideológicos hay que mencionar, además de la timidez gubernamental, el doble dogmatismo obscurantista de muchos católicos y de una izquierda empeñada en atacar un fantasma llamado neomalthusianismo. Pero nadie habla de otro obstáculo de orden psicológico: el machismo mexicano. En el dominio de la sexualidad y de las relaciones familiares, como en tantos otros, todavía está viva la herencia dual de México: el pasado hispanoárabe, con su culto al patriarca y a Don Juan, y la tradición indígena, no menos rígida y opresora de la mujer. El machismo ve con horror a los anticonceptivos porque sabe que son –y no se equivoca– un instrumento de liberación de la mujer, un medio para que sea dueña al fin de su cuerpo. La píldora puede servir para que las mujeres se liberen y, así, para que nos liberen también a los hombres.
Martha Lamas
Años más tarde, en 1998, cuando el Grupo de Información de Reproducción Elegida (GIRE) que dirige Marta Lamas se organizó desde la sociedad civil para, entre otras cosas, conseguir la despenalización del aborto, Paz lo apoyó desde el principio. Lo narra Lamas:
((“Un cambio de estrategia”, en En 20 años por todas las mujeres (México, GIRE y Revista Gatopardo, 2012, p. 30.) ))
el 28 de mayo de 1998, Día Internacional por la Salud de las Mujeres, el GIRE publicó un desplegado titulado «Por un cambio imprescindible», firmado, entre otros, por el Premio Nobel Octavio Paz. Así, con el sostén de personas reconocidas, se fue tejiendo una red de apoyo a la despenalización en diversos sectores de la sociedad mexicana.
((Puede leerse en Debate feminista (vol. 18, octubre de 1998, p. 419). En línea hay acceso por medio de Jstor: https://www-jstor-org.pbidi.unam.mx:2443/stable/42625388?seq=3#metadata_info_tab_contents))
En efecto, Paz firmó ese desplegado el 12 de abril, seis días antes de morir (ante mí, que también firmé). Fue el último de los muchos manifiestos que firmó a lo largo de su vida.
{{Otros de los firmantes fueron Roger Bartra, Carmen Boullosa, Monsiváis, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Carlos Fuentes, Poniatowska, Margit Frenk, Federico Reyes Heroles, Francisco Bolívar Zapata, Federico Campbell, Fernando Escalante Gonzalbo, Sheridan. }}
Lamas ha discutido con inteligencia perspicaz las ideas de Paz, sobre todo en “Las nietas de la Malinche. Una lectura feminista de El laberinto de la soledad”, que apareció en Debate feminista en septiembre de 1992 y que puede leerse en la Zona Paz. Es un ensayo extenso y complejo que va de sus críticas a la “concepción biologista” de Paz –en contraste sobre todo con las ideas de Simone de Beauvoir– hasta la “mistificación de la mujer” que a su parecer hace Paz (poeta al fin). Pero al mismo tiempo advierte que en El laberinto
la única mención [a Beauvoir] que le concede aparece más adelante, donde dice: “Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma.” La conclusión a renglón seguido de Paz es impactante: “De ahí que nuestras relaciones eróticas están viciadas en su origen, manchadas en su raíz”.
Esa intuición poética de una mancha original, que le permite a Paz establecer la conexión Mujer con Madre violada con Malinche y concluir con la Chingada, es el fundamento de su influencia entre las feministas.
La sección más rica del ensayo discute la idea que tenía Paz de La Malinche, desde que operó como representación de la combatividad feminista para las chicanas de los años sesentas hasta el debate actual. Escribe Lamas:
La Malinche se erige como figura del imaginario feminista chicano justamente por la influencia de El laberinto de la soledad, y no porque las escritoras se hayan dedicado a investigarla por su cuenta. Aunque son varios los autores mexicanos que tratan a la Malinche, la inmensa mayoría, si no es que la totalidad, de las citas y alusiones feministas son al ensayo de Paz. Refiriéndose a las chicanas, Norma Alarcón reconoce que “las relecturas actuales de la leyenda y mito de Malinche generalmente parten de los puntos de vista de Paz”.
((Lamas se refiere, supongo, al ensayo de Alarcón “Traddutora, Traditora: A Paradigmatic Figure of Chicana Feminism”, en Culture Critique (13, otoño de 1989), legible en Jstor: “Octavio Paz fue uno de los primeros en advertir la metonimia entre Malintzin y el epíteto La Chingada”))
Es interesante que Lamas mencione a Norma Alarcón y su ensayo sobre La Malinche,
{{ Traddutora, Traditora: A Paradigmatic Figure of Chicana Feminism”, en Culture Critique, 13, otoño de 1989, legible en Jstor. }}
que aporta un buen análisis de su mitología contrastada con las de La Chingada y la Virgen de Guadalupe (“Octavio Paz fue uno de los primeros en advertirlo”, escribe). La mirada del poeta, le parece, pudo acceder a la “actitud viviente” de esa mitología, “pues más que en la historia per se, estaba interesado en las formas afectivas e imaginantes con que esa historia se convierte en experiencia”.
Desde luego, Lamas repasa otras discusiones sobre el tema de La Malinche, sobre todo las de Tzvetan Todorov y Jean Franco (la mujer como “articulación”; la mujer “intercambiable”
{{Hay varias páginas de Paz sobre la mujer como valor de cambio en la sección “Prehistoria del amor” de La llama doble.}}
), a la vez que enuncia su propia, principal crítica: “Al simbolizar a la Malinche como el horror de una relación sexual, fantaseada como violación perpetua, Paz deja traslucir en su reflexión una característica del pensamiento sexista: la no visualización del deseo autónomo de las mujeres.” (Era cierto en ese momento, cuando Paz, a los 35 años de edad, escribe El laberinto en 1949. Se enmendará luego, lo mismo en su poesía erótica –desde Salamandra y El mono gramático– hasta sus ensayos sobre Fourier y el marqués de Sade, por decir lo menos.)
Le parece a Lamas, en todo caso, que si bien El laberinto no otorgó el lugar más deseable a las mujeres, “Paz logra algo formidable: nombrar con talento el imaginario colectivo de los mexicanos” y el papel de la mujer en esa imaginación. Desde luego –como Lamas sí sabe leer– asumió naturalmente que lo que buscaba Paz era representar la opinión genérica de los mexicanos al escribir líneas como “las mujeres son seres inferiores…”.
***
“¿Es usted feminista?”, le preguntan a Paz unos profesores en 1989, en una entrevista sobre sor Juana Inés de la Cruz.
{{Tetsuji Yamamoto y Yumio Awa, en “México y Japón”. Se publicó en un diario de Tokio y en el Excélsior de México. Está recogida en El peregrino en su patria, volumen 8 de sus Obras completas (México, FCE, 1994, p. 462.) }}
Paz responde:
¡Claro que sí! Pero en algo estoy en desacuerdo, no con sor Juana sino con algunas feministas modernas: no creo que las diferencias entre los hombres y las mujeres sean meramente sociales y que dependan de la función, o como ellas dicen del role, de los sexos en la sociedad. Son evidentes y están a la vista las diferencias biológicas y fisiológicas, pero también hay diferencias de sensibilidad y de orden espiritual. Aclaro: hablo de diferencias, no de desigualdad. Agrego que debemos preservar esas diferencias. La civilización moderna tiende a la uniformidad pero sería fatal que la uniformidad triunfase: sería la muerte de la verdadera civilización, que es siempre creación, y la creación nace del choque y la fusión de las diferencias.
Poco después se hizo la misma pregunta Ángela Hernández, la escritora dominicana y combativa feminista, en un artículo titulado “Octavio Paz, ¿feminista?”, que reprodujo la revista Fem (año 16, número 113) en julio de 1992. Escribe Hernández:
En la literatura producida en Latinoamérica prolifera el machismo. Leer al escritor mexicano Octavio Paz despierta una profunda alegría. Su ojo en lo pertinente a la mujer es el del intelectual situado en el presente, nutriéndose incesantemente de las corrientes que apuntan a la libertad humana. Él posee la inteligencia para captarlas, así como el sentir revolucionario.
Luego de celebrar algunos poemas, el libro sobre sor Juana y algunos de los ensayos de Paz sobre el papel del feminismo en las luchas libertarias, Hernández concluye:
Paz, valiéndose de quién sabe qué disciplina, ha logrado ubicarse en la intersección del amor y la libertad. De ahí su poesía, el rigor traducido en reflexión iluminadora. De ahí que el dedo de su pensamiento nos contacte, estremeciéndonos (…) ¿No es Paz un feminista, un poeta que descubre a la mujer en ella misma y su historia?
Antes de la breve zacapela que generó mi comentario leí en las redes este mensaje que publicó el escritor Julián Herbert:
Pobre compañera. Me hizo recordar algo que escribió alguien en un libro sobre sor Juana Inés de la Cruz:
No quería líos con el Santo Oficio. La sociedad de sor Juana, como las modernas sociedades totalitarias, no sufrió sólo del mal de la censura sino de otro más doloroso: la autocensura.
Triste cosa, pero de algo tienen que vivir los inquisidores y las inquisidoras…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.