Puro glamour XXX. Últimos encuentros con la autoridad

Una multa por ir en bici con cascos, un reproche a un policía y tres sexagenarias desaparecidas.
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Un día, volviendo de la radio en bici por el carril que sigue el curso del río, me pararon dos policías. Suelen ponerse un poco más cerca del Puente de Piedra para multar a los que no se bajan y hacen a pie el tramo al que están obligados. Inmediatamente me di por multada: mi infracción era llevar los cascos, aunque los llevaba en el cuello. Por eso te pongo 60 euros y no 200, que es lo que dice la norma, me dijo la policía. Era nuestro segundo intercambio, después de que me pidiera el DNI y yo se lo diera. Me fui a casa con los cascos y la multa en la mochila. 

Esa misma semana, a finales, aún no habían acabado las clases de natación, mi hija pequeña y yo salíamos de nadar, ella en curso, yo por libre, cuando un coche gris en el que iban dos muchachos se metió por el paso de peatones para entrar en la calle peatonal por el mismo camino que nosotras acabábamos de hacer a pie. Como no podían pasar porque estábamos nosotras, el copiloto me hizo un gesto con la mano para que nos apartáramos. Pero esto que estáis haciendo está fatal, les dije. Ya, respondieron. Y entonces vi que llevaba un walkie-talkie y me di cuenta: ¡ah, que sois la poli!, dije. Y el copiloto sonrió. Mi hija entendió “ah, que sois pobres” y eso generó un diálogo de besugos absolutamente irreproducibley divertido. 

Mi último intercambio con las autoridades es un poco más atrabiliario. Mi madre, su hermana y una amiga habían alquilado una autocaravana en Valencia para viajar hacia el Cabo de Gata. Mandaron fotos de la autocaravana y ellas delante haciendo el signo de la victoria. Pasaron unas horas y debieron de meterse en una cala sin cobertura, porque en las siguientes doce horas no supimos nada más, ni fotos del lugar, ni nada de nada. No sabría decir cómo prendió la mecha de la histeria familiar, pero sí que sucedió. Poco a poco la preocupación fue contagiándose: el domingo por la mañana, mientras mis hijos se bañaban en la piscina de mi madre y yo leía tranquilamente, mi hermana, desde Dublín, me escribió: “Puedes pensar en otra cosa, porque yo sinceramente, no”. Tengo-tres-hijos. Mi padre también estaba fuera, por eso estábamos nosotros en su casa, cuidando a los perros, la casa, etc. Supongo que la dispersión familiar ayudó a la histerización. Entre intervención e intervención en el festival literario en el que estaba mi padre, entraba en el chat familiar y preguntaba si había novedades, si teníamos noticias. Mi hermana era la que estaba más preocupada: ella, que se ha ido tantas veces con la furgo, sabía que las cosas no se hacen así, ¡ni siquiera sabíamos la ruta que pensaban seguir! Además, a pesar de que ella y mi madre comparten la ubicación desde el teléfono, no le salía nada. Por mensajes privados, los hermanos mayores comentábamos que estaban exagerando. Por mensajes privados, los hermanos pequeños comentaban la falta de sentimiento de los hermanos mayores. No tienen corazón. Entonces me llamó mi tía: había hablado con un amigo policía que le había orientado sobre los pasos a seguir. Lo primero era descartar accidentes. Había que llamar a la Guardia Civil, etc. Menos mal que en la foto que nos habían mandado salía la matrícula de la autocaravana. Mientras tanto, yo había escrito a la empresa de alquiler de furgonetas para preguntarles por las simpáticas señoras que habían alquilado una autocaravana el día anterior para viajar hacia el Cabo de Gata, de las que no sabíamos nada desde entonces, y estábamos algo inquietos, ¿no podrían ellos decirnos si sabían qué ruta iban a seguir? Perdón por molestar en domingo, etc. Tampoco respondían. 

Renuncié a la lectura y busqué el teléfono de la guardia civil de Valencia: era el punto de partida. 

-Señorita, no tenemos noticia de ningún accidente en el que esa matrícula esté implicada. 

-Muchas gracias, ¿podría darme el teléfono de sus compañeros en Alicante, Murcia y Almería?

-Le doy Alicante y Murcia. 

En cada intercambio tenía que explicar lo mismo: mi madre, mi tía y una amiga, el alquiler de la autocaravana, la desconexión. 

-Ningún vehículo con esa matrícula está implicado en ningún accidente, señorita. Pero vamos a ver, ¿usted sabe si ese vehículo puede esta inmovilizado por causa de alcohol o drogas?

-La verdad es que no lo sé. Diría que no, mi madre acaba de jubilarse, pero nunca se sabe. Quizá cuando dijo que se iba a hacer la vida pirata la entendí mal –bromeé. 

-Se lo miro por si acaso… nada, no hay nada. 

-¿Y ahora?

-Pues a esperar… ¿no será que su madre ha querido desconectar un poco?

-¿Está sugiriendo que mi madre nos ha abandonado? 

-…

La Guardia Civil de Murcia estaba visiblemente orgullosa de la ausencia de percances, ni graves ni leves, en las carreteras de su región. Les pedí que miraran lo de las drogas. 

En Almería tampoco sabían nada. Ni accidentes ni coche inmovilizado por la guardia civil. En cuanto te metes en una cala, se pierde la cobertura, me dijo el guardia civil. 

-¿Y no pueden geolocalizarlas con el teléfono o así?

-No, eso tiene que decirlo un juez. Eso es más complicado… Tendría que denunciar la desaparición… 

“¿Chicos, creéis que las pueden haber secuestrado?”, preguntó mi padre. Mi hermana quería poner la denuncia cuanto antes, solo veía ventajas: “Así, si va a un camping y da el DNI, les salta una alarma y avisan a la policía”. ¿Por qué quieres hacerle pasar por eso a tu madre?, pensaba yo. El guardia civil ha dicho que esperemos hasta la noche, y si seguimos sin saber nada pongamos la denuncia. Mi hermano pequeño insistía en que esperar no tenía sentido. Pues ve tú a poner la denuncia, dije yo, un poco harta, pensando en que no había podido leer ni una página en toda la mañana. Si lo que te da es pereza, voy yo, dijo él, devolviéndome el golpe. Pues vale. Me ducho y voy. 

Mientras mi hermano se hacía las abluciones previas a ir a denunciar la desaparición de mi madre, mi tía y su amiga, mi madre, mi tía y su amiga, salieron de su cala. Al volver a la zona con cobertura les llegaron todos los mensajes, llamadas, etc. Mi madre se sintió halagada; mi tía se enfadó. Imagino que su amiga estaría riéndose de todos nosotros. 

Unas semanas después, cuando un amigo me preguntó por qué no había podido ir al concierto de Laetitia Sadier, tuve que contarle toda esta historia. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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