Un “Simposio de intelectuales” en Chichén-Itzá

La última entrega de la serie sobre sobre congresos de escritores en los años sesenta
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Hace unos días me referí en este espacio al segundo “Simposio de intelectuales” que en 1963 llevó a Juan García Ponce, a Jaime García Terrrés y a Juan José Gurrola (entre otros) a Puerto Rico y a Washington.

El tercero se llevó a cabo en Chichén-Itzá en 1965, también organizado por la Inter-American Foundation for the Arts (IAFA), la institución creada en 1962 por Rodman Rockefeller, encargado de los negocios de su familia en México, y por el editor Alfred Knopf. La información sobre él es escasa. Hay un libro que lo menciona pero es inaccesible en línea. Tant pis. Pero hay dos testimonios curiosos, uno de José Donoso y otro de Jorge Ibargüengoitia con (de nuevo) Juan José Gurrola.

 

La versión Donoso

Según Donoso en su Historia personal del Boom, el simposio metió a sesenta participantes en el hotel vecino a la zona arqueológica. Anota entre los asistentes a Lillian Helman, a William Styron y a Oscar Lewis (del norte) y a Tito Monterroso, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Marta Traba, Glauber Rocha, y el pintor José Luis Cuevas (del sur). No menciona a Sábato, Fernando de Syslo, Nicanor Parra, Ibargüengoitia, Juan García Ponce y Gurrola, que también acudieron. Un avión trasladó a los participantes de la capital mexicana a Mérida. Se sacudía tanto que Cuevas anunció que iba a desplomarse y que los titulares del día siguiente dirían “Genial pintor José Luis Cuevas perece en accidente aéreo”.

El hotel era elegante, dice Donoso, y unas “camareras ataviadas como diosas mayas servían venado yucateco, piñas frescas y mousse de langosta”, todo esto “achispado con tequila, whiskey y con daiquiris magistrales”. Pero en general le parece que el simposio fue “una fachada en que de hecho no sucedió nada”. Si acaso, escribe,

me acuerdo de las personas, de las anécdotas, del esplendor de las ruinas y de la selva pero absolutamente nada de las sesiones de trabajo, lo que probaría en forma definitiva lo útiles que son para los novelistas los congresos internacionales.

De este arrebato de sinceridad rescata algunas imágenes: Marta Traba “sedujo a Juan Rulfo y a Robert Rossen para que la acompañaran a escalar juntos una de las pirámides”. El cineasta yanqui, muy borracho, rodó por la escalera del templo y estuvo tirado entre los matorrales un buen rato, hasta que su colega Glauber Rocha lo encontró y lo arrastró de vuelta al hotel. Los intelectuales se la pasaban jugando “trivia, que recién comenzaba a ponerse de moda” y en la que los campeones eran Cuevas y Styron (era sobre cine). Knopf salía en piyama a ordenarles silencio y acusarlos de… triviales. También recuerda la imagen del “solitario y afable Juan Rulfo, caminando como perdido en la noche tropical”.

De regreso a México, “el carnaval culminó en la fiesta que los mexicanos ofrecieron a los extranjeros en casa de Carlos Fuentes”. Presidió su esposa, la actriz Rita Macedo, “diosa estática, intocable, era como si las autoridades culturales la hubieran prestado para la ocasión como una valiosísima pieza traída del recién inaugurado Museo de Antropología”. La que no era intocable era la intelectual Kitty de Hoyos, “starlet del cine azteca”, que al ver cómo la miraba Rodman Rockefeller le tomó la mano, se la puso en una nalga y le dijo “Toque, pa que no vea nomás”.

Luego todos comieron y bebieron, y luego se bailó rocanrol, luego algunas de las damas se quitaron algo de ropa y luego se acabaron la fiesta y el simposio de Chichén.  

 

La versión Ibargüengoitia/Gurrola   

El artículo de Juan José Gurrola, Life según Ibargüengoitia” cuenta su viaje al simposio y glosa una crónica de Ibargüengoitia, “Una provechosa camaradería intelectual”, que salió en la revista Life en español (octubre de 1965) y que, lamentablemente, no encontré en la internet. Al parecer, Jorge se refiere también al simposio en una crónica recogida en ¿Olvida usted su equipaje? (Joaquín Mortiz, 1997), que lamento no tener a la mano.

Según Gurrola, Ibargüengoitia escribió en Life que fue invitado por equivocación pero que de todos modos aceptó ir porque no sabía absolutamente nada sobre los dos temas que se iban a discutir: “Los problemas humanos de nuestras ciudades” y “Las elecciones en EUA y las relaciones interamericanas”. Su ignorancia de esos temas, y su total indiferencia, no lo arredraron porque estaba seguro de que los otros invitados andarían en las mismas.

Entre las sesiones que resolvían “los problemas humanos en nuestras ciudades” y los banquetes, los intelectuales se pasaban la mañana metidos en la alberca del hotel, como se aprecia en esta foto elocuente aunque borrosa:

 

En la alberca, un intelectual no identificado, Gurrola y Fuentes. En cuclillas, (creo que) Emir Rodríguez Monegal. En las tumbonas, Ibargüengoitia habla con Cuevas y Marta Traba se asolea. A la derecha, de Syzlo y Rodman Rockefeller.

 

Todo estuvo muy bien en el simposio –escribe Ibargüengoitia– hasta que en la clausura unos gringos llegaron a la conclusión de que los intelectuales latinoamericanos “no habían hecho nada frente a sus responsabilidades sociales”:

Esto hizo que una media docena de latinoamericanos tomara uno tras otro la palabra para narrar algún hecho heroico de algún compatriota intelectual. Los norteamericanos integrantes de la mesa acusadora respondieron con lo que se llama “el corazón en la mano”, diciendo que no se trataba de ofender a nadie, pero que ellos pensaban que esa era la horrible realidad. Ante esta actitud tan sincera, los latinoamericanos dejamos de protestar, aceptamos nuestra culpa y poco nos faltó para cantar el coro de la Novena de Beethoven, que era lo único que hubiera expresado nuestra amistad sin límites, pero la cena estaba servida y preferimos pasar al comedor.    

Aquí retoma la narración Gurrola para relatar algo que les dijo Ibargüengoitia a él y a García Ponce. Resulta que al registrarse en el hotel le tocó compartir la habitación con “el inconmensurable Juan Rulfo”, como le dice Gurrola. Lo que contó Jorge fue lo que sigue:

El problema empezó a la hora de apagar la luz entre las dos camas. ¿Cierro el libro que estoy leyendo o espero a que Su Santidad lo haga? El tormento fue peor al despuntar el día, porque en todo el hotel de cinco estrellas no había agua. Fui a indagar y me dijo un yucateco asombrado: “¡Arredobaya, tenga paciencia!” y fue entonces cuando se arremolinó en mi mente la terrible disyuntiva, porque mis ganas de ir al baño se acrecentaban por segundos. Como Hamlet, me pregunté: “¿Cagaré primero y que él se ocupe de jalar la cadena, o me aguanto y cago después de Su Majestad?”  

De regreso a México, el avión nuevamente se zarandeó bastante. Ibargüengoitia también pensó que el avión se iba a caer. Escribió que los intelectuales estaban

pensando que en caso de un accidente los periódicos sacarían a ocho columnas un titular que dijera “La cultura de América, decapitada”, para beneplácito de la generación más joven y del público en general.

Ibargüengoitia y Marta Traba estaban en el avión que se cayó cerca del aeropuerto de  Barajas en 1983, con Ángel Rama, Manuel Scorza y otras ciento cincuenta y ocho personas…

 

Cierro así la serie de artículos sobre congresos de escritores que surgió de mi lectura de  la correspondencia entre Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Presidium de tótems”, se refiere  al “Segundo Congreso de Escritores Latinoamericanos” que se llevó a cabo en México, Guanajuato y Guadalajara en 1967.

“Los escritores como congreso”, agrega información sobre el congreso mexicano y repasa el “Primer Encuentro de Escritores Americanos” de Chile (1960) y el “Congreso de la Comunidad Latinoamericana de Escritores” de Génova (1965).

 “Carlos Fuentes: de La cultura en México al calypso en Chile” se refiere al segundo “Congreso de intelectuales” de Concepción, Chile, de 1962  

“Mexicanos con Kennedy” comenta el  primer “Simposio de intelectuales” de la IAFA, en Barranquitas, Puerto Rico, y luego en Washington, D.C.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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