Desde el momento en que me preguntas eso, ya no las tengo, respondió el niño a su padre cuando este le preguntó si tenía deberes, obligaciones, para esa tarde. Me lo contó su madre, y convinimos en que se trata de un niño filósofo, un niño socrático para quien las obligaciones son un asunto íntimo y nunca pueden respetarse si son una imposición o un sojuzgamiento por parte de los demás. Dicho en positivo, que el camino que debemos seguir emana de nuestro interior y que nuestra tarea es distinguirlo (en los dos sentidos del término). Es un axioma que puede dar para toda una vida y parece asombroso que lo diga un niño, pero a la vez no está claro que pueda nacer en nosotros algo cuyo germen no lleváramos ya dentro. Puede florecer en cualquier momento. Y tampoco puede sorprendernos la conciencia de sí del niño; los niños tienen mucha dignidad, lo que no tienen es poder, y ahora me pregunto si son cualidades excluyentes.
Que uno es la plomada de la propia ética es quizá lo más importante que tengamos que saber. Lo que hay que aprender es cómo protegerla. Que las obligaciones emanan de uno es la base del mejor anarquismo y una idea que ayuda a entender la acusación, ya anticuada pero en un tiempo de las más ofensivas, de ser un pequeñoburgués, que sería alguien cuya moral se basa en la comparación con la de sus vecinos. Pero esos parecen modelos pasados.
En lo que respecta a las obligaciones, que son quizá el asunto más urgente de la proposición, la aceleración en la manera de vivir las ha transformado en algo definido ahora no por el imperativo, sino por la urgencia. Una obligación no es ya algo que tu sentido del deber te lleva a ejecutar sino algo que no puedes soslayar porque la velocidad con la que pasa todo y la multiplicación de los requerimientos y de las vías por las que llegan a nosotros impiden que vivamos con la templanza de ánimo para discriminar lo que podemos hacer, lo que queremos hacer, lo que nos conviene hacer. Es decir, uno completa chapuceramente una tarea y se pone a duras penas con otra, sin quedarse a ver cómo se asientan los cambios que han producido, porque entre ellas no se da ya el espacio necesario para asimilar sus efectos, entre los que a veces está la necesidad de un desvío con el que no se contaba y que aparece como consecuencia de la acción previa, pero que no tomaremos porque no hay tiempo para dudar o decidir. No estamos decidiendo sino empujándonos a nosotros mismos con la esperanza de alcanzar por fin el lugar en el que podremos decidir. La carga se va acumulando y cada vez nos sentimos más incapaces de elegir. La descompresión es lenta y no hay seguridad de que vaya a cumplirse a tiempo. No hay acciones previas ni posteriores sino una avalancha de actividad en revoltijo. Veo ahora las obligaciones como un saco que nos vacían encima. No podemos pararnos a decir qué es una obligación porque estamos acuciados por su fantasma.
¿Estaré haciendo algo un poco feo? He aprovechado la brillante frase del niño para quejarme de un sistema que nos hace vivir con la lengua fuera por cosas que la mayor parte de las veces no nos importan tanto, y que sabemos que no son importantes, y que cumplimos con un fastidio que se va convirtiendo en resentimiento en parte porque no hay nada que nos impida dejar de comportarnos así. Nada salvo una inercia del comportamiento, que ha tenido que adaptarse a unos moldes impuestos, a los moldes del vecino. Y en los que nos hemos metido nosotros solos, sospechamos. Y así como uno se preguntaba cómo había podido pasar los mejores años detrás de una mujer que ni siquiera era guapa, que ni siquiera era su tipo, que ni siquiera le gustaba, nos ronda la quemazón de haber calcinado los mejores minutos del día cumpliendo tareas que ni nos gustan, ni se nos dan bien, ni nadie va a apreciar, ni benefician a nadie. Aquí sencilla y humildemente propongo que abandonemos de golpe lo que estamos haciendo, que lo dejemos a medias, y que corramos, o mejor, que vayamos muy despacio a encontrarnos con alguien querido para hacer muy pocas cosas, cosas muy livianas, y para hablar de lo primero que se nos ocurra y olvidarlo y para dar pocas explicaciones.
Una web que he visitado anuncia que ofrece el resultado del rastreo de 865 millones de páginas en internet, socorro, y menos mal que luego me he asomado a la ventana de la cocina y no se había hecho del todo de noche, por arriba estaba de un azul ya oscuro y por abajo aún llegaba una claridad amarilla, y en lo alto brillaba la luna cortada por la mitad, muy luminosa, y en el patio revoloteaban tres pequeños murciélagos alocados y los edificios del fondo aparecían un poco planos, y el más plano de todos, el que más parecía un dibujo, era precisamente el edificio que tiene más gracia en la visión diurna, el más encantador, y así sobre el cielo que revelaba la noche y el día a ala vez y con la luna y los murciélagos hacía pensar en un cuadro de Magritte, que como hoy habría cumplido los 125 años queda aquí convocado como amable compañía.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).