Theodor Kallifatides: otras vidas y un viaje de regreso a la lengua materna

En ‘Otra vida por vivir’, su primer libro traducido al español, el autor de origen griego habla de emigrar, de cambiar de idioma y del oficio de escritor.
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Theodor Kallifatides nació en Grecia en 1938 y vive en Suecia desde 1964. Además de emigrar de país, emigró de idioma: hasta Otra vida por vivir (Galaxia Gutenberg, 2019) su obra literaria, que incluye novela, ensayo, teatro y poesía, está originalmente en sueco, la lengua que eligió para desarrollar su carrera como escritor. En 1980 rodó una película, con la ayuda de Ingmar Bergman. Una adaptación de su libro El amor que fue un fracaso. Lo cuenta al principio de este maravilloso librito de apenas 150 páginas, el primero del autor que se traduce al español. Se lee de una sentada y habla de eso, de las otras vidas.

Por un lado, habla de las vidas del emigrante cuando se deja conquistar del todo por su tierra de adopción. Eso implica que llegue un momento de duda: ¿será esta la existencia equivocada?, ¿tal vez la otra habría sido mejor? (Hablo del emigrante voluntario, evidentemente.) “Pero nada puedes hacer. Solo esperar el momento en que la vida que vives cobre más presencia que la vida que no viviste”, responde Kallifatides.

Inseparable de la emigración es el cambio de lengua. Puede ser una elección o una obligación. Del primer caso hay un ejemplo muy reciente, el de Jhumpa Lahiri, que cuenta su experiencia conquistando el italiano desde el inglés en En otras palabras (Salamandra, 2019). El segundo caso lo explicó de manera contundente Agota Kristof en La analfabeta (Alpha Decay, 2015) al hablar de las lenguas enemigas que acaban “matando” la materna. Kallifatides dice: “La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua.” Eso no es del todo cierto, como él mismo comprobará.

Para él aprender sueco fue una necesidad, pero conservó el griego como “un acto de amor”. Lo conservó a pesar de que su mujer nunca lo aprendió, salvo algunas frases sencillas, y de que él nunca lo habló con sus hijos. Estos fueron precisamente los que más le ayudaron con el sueco, porque “llegaban a casa con un cargamento de palabras que de otra forma no habría aprendido jamás. Palabras sacadas de conversaciones propias de su edad, de sus juegos, de sus amores”. Pero a pesar de casi toda una vida sumergido en su idioma de adopción, él sigue sintiendo inseguridad cuando escribe. Cuando se olvida su diccionario se siente desprotegido.

Kallifatides habla también de las vidas que crea el escritor cuando construye mundos. Para él sus libros son sus hijos, aunque no sean exactamente lo mismo. Cuando escribe, se siente como cuando hacía guardias durante el servicio militar: él es el único responsable, sin nadie que le diga lo que tiene que hacer. Su pasión por su trabajo, su entrega, llegaba hasta el punto de enamorarse de sus heroínas, envidiar a sus héroes o incluso sentir celos. Hablaba con sus personajes. Y cuando las amigas de su mujer sospechaban de que escribiera tanto sobre “amoríos”, ella les respondía: “Conmigo las engaña a todas.”

No he cambiado de tiempo verbal por error: Otra vida por vivir habla también de la crisis del escritor, de cuando las palabras no encuentran su sitio, o directamente no se dejan encontrar; de cuando los recuerdos, una de las fuentes de la escritura, se convierten en meras fotografías. Eso es lo que de repente le pasó a Kallifatides, que se preguntó si habría llegado el momento de dejar de escribir (en ese momento se acuerda de Simenon). Se deshizo de su estudio en el centro de la ciudad e intentó cambiar de vida. Pero no se sentía a gusto, algo le faltaba: escribir, aunque no lo lograra. Encontró un “remedio homeopático” en Twitter, pero no era suficiente. Y pensó que tal vez necesitaba volver a Grecia. Así que hizo un viaje allí, acompañado de su mujer. Al principio no sintió nada, y albergaba la esperanza de que nada más bajar del avión hubiera un nuevo bautismo, un renacer.

Pero al final sucede el reencuentro. Kallifatides se reencuentra con su pasado, con su tierra (el libro está salpicado de reflexiones sobre la Grecia del siglo XX y XXI, especialmente desde la crisis de 2008), pero sobre todo con su idioma materno. Vuelve a escribir, pero en griego, que es la lengua visceral frente a la cerebral, el sueco. Y la muestra es precisamente este libro. Con él, y la experiencia que le ha llevado a escribirlo, llega a una conclusión: “Cuando sabes lo que quieres decir, puedes decirlo en todas las lenguas que conoces. También puedes guardar silencio en todas las lenguas que conoces. Pero cuando no tienes nada que decir, lo dices mejor en tu lengua materna.”

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Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.


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