En la belleza ajena y Poemas escogidos de Adam Zagajewski

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He descubierto a Adam Zagajewski. Quiero decir, claro, que lo he leรญdo. Coincidรญ con รฉl en Cรณrdoba y en Madrid, pero lo mรกs importante no lo habรญa hecho: leerlo a conciencia: tan solo conocรญa Tierra del fuego. A su presencia discretรญsima, me faltaba agregar las tensiones de su obra, cรณmo se han acumulado, quรฉ las explicita, cรณmo nos llegan y la suma de dificultades con las que las enfrentรณ la triste historia del siglo XX. Esto รบltimo otorga al autor el valor agregado de haber sido capaz de trasmutar lo negativo en expresiรณn integradora de sus posibilidades, entre contradicciones y desconciertos, hasta alcanzar la “totalidad” (palabra que รฉl confiesa haber amado; le sugiere algo como: esfuerzo modesto mรกs inteligencia, opuesta al oxรญmoron “totalidad incompleta”, que un lรณgico rechazarรญa).

“El tiempo arrebata la vida y devuelve memoria.” En En la belleza ajena la memoria salva lo rescatable de una vida, aunque lo elegido tenga determinantes no siempre enunciados –o denunciados–, aunque esa magnรญfica finalidad, el bien, sea vaga, discutida y, al fin, inaccesible. Poeta, Zagajewski tambiรฉn ha tenido la paciencia y quizรกs el alivio de ir anotando en apuntes leales, con veladuras como lo hace la pintura china para alcanzar matices o fraguar perspectivas, su nostalgia por las ciudades polacas en las que viviรณ despuรฉs de su Lwรณw natal: la Gliwice de su niรฑez, la Cracovia de su juventud de estudiante. Zagajewski viviรณ en parte en Parรญs, en Houston; la nostalgia no es necesariamente triste ni es chovinista. Su deslumbrada visiรณn de las pequeรฑas ciudades toscanas le permite un nรญtido cotejo de opuestos: “el sur latino y el norte bรกrbaro”.

Celebra aquellas y admite el frรญo nรณrdico, su ahumada humedad. Cracovia es la ciudad del carbรณn negro, ganada por el hollรญn, cosa que descubrirรก en su primer viaje, que fue a la prodigiosa Praga, que huele de otro modo. “Esta es una hermosa ciudad. Esta ciudad no es hermosa”, dice de Cracovia. ¿Otra vez una “totalidad incompleta”? No, Zagajewski no abusa del oxรญmoron. Pero la historia volviรณ polivalente su amor por esa ciudad, “ligera como el Renacimiento y pesada como el plomo”. Llegรณ a ella para estudiar en una verdadera ciudad; tenรญa dieciocho aรฑos, vivรญa en una aparente libertad y ya no en un pueblo. Serรญa el lugar de su formaciรณn: tambiรฉn le revelarรญa la terrible ambigรผedad del mundo.

“Me estremece solo pensarlo: somos tan dรฉbiles, dependemos tanto de lo que quiera decirnos por lo bajo nuestra รฉpoca, de lo que quiera proponernos –ordenarnos– el espรญritu de nuestro tiempo.” Cracovia le abrirรก sus bibliotecas. En ellas descubrirรก a los poetas, polacos y no polacos, y leyรฉndolos se descubrirรก poeta. Pero tambiรฉn “con la llegada del estilo soviรฉtico de gobierno, se me privรณ del fรกcil y de algรบn modo natural acceso a la evidencia natural de la verdad”.

Se complace en resucitar personajes, como suele decirse, “menores”, amas de casa, que han debido convertir esta en un inquilinato y desdeรฑan a quienes allรญ conviven, vecinos desdichados en las suyas deterioradas, sin ascensor, frรญas y que, a veces promiscuas, comparten una inhumana mezquindad de espacio, esa que estรก detrรกs de algunos de los cuentos de Krzhizhanovsky, escritos en el padecimiento de la realidad soviรฉtica y cuya fantasรญa es siempre terriblemente alegรณrica. Como el viajero que retorna despuรฉs de mucha ausencia a la ciudad de su juventud y con los edificios recupera a los habitantes de su mundo interior, Zagajewski retrata con sagacidad, compasiรณn y ternura a parientes en su pequeรฑa cรกpsula familiar, compaรฑeros de universidad, antiguos profesores, el mundo que pulula por los cafรฉs, en las cรฉlulas a favor y en contra del partido comunista.

Algunos, pintorescos, constituyen el leve tejido novelรญstico, autobiogrรกfico, del relato, otros, presentados en diversos momentos de una vida deleznable, no merecen mรกs que una inicial, para el que pueda identificarlos, porque Zagajewski, cuando se ve enfrentado a seres horribles, esos cuyo florecimiento estimulan ciertas รฉpocas, prefiere contribuir a que desaparezcan de una historia en la que no les supone ni el derecho a ser ejemplo de miseria humana. Dibuja poco a poco alguna silueta, en registros sucesivos, porque es obvio que el molesto contacto no fue un hecho aislado, pero se esmera en demostrar la mayor objetividad para que seamos nosotros los que evaluemos sus grados de bajeza.

La suya es una escritura no laberรญntica sino en caracol –como las curvas de la concha del caracol– y un estilo nada acaracolado. Como su paseo favorito a pie lo lleva, en subida, al Tรบmulo de Koล›ciuszko, yo, que para mi gran pena no conozco Cracovia, me permito imaginarle colinas y al escritor, en un necesario descenso, adaptando el estilo de sus reflexiones a un resbalar suave, taciturno, sin urgencias, superadas las turbulencias de su propia circunstancia, sin contemporizar, pero “con decisivos cambios intelectuales”, quizรกs diciรฉndose en ese entonces: “el mundo es severo y ahorrativo, aquรญ nada sucede sin permiso, no hay exceso”. Eso, sin duda, en un periodo “minimalista”, despuรฉs superado.

Entre las reflexiones descendentes, si es descenso aceptar esa interiorizaciรณn antifreudiana, se cuelan breves aforismos, que aunque se expresen en el estilo conciso, de aparente sequedad, que le suplicaba su directora de tesis, no dejan de conservar entre sus fibras una jugosa esencia:

-El escritor que lleva un diario รญntimo anota en รฉl lo que sabe. En el poema o en el relato anota lo que no sabe.
-En las alfombras afganas, que extraen sus motivos de una tradiciรณn milenaria, en los aรฑos ochenta empezaron a aparecer tanques y helicรณpteros.
-Una en el castillo de Wawel ondeรณ una enorme bandera nazi. Estaban rodando una pelรญcula.

Este รบltimo, irรณnico apunte nos recuerda que, nacido en 1945, a Zagajewski le tocรณ, de los dos mayores males europeos del siglo, el segundo. El nazismo no lo sufriรณ directamente sino en sus consecuencias sobre su familia, sobre Europa. Su apenado escepticismo es natural: no se llega a รฉl por la alegrรญa. Alguien que, desde una tesina universitaria, intentรณ pelear por una idea (a favor de la introspecciรณn) en la que, con ingenuidad de joven idealista, confiรณ para enderezar la prรกctica de la psicologรญa, no sale inmune del fracaso, aunque lo comparta con la maestra que lo apoyรณ en esa vana lucha que, aunque parezca รญnfima, era ya una, a favor de algo soslayado, mal visto.

Todo este libro, en parte hecho de fragmentos que corresponden a los escenarios de una vida fragmentada y que pedirรญa tambiรฉn un comentario fragmentado, estรก inteligente y dolidamente construido con una sobria desconfianza de la Utopรญa, “la torpe, mentida Utopรญa, que prometรญa falsamente un futuro brillante y dichoso, un puerto tranquilo”. Pero el autor es, antes que nada, el poeta que sabe bien, por haber pasado por ese puente riesgoso, que la poesรญa debe vigilar las intromisiones que pueden daรฑarla y aun aniquilarla: “Los muertos no desaparecรญan del todo; habรญa que ejercitar la memoria a fin de que pudiese dar cabida al mayor nรบmero posible de seรฑales del pasado, pero de tal modo que esas seรฑales nos sirvieran de ayuda. Escribimos poemas escuchando a los muertos, pero los escribimos para los vivos.”

ร‰l no aspira a ser historiador, ni siquiera de Cracovia, sobre todo porque los historiadores lo defraudan por su falta de estilo. Como Winfried Georg Sebald, que no querรญa ser considerado novelista sino escritor, รฉl aspira a la mรกs refinada escritura y apenas quiere regresar a algunos lugares, a unas cuantas personas que ama y admira y dejar nota de las que no soporta.

Su estilo es fiel a lo que pretende, ni sentimental ante unas ni abrasivo ante las otras.

Estas memorias no son el ciego canto de amor a una ciudad y su tiempo a unos seres que la construyeron y la vivieron. Es, yo dirรญa, la bรบsqueda de una casa, de la casa de la verdad, con muchas habitaciones, muchos niveles, luces diversas y quizรกs diversos modos de interpretarla. La idea de una unidad que vence a la discontinuidad aparente vincula a la ciudad con un libro de poemas, solitario cada uno de ellos, pero solidarios todos como los fragmentos de una lรญnea curva que puede cerrarse en una circunferencia. Como la suma de seres armoniosos que la vida del escritor une, aquellos a los que admira, a los que tratรณ, a los que leyรณ, a los que hicieron su cultura. Siempre que leo a alguno de estos grandes europeos siento que lo que los une es esa nostalgia por las patrias perdidas, que no son al fin territorios con fronteras conocidas, sino, mรกs allรก del amor por una lengua y una historia, una situaciรณn de cultura, de refinamientos agostados, que un tiempo irrefutablemente exรกnime, habรญa ido construyendo sabiamente.

De ahรญ el refugio que implican las bibliotecas, los museos, las iglesias. Cada uno de ellos, mรกs allรก de su propia especialidad, constituye un acervo que no por recibir lo nuevo pierde su fuerte presencia de pasado, su carรกcter de plataforma nutricia. Lo nuevo podrรก incorporarse, pero no puede desplazar, sustituir al pasado. En diversos museos el poeta entabla su diรกlogo, esa relaciรณn de amor con ciertos artistas o con ciertas obras (que a tantos nos lleva ante ellas con una ritualidad sacra, como si nuestra visita las mantuviera vivas e influyentes, a ellas y a su autor), en una actitud de devociรณn como ante ciertas mรบsicas. Muchos lectores quizรกs revivan una experiencia propia, cuando recuerda a los asistentes de siempre a los conciertos, intolerantes ante el entusiasmo ingenuo de quienes, nuevos en el arte de oรญr, aplauden donde “no se debe”.

Esta escritura abierta, que parece apoyarse en un libre divagar, ubica y creo que no por azar, aproximadamente en el centro del libro, el curioso episodio de la tรญa catรณlica, que invita a cenar al joven pรกrroco de su iglesia. Este, simpรกtico, entusiasta e inteligente, y el tรญo culto y libre pensador se caen bien y la modesta cena se vuelve costumbre, mientras la buena feligresa queda algo al margen en las conversaciones entre cura y marido. Con el tiempo el tรญo se convierte. Con el tiempo ese pรกrroco serรก cรฉlebre: Karol Wojtyล‚a.

Imagino que esta disposiciรณn del material corresponde a una no negada ortodoxia del escritor y que eso perturbe a lectores cuya ortodoxia sea otra. Sin embargo no cabe separar el escritor que refiere este episodio del que en una breve afirmaciรณn aislada reconoce: “Dios, oculto. La miseria, evidente.” O el que afirma: “Nadie sabe venerar a los dioses.”

Las coincidencias dan un toque de aparente fantasรญa a la vida, por el solo hecho de darse. En estos dรญas que me llega, reeditada, la versiรณn que aรฑos atrรกs leรญ de Contra la poesรญa y Contra los poetas, de Witold Gombrowicz, curiosa mezcla de sensatez y patanerรญa, referida de modo bastante falaz o fraudulento, sin duda grato a quienes en el fondo prescinden de la poesรญa sin osar jactarse de ello, la lectura de En la belleza ajena tambiรฉn me actualiza a ese escritor, otro exiliado, a salvo de los desastres de su paรญs, pero en otro mundo, en otra cultura. Zagajewski lo nombra varias veces, con las debidas reticencias, para sin embargo concluir rotundo: “Pero era un gran escritor.”

Suele ocurrir que la lectura de un autor lleve de modo natural a desear refrescar otras, asรญ como descubrir a alguien que nos resulta afรญn nos tienta a acercarlo a otro conocido espรญritu coincidente. En este caso es natural que piense en Miล‚osz –Zagajewski lo nombra– pero tambiรฉn, y de nuevo, en otro exiliado, Sebald, con quien no sรฉ si tuvo contacto antes de que este muriera en Inglaterra en un accidente automovilรญstico. Jean Amรฉry, rescatado de Auschwitz por los aliados, pasa caminando todavรญa con el sabido traje a rayas por las calles de Gliwice, siendo Adam niรฑo. Ya escritor, recibirรก de un amigo mayor, Horst Bienek, en Bruselas, el testimonio de ese pasaje. La historia de Amรฉry la tengo en realidad de Sebald. Lo torturan colgรกndolo de las esposas, le descoyuntan los brazos. Caรญdo el nazismo para vivir escribe, durante un tiempo, de otras cosas, hasta que empieza su obra, ahora solo sobre su historia intolerable, de la que da un testimonio objetivo para luego teorizar enardecidamente sobre el horror, sus causas, sus consecuencias. Despuรฉs se suicida.

 

El capรญtulo de Sebald y la menciรณn de Adam Zagajewski me llevan a pensar cรณmo distintas รฉpocas fijan su imagen del horror sobre distintos ejemplos. Para este, “el tiempo, esa falacia, esa traiciรณn”, se llevรณ a los nazis en el pasado. Su bestia vino despuรฉs. De todos modos, para vivir, sobre todo para crear, necesita olvidar a veces. “La poesรญa llama a la vida, al coraje / frente a la sombra que crece.” “De la indolencia inocente… / surge de sรบbito la isla del poema, isla deshabitada / que un nuevo Cook descubrirรก algรบn dรญa.”

No deja de ser notable que, en un libro con tantos elementos de primera mano, se eviten referencias a circunstancias privadas (que otros subrayarรญan), como si lo รบnico que deba merecer nuestra atenciรณn sea lo que sirva no a la imagen del autor sino a socavar las indebidas exaltaciones, esas que todavรญa se brindan a gobiernos que, con mayor o menor disimulo, aspiran a ser totalitarios, o a los que ya lo son.

Entre tanto que hemos visto descomponerse sin siquiera terminar en humus, este vigilado fruto de una resistencia espiritual y fรญsica debe ser puesto en lo mรกs claro de lo visible. Trae un encargo, con el cual no se cierra, pero encierra, sรญ, la esencia del por quรฉ lo siento tan noble, tan cercano, tan recomendable: “Cuidar del mundo: leer un poco, escuchar algo de mรบsica.” Supongo que cuidar del mundo implica mirarlo con amor, cuando la sabidurรญa de ser nos ofrezca la posibilidad de acercamiento, en lo que tiene de bien hecho, sin habituarnos a lo que tiene de prodigioso (flor, huevo, canto de pรกjaro o humano y tantas otras cosas, por suerte innumerables) y desear con toda el alma que nada de su perfecciรณn sea abolido. Dedica pรกginas al canto de los pรกjaros frecuentes, mirlos, golondrinas. Su ausencia seรฑala su nostalgia de Europa, cuando vive en Houston, aunque por ella sea injusto con el prodigioso sinsonte, que, segรบn รฉl, solo imita otros cantos.

Ademรกs es noble que, entre la prosa de su libro, nos llame la atenciรณn sobre Kazimiera Iล‚ล‚akowiczรณwna, trascribiendo La bruja, un extraรฑo y bellรญsimo poema.

“Pocas son las palabras capaces de ofrecernos un instante de felicidad.” Son las palabras, quizรกs, de la poesรญa. Si el horror y la poesรญa son “Los dos polos de nuestro globo”, aquel puede filtrarse en En la belleza ajena pero busca ser desterrado de esta. Busca, o quizรกs la fuerza de la belleza propia lo aleja. El mundo se convierte en algo que alguien sacรณ prestado de una biblioteca, en algo que se escribe y se lee. Y quizรกs se lee porque es bello. Como la naturaleza, muy presente. Adam Zagajewski parte siempre, es evidente, de cosas concretas a las que ennoblece. Embellece su forma y le da ritmo de campana a un poema sobre las campanas. No sรฉ polaco pero me he empeรฑado sobre sus textos. Hasta he descubierto dos mรญnimas erratas, que he corregido, orgullosa, en mi ejemplar. Porque esta selecciรณn de sus poemas, tan necesaria, es felizmente bilingรผe. ~

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