vv. aa.
Punto de ebullición. Antología de la poesía contemporánea en gallego
Selección, traducción y prólogo de Miriam Reyes
Madrid, fce, 2015, 294 pp.
No abundan las antologías de las poesías escritas en otras lenguas españolas: catalán, gallego y vasco. No han sido nunca demasiado frecuentes, y en estos tiempos de autismos políticos, radicalizaciones partidistas y penurias culturales aún lo son menos. Me atrevo a suponer que muy pocos lectores españoles de poesía –por definición, lectores cultos– sabrán quién es, pongamos por caso, Xosé Luís Méndez Ferrín, o qué autores catalanes se incluyen en la polémica antología Imparables, o qué poesía escriben Harkaitz Cano, Miren Agur Meabe o Rikardo Arregi, y mucho menos todavía habrán leído a ninguno de estos. Por eso es de celebrar este Punto de ebullición. Antología de la poesía contemporánea en gallego, a cargo de la también poeta Miriam Reyes, que ofrece una muestra significativa de la obra de quince escritores: Xosé María Álvarez Cáccamo, Chus Pato, Pilar Pallarés, Manuel Rivas, Lois Pereiro, Antón Lopo, Xela Arias, Ana Romaní, Manuel Outeiriño, Xabier Cordal, Olga Novo, María do Cebreiro, Yolanda Castaño, Olalla Cociña y Daniel Salgado. La frontera cronológica de la antología se sitúa en 1950 –en ese año nació Álvarez Cáccamo, el sénior de la antología– y la introducción de Reyes atiende a lo sucedido en la poesía gallega desde 1976, inmediatamente después de la muerte del dictador. Su mirada es siempre global: recae, con singular minucia, en los grupos, antologías y, en general, iniciativas colectivas que han articulado el desarrollo –el aumento de la “temperatura poética”, como dice la antóloga– de la poesía gallega hasta alcanzar el punto de ebullición actual, en el que encontramos a los quince autores seleccionados. La recolección es también meritoriamente paritaria: siete hombres y ocho mujeres se reparten la representación de la poesía gallega actual.
El sesgo estilístico que presenta Punto de ebullición es notoriamente vanguardista. Excepto Rivas y Lopo, más narrativos, aunque no exentos de vuelo imaginativo, los autores de la antología abrazan formas y motivos surreales –con apelaciones al sueño, al laberinto de la psique e incluso, como hace Cordal, al sol negro de Nerval– y, en un sentido amplio, irracionalistas. Casi todos practican la experimentación lingüística y la intertextualidad, con poemas, a menudo, fracturados, hirsutos, visualmente trepidantes. La potencia imaginativa se advierte con claridad en Pato, Arias, Pallarés, el ya mencionado Cordal, Novo y los primeros libros de Castaño. Pero también Outeiriño, cuyos versos se nutren de asociaciones imprevistas, de parodias, juegos del lenguaje y poliglosias poundianas, y Daniel Salgado, que vuelca en los suyos una percutiente crítica sociopolítica, el testimonio de la oposición más punzante a la realidad actual, participan de una dicción turbulenta, de una literatura, como dice el propio Salgado, “que renuncia a lo bello”, pero no a la metáfora vigorosa, a la impugnación de los tópicos ni al quebrantamiento emocional. La reflexión sobre la naturaleza y el yo adquiere tintes visionarios y, en Álvarez Cáccamo y Do Cebreiro, hasta cósmicos: “Algunos agujeros negros aprenden a hablar. // […] El azul solo tiene lugar fuera del tiempo”, escribe esta en “Poema de Amor” (siendo “Amor” un pequeño conjunto de asteroides que viajan cerca del Sol).
Cabe apreciar algunos otros rasgos comunes a muchos de los poetas seleccionados. Cultivan la memoria, vinculada a –o constructora de– una identidad convulsa, Álvarez Cáccamo, Pallarés, Rivas, Novo y Cociña: la figura de la madre y, por extensión, de las mujeres –rurales, duras como piedras– que han labrado el mundo en el que el yo germina y se desarrolla, justifica una prolongada elegía. La casa y el paisaje –las aldeas, el mar– envuelven o acompañan este lamento jubiloso, este recuerdo atormentado y agradecido. El erotismo, oscilando de la proclama amorosa a la experiencia rezumante del sexo, imbuye a Pallarés, Arias, Lopo –que poetiza el sadomasoquismo en “Azul”, cuyo título es también el del libro fundador del modernismo–, Romaní y Novo, que se lanza en “La idea de la belleza” a la paradoja de un platonismo soez, en el que habla de la “vulva perforadísima”, “los intestinos / llenos de amor / y mierda”, y de copular “de rodillas / en la noche estrellada de la mente de Platón”. (También Do Cebreiro cultiva la paradoja: “toda casa sostiene lo que le falta”, escribe en “Comienzo tropezando con las estrellas…”). En un círculo concéntrico mayor, la corporalidad, la conciencia de la carne –de su plenitud y su decadencia–, impregna asimismo los versos de los poetas de Punto de ebullición. Pato, Do Cebreiro, Romaní y Castaño investigan en la materia de la feminidad: el cuerpo que da cobijo al yo, a sus enfermedades y alegrías, a la sangre que es metáfora de la vida. En directa pero antagónica relación con esta percepción del cuerpo como arquitecto de la individualidad, encontramos a un cantor del dolor y la muerte, Lois Pereiro. No es extraño que escriba, por ejemplo, “ya puedo regresar a mi cadáver”, o que invoque “la cortina helada del odio”, porque Pereiro murió, tras atravesar un reguero de enfermedades, a los 38 años. También Xela Arias, fallecida, como Pereiro, en plena juventud, habla del sida y sus burbujeantes estragos: “Me desnuda el idioma y me sabe sudando en sida. // Mi querido sida, / veneno que me inoculo cada día”.
La crítica recorre, casi por entero, la obra de estos poetas. Una crítica que concierne al mundo, pero que también recae en el lenguaje con el que se construye ese mundo. Las opciones metaliterarias y metalingüísticas revelan una aguda conciencia de la arbitrariedad –y de las falacias– de los mecanismos de expresión y, en última instancia, del discurso social y la elaboración del pensamiento. Y la violencia de la dicción de no pocos de estos poetas trasluce asimismo un conflicto raigal, una pugna con las formas de decir, que no es sino reflejo de una lucha existencial, de una fructífera incomodidad con el ser. Arias, Outeiriño, Do Cebreiro, Castaño y Salgado ilustran bien este bucle metapoético, del que, en realidad, participan casi todos.
Toda antología suscita melancolía por los ausentes, pero hay que recordar que lo que vale la pena en ellas, lo que nos dan a descubrir y apreciar, son los presentes. Y en Punto de ebullición no hay malos poetas. La selección de Reyes, aunque perceptiblemente alejada del figurativismo, recoge a escritores de altura, más cuajados unos, más prometedores otros, cuya proyección en la cultura española la ensancha y enriquece. Confieso que echo de menos a la delicada Luísa Villalta, que murió también joven, como Pereiro y Arias, pero es de aplaudir que este ramillete de excelentes poetas se ofrezca ahora, con la luminosa traducción de la antóloga, al público en castellano. ~
(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).