La temperatura de la represiĆ³n en Cuba sube como la fiebre en dĆas de pandemia. Se trata de una represiĆ³n sistemĆ”tica, casuĆstica, celular ālo primero que hace la policĆa polĆtica cuando detiene a un artista es incautar y desfigurar su mĆ³vilā, que quiere volverse rutinaria, normal, pero no lo consigue. Ciertos episodios, cada vez mĆ”s frecuentes, como los arrestos de la artista Tania Bruguera y el hostigamiento al Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) o el encarcelamiento, tras un proceso irregular, del tambiĆ©n artista Luis Manuel Otero AlcĆ”ntara, hace unos meses, sacuden la abulia.
El Movimiento San Isidro es un colectivo de jĆ³venes artistas visuales, poetas, mĆŗsicos e intelectuales, cuya sede se encuentra en una de las barriadas mĆ”s pobres de La Habana. A principios de noviembre, la policĆa irrumpiĆ³ en la casa de uno de sus miembros, el rapero Denis SolĆs. Tras un intercambio de ofensas verbales, el joven fue arrestado, sometido a juicio sumario y condenado a ocho meses de prisiĆ³n por desacato. Los miembros del colectivo se movilizaron, fueron a estaciones de policĆa y, en vez de respuestas, recibieron detenciones arbitrarias. Hicieron vigilias en parques de la ciudad y fueron disgregados a la fuerza.
Ante el cierre de alternativas, optaron por reunirse en la sede del movimiento, en la calle Damas, y reclamar pacĆficamente, a travĆ©s de las redes sociales, la liberaciĆ³n de su compaƱero. La Seguridad del Estado y la burocracia polĆtica y cultural de la isla tambiĆ©n consideraron esa opciĆ³n como subversiva e intentaron, por diversos medios, hacerlos salir de la sede. Varias veces forzaron la puerta, los agredieron verbal y fĆsicamente, contaminaron la cisterna. Fue entonces que decidieron declararse en huelga de hambre y sed, mientras el resto acompaƱaba y asistĆa.
En cuanto la huelga llegĆ³ a las redes sociales y a escasos medios independientes e internacionales, la Ć©lite del poder comenzĆ³ a reaccionar con el recurso de siempre: la descalificaciĆ³n. Mariela Castro, hija de RaĆŗl y directora del Centro Nacional de EducaciĆ³n Sexual (Cenesex), tuiteĆ³ que los jĆ³venes de San Isidro eran āvulgares, chabacanos y miserablesā. Abel Prieto, ex ministro de Cultura, ex asesor presidencial y ahora presidente de Casa de las AmĆ©ricas, dijo que eran āmarginalesā y ādelincuentesā. En cualquier paĆs latinoamericano, esos adjetivos, dirigidos contra jĆ³venes negros, mestizos y pobres, como los de San Isidro, serĆan reflejos del clasismo y el racismo del gobierno.
Los principales medios oficiales āGranma, Cubadebate y las cuentas en redes de propagandistas del gobiernoā, agregaban a la descalificaciĆ³n la consabida trama de āagentes del imperialismoā. SegĆŗn el libreto de siempre, los jĆ³venes, que el propio discurso oficial llamaba āpobresā y āmarginalesā, recibĆan cuantiosas sumas de dinero del gobierno de Estados Unidos, tenĆan vĆnculos con āterroristasā de Miami y la CIA, eran partidarios de la reelecciĆ³n de Donald Trump. Aunque alguno hubiese mostrado simpatĆas por Trump, no era esa la identidad de un grupo tan heterogĆ©neo.
Otro foco de la campaƱa oficial contra San Isidro fue desmentir que la huelga de hambre era real. A pesar de que las imĆ”genes sobre el debilitamiento de algunos, como Luis Manuel Otero AlcĆ”ntara y Maykel Osorbo, eran convincentes, medios oficiales insinuaban que los huelguistas ingerĆan bebidas y alimentos. Bajo un rĆ©gimen como el cubano, que vive de la legitimaciĆ³n simbĆ³lica de una epopeya revolucionaria, no puede haber heroĆsmo ni Ć©pica en la oposiciĆ³n o la disidencia. El Ć©nfasis de medios oficiales en la falsedad de la huelga contradijo la urgencia de la policĆa por desalojar la sede.
El objetivo del poder siempre fue la disgregaciĆ³n, el silenciamiento de la voz pĆŗblica de ese colectivo independiente. Cuando acordonaron la calle e impidieron el acceso de familiares y amigos, el argumento fue que eran medidas sanitarias para evitar la propagaciĆ³n de la covid-19. El arribo a Damas 955 del escritor y periodista Carlos Manuel Ćlvarez, director de El Estornudo, una de las pocas publicaciones que, junto a Rialta, El Toque, Cibercuba y otros, realizĆ³ una cobertura precisa y veraz del conflicto desde el inicio, funcionĆ³ como pretexto mal disimulado para intervenir la sede con fines sanitarios.
Ćlvarez, autor de un par de libros imprescindibles para entender la Cuba de hoy āLa tribu (2017) y Los caĆdos (2019), ambos en Sexto Pisoā llegĆ³ desde Nueva York y le aplicaron una prueba contra el coronavirus en el aeropuerto de La Habana. Poco antes del allanamiento de Damas 955, tres agentes se presentaron y le comunicaron que la prueba habĆa resultado ādudosaā o āalteradaā y que debĆa someterse a una nueva. Ante la respuesta del escritor de que la prueba se podĆa aplicar en la propia sede del movimiento, los agentes dijeron que no, que debĆa ser conducido a un policlĆnico.
Tras el desalojo y la detenciĆ³n de los huelguistas, la mayorĆa fue trasladada a sus domicilios, aunque Otero AlcĆ”ntara permaneciĆ³ recluido y la curadora Anamely Ramos, estudiante de la Ibero en MĆ©xico, fue arrestada al dĆa siguiente. La sede del Movimiento San Isidro fue clausurada y el gobierno dio forma definitiva al relato sanitario: la intervenciĆ³n violenta se debiĆ³ a que con la llegada de Ćlvarez se violaban protocolos de salud pĆŗblica y habĆa riesgo de propagaciĆ³n de la pandemia.
Este episodio de represiĆ³n en Cuba puede sumarse a los tantos usos autoritarios del coronavirus, en AmĆ©rica Latina y el Caribe, para limitar derechos civiles y polĆticos. Pero es importante no entrampar el anĆ”lisis en enfoques inmediatistas o coyunturales: la represiĆ³n celular, cuerpo a cuerpo, especialmente contra la nueva generaciĆ³n de artistas, cineastas, escritores, periodistas e intelectuales cubanos independientes no responde, stricto sensu, a la pandemia, al cambio de administraciĆ³n en Estados Unidos o al aprovechamiento que puedan hacer polĆticos norteamericanos como Mike Pompeo o Michael Kozak.
Como pudo constatarse en las afueras del Ministerio de Cultura, durante horas y horas, el pasado viernes 27 de noviembre, esa juventud que mostrĆ³ tanto civismo no es un sujeto fĆ”cilmente manipulable por los actores que han hegemonizado el conflicto cubano durante dĆ©cadas. No son marionetas, como insisten en presentarlos, obsesivamente, la prensa oficial y sus rivales mĆ”s extremistas. Tampoco son inconscientes de que un conjunto de demandas concretas no disipan el horizonte de un cambio mayor.
Hemos visto en Cuba, en los Ćŗltimos dĆas, la sistematicidad represiva de un Estado que aspira al control irrestricto de una generaciĆ³n que ha expresado de mĆŗltiples formas su rechazo a las leyes que limitan las libertades de expresiĆ³n y asociaciĆ³n. Nada mĆ”s y nada menos que un rechazo generalizado a los decretos 349, que decide quiĆ©n y quiĆ©n no es artista, y 373, que regula el ejercicio del cine independiente. Rechazos que, en esencia, implican un desacuerdo profundo con la forma en que la nueva ConstituciĆ³n y el CĆ³digo Penal obstruyen los derechos humanos en la isla.
Los mismos medios que durante semanas justificaron la represiĆ³n contra el Movimiento San Isidro ocultaron las protestas de mĆ”s de doce horas frente al Ministerio de Cultura. El mayor logro de ese largo viernes no fue la promesa de dejar de reprimir ācosa que jamĆ”s cumplirĆ” un Estado como el cubanoā, sino haber obligado al poder a negociar. Digan lo que digan burĆ³cratas y propagandistas, eso es algo que no podrĆ” escamoteĆ”rsele a los huelguistas de San Isidro.
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crĆtico literario.