La muerte del papa Francisco marca el cierre de una etapa de gran trascendencia para la iglesia católica, en la que se consolidó una visión pastoral cercana, universal y comprometida con los grandes temas de nuestro tiempo. Su legado deja una institución más abierta al diálogo con el mundo, atenta a los excluidos y con un renovado impulso misionero. La cuestión que se impone tras su partida es quién será su sucesor y qué rumbo tomará la Iglesia ante los profundos retos contemporáneos.
El próximo cónclave será uno de los más diversos en la historia de la Iglesia: reunirá a 135 cardenales electores menores de 80 años, provenientes de 71 países. Del total de electores, 108 (aproximadamente el 80%) fueron nombrados por Francisco, lo que podría influir en la continuidad de su legado reformista. Las votaciones se llevarán a cabo en la Capilla Sixtina bajo estrictas condiciones de secreto, con deliberaciones que pueden extenderse durante varios días. Se requiere una mayoría de dos tercios para la elección válida del nuevo pontífice. Más allá de la espiritualidad del evento, el cónclave implica dinámicas humanas, alianzas temporales, influencias culturales y equilibrios regionales que influyen en la decisión.
Entre los posibles sucesores destacan varias figuras de relevancia internacional, cuyas trayectorias, edades, proyecciones geopolíticas y eventuales apoyos configuran alternativas diversas y abren paso a escenarios de renovación o de recentramiento doctrinal.
El cardenal Pedro Barreto, peruano de 81 años, ha sido una figura relevante en la Iglesia por su compromiso con la justicia social y el medio ambiente. Ocupó cargos como el de presidente del Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Su perfil representaría una continuidad con el pontificado de Francisco, aunque su avanzada edad limitaría su eventual liderazgo a un pontificado de transición. Con todo, al haber cumplido 80 años en febrero de 2024, presentó su renuncia como arzobispo de Huancayo, aceptada ese mismo día por el Papa Francisco. Según las normas canónicas, los cardenales mayores de 80 años no pueden votar en el cónclave, por lo que Barreto no participará como elector. No obstante, sí intervendrá en las congregaciones generales previas, donde se delibera colectivamente sobre el futuro de la Iglesia. Y su influencia es grande.
El cardenal Odilo Pedro Scherer, brasileño de 75 años, es arzobispo de São Paulo desde 2007 y fue creado cardenal por Benedicto XVI ese mismo año. Su perfil combina experiencia pastoral y curial, habiendo trabajado, entre 1994 y 2001, en la Congregación para los Obispos en el Vaticano. Es considerado teológicamente moderado y ha sido descrito como un intelectual con gran dominio de las finanzas y la economía. Su liderazgo es percibido como institucional y conciliador, con capacidad de diálogo entre diversas corrientes eclesiales, pero su falta de proyección profética clara (capacidad de una figura eclesial para hablar con autoridad moral sobre los desafíos del presente, denunciar las injusticias estructurales y ofrecer una visión renovadora inspirada en el Evangelio) podría limitar su atractivo global. Por otro lado, su estilo reservado y su escasa presencia mediática podrían afectar su visibilidad internacional.
Peter Turkson, ghanés de 76 años, ha dirigido organismos clave en el Vaticano y es respetado por su trabajo en justicia social. Su elección representaría un gesto hacia África, continente en expansión demográfica católica. Podría reforzar la presencia africana en Roma, aunque algunos cuestionan su capacidad de generar consensos duraderos dentro del colegio cardenalicio.
Dieudonné Nzapalainga, de la República Centroafricana y con 58 años, es un símbolo de reconciliación en contextos de violencia. Su juventud lo convertiría en una figura de largo plazo. Su inexperiencia institucional y su escasa visibilidad global reducen sus opciones.
Luis Antonio Tagle, filipino de 67 años, ha sido uno de los colaboradores más cercanos de Francisco. Su estilo pastoral, carisma mediático y capacidad teológica lo convierten en un candidato fuerte. Su elección enviaría un mensaje de contención simbólica a la expansión de la influencia china en el sudeste asiático y, por esta razón, quizá podría contar con el apoyo estadounidense y europeo. No obstante, su cercanía con el pontífice saliente despertaría resistencias en sectores que desean mayor equilibrio doctrinal o el regreso a una postura más conservadora (incluyendo el ala trumpista).
Matteo Zuppi, italiano de 69 años y actual arzobispo de Bolonia, ha ganado relevancia por su perfil pastoral, su experiencia en mediación de conflictos y su rol como presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Podría contar con amplio respaldo en Europa –especialmente en Italia, país con el mayor número de pontífices en la historia (casi el 78%)– y en Estados Unidos, gracias a su apertura y pragmatismo. Su elección reforzaría el modelo de Iglesia sinodal. No obstante, algunos sectores –incluidos el Vaticano y episcopados de Europa del Este, África y América Latina– lo consideran excesivamente alineado con las reformas de Francisco, como el debate sobre el celibato sacerdotal, el papel de las mujeres, la acogida a personas LGBTQ+ y los procesos sinodales más participativos. Aun así, su capacidad para tender puentes entre posiciones opuestas –además de su juventud– lo convierte en un fuerte candidato a suceder al fallecido Papa.
Jean-Claude Hollerich, luxemburgués de 66 años, combina experiencia académica y diplomática. Su perfil abierto e integrador podría reforzar la línea sinodal en Europa. Su limitada influencia pastoral fuera del ámbito europeo podría jugar en su contra.
Raymond Burke, estadounidense de 76 años, es un referente del sector más tradicionalista. Su candidatura parece poco viable, pero en los cónclaves muchas veces se presentan enormes sorpresas. Sectores conservadores de Estados Unidos, empezando por la ala trumpista, podrían ofrecerle respaldo como figura de protesta. Su elección generaría divisiones internas y un posible distanciamiento del impulso pastoral reciente.
Robert Sarah, guineano de 79 años, es una figura de gran autoridad moral entre los defensores de la liturgia tradicional. Su avanzada edad y su perfil marcadamente conservador, incluso inflexible para muchos, lo convierten más en un símbolo que en una opción estratégica real para el papado. No obstante, África está en ascenso: el catolicismo crece de forma sostenida en el continente, las vocaciones religiosas aumentan –a diferencia del declive en Europa–, y su abundancia de recursos naturales lo convierte en un terreno clave de competencia entre China y Estados Unidos. En este contexto geopolítico, la elección de un pontífice africano podría representar tanto un gesto de apertura hacia la realidad demográfica y espiritual del sur global, como una señal de reconfiguración del centro de gravedad de la iglesia católica.
En mi modesta opinión, el candidato con mayor probabilidad de ser elegido es Matteo Zuppi. Cuenta con el apoyo mayoritario (el 80% de los cardenales electores fueron nombrados por Francisco), presenta un perfil conciliador y sinodal, cuenta con ventaja geográfica y cultural y con un apoyo occidental equilibrado. Su principal rival, creo, será Luis Tagle, por su carisma, universalidad, continuidad reformista y su elemento de contención a la influencia china en el sudeste asiático (la zona de mayor crecimiento económico en el mundo), lo que interesa también tanto a los Estados Unidos como a la Unión Europea.
En conjunto, el nuevo pontífice deberá afrontar la misión de representar a una Iglesia que se piensa como universal y que actúa como tal. Su perfil tendrá consecuencias para la gobernabilidad interna, para el posicionamiento de la Santa Sede ante las potencias globales, y para el modo en que la Iglesia se relacionará con los desafíos planetarios como el cambio climático, la pobreza, la migración o los conflictos armados. Existe también la posibilidad de que se elija a un papa de transición, que mantenga un equilibrio moderado y prepare el camino para un pontificado de mayor alcance en los próximos años.
Aun cuando muchos analistas eclesiales esbocen perfiles deseables o aventuren favoritos, prever con certeza quién será elegido papa resulta sumamente complejo. La historia de los cónclaves muestra que los consensos suelen surgir a partir de dinámicas imprevisibles y discernimientos colectivos que desbordan las lógicas simplistas. La decisión del cónclave será un acto espiritual, y también una definición sobre qué tipo de liderazgo necesita el catolicismo para seguir siendo una voz con autoridad moral en un mundo convulso, plural y en búsqueda de horizontes. ~